FAUSTO, DE ALEKSANDR SOKUROV. EL BROCHE DE UNA TETRALOGÍA EN TORNO AL PODER

Por Alfons Mas

T. O.: Faust. Producción: Proline Film (Rusia, 2011). Productor: Andrei Sigle. Director: Aleksandr Sokurov. Argumento: basado en el libreto de Yuri Arabov, según Faust de Goethe. Guión: Aleksandr Sokurov y Marina Koreneva. Fotografía: Bruno Delbonnel y Bernhard Nicolics-Jahn. Música: Andrei Sigle. Diseño de producción: Yelena Zhukova. Vestuario: Lidia Kryukova. Montaje: Jörg Hauschild.

Intérpretes: Johannes Zeiler (Fausto), Anton Adasinski (Prestamista), Isolda Dychauk (Margarita), Georg Friedrich (Wagner), Hanna Schygulla (Esposa del prestamista), Antje Lewald (Madre de Margarita), Florian Brückner (Valentín), Sigurdur Skulasson (Padre de Fausto), Maxim Mehmet (Amigo de Valentín).

Color – 134 min. Estreno en España: 2-III-2012.


Con Fausto, el director y guionista ruso Aleksandr Sukorov, discípulo de Andréi Tarkovski y al que muchos consideramos su digno sucesor, se enfrenta al cierre de una coherente tetralogía sobre el abuso del poder, la condición humana y el intento de entender la degeneración de personas miserables e infelices cuando se hacen con esa autoridad.

El inicio lo hallamos en Moloch (1999), donde plasma el ocaso de la precisión y la audacia de un Hitler paranoico y solitario enmarcado en un cuadro banal y ridículo. En Taurus (2001), nos hizo mirar a través de los ojos de un anciano en su consciente desvarío final. Un Lenin, ante la desnudez de su mente ya no privilegiada y en el ocaso de su entendimiento. Su tercer retrato Sol (2005), concentrado en la figura del emperador japonés Hirohito, nos lleva a la postración ante la dignidad, en un proceso íntimo de su conciencia ante la perdida de la divinidad. A estas tres figuras determinantes en la historia contemporánea, caudillos con el destino de sus países en las manos, Sokurov añade seis años después, una cuarta figura para cerrar este monumental trabajo filosófico-pictórico, y recurre para ello a un mito literario que tenemos todos situado en nuestro imaginario mitológico  universal. Tal como su director manifestó:

Fausto tiene más en común con tipos como Hitler y Lenin de lo que podría parecer a simple vista. Un amor a las palabras que es fácil de creer y la infelicidad patológica en todos los días de su vida, o como Goethe formulara: “La gente infeliz es peligrosa”.

En las notas de producción de la película encontramos: Los tiranos de las películas anteriores de la tetralogía se veían a si mismos como los representantes de Dios en la Tierra, pero hacían un desagradable descubrimiento: sólo eran humanos.

El director también afirmó en la última Mostra Internacional de Cine de Venecia:

En Fausto sucede lo contrario: un hombre se convierte en ídolo ante nuestros propios ojos. La marcha triunfal de Fausto por el mundo sólo es el comienzo mientras la película termina. Se marcha para convertirse en un tirano, un líder político, un oligarca.

Aleksandr Sokurov reinterpreta de forma personal, contundente y en muchos momentos radical, la leyenda de Fausto, protagonista del clásico alemán. Para ello no acude a la primera publicación literaria del mito fáustico, conocida como El Fausto de Spies, editada por el librero Johann Spies en 1587 y de autor anónimo, Sokurov toma como base la obra de Johann Wolfgang von Goethe al que considera un hombre avanzado a su tiempo y que pudo situarse por encima de la leyenda del personaje para crear los cimientos de un nuevo mito que nos acompaña en el transcurso de la Europa moderna.

Así el director intenta durante los 134 minutos extraer de este clásico al mito para trasladarlo a la vida y con él las mayores miserias humanas, la avaricia, la lujuria, la perversión sexual para hacer que las podamos sentir en su plena actualidad. Nos ofrece al mismo tiempo una película rotunda con la belleza estética característica de sus obras y a la vez vejatoria e infame. La utilización de cuadros pictóricos entre composiciones goyescas (Los Caprichos de Goya) con tonalidades del mejor Rembrandt y la mezcla en su interior desde la primera escena, con la extracción de un corazón, de los cuerpos sosos, amorfos en un espacio denso y hediondo que transmite un aroma pútrido e infecto, conforma unas contraposiciones que acaban por hipnotizar al espectador. Éste entra en una propuesta absorbente a la que debe añadir la paciencia necesaria para alternar un ritmo a veces monótono y dilatado con los excesos que intensifican el sentido con el que se imprimen todas las sensaciones y el estado de ánimo decadente de sus personajes. Su conjunto es finalmente intenso y significativo.

En una fecha indeterminada del siglo XIX, encontramos al Doctor Fausto, un hombre sabio e insatisfecho, que tiene una buena educación. Es un pensador que investiga en numerosos planes científicos (la búsqueda del alma en los cuerpos ya difuntos), un transmisor de palabras, un hombre anónimo movido por su codicia y sus bajos instintos que humana y económicamente pasa por una situación difícil. A la falta de dinero para alimentarse, que le lleva a intentar empeñar su anillo, se une el dilema de no entender los errores en que cae una y otra vez por su falta de juicio, se encuentra entre un universo sofocante y sus dudas existenciales. En su camino se cruza un deforme prestamista, (Mefistófeles), de disperso pelo rojizo y aspecto siniestro, que le representa una vuelta a la juventud y la posibilidad de encontrar respuestas a los misterios de la vida que aún desconoce, recuperando la pasión que se veía perdida al inicio de la historia.

Fausto cree que podrá dominar al prestamista pero será conducido y manipulado plenamente por éste  que lo somete completamente a sus juegos, entre ellos la recuperación del padre de Fausto, un curandero que ha causado numerosos fallecimientos por sus particulares prácticas. En su camino, ahora ascendente, conoce a Margarita y cae prendado, víctima de un amor adolescente. Fausto se acerca a ella con una pasión desmesurada, fruto también de los trucos que pone en juego el prestamista. Aunque este elemento puede llevar a la redención, Mefistófeles se encargará siempre de transgredir esa posibilidad. Por Margarita, Fausto se entregará al devenir propuesto por el hombrecillo deforme y firmará un pacto eterno con una gota de su sangre, su palabra no sirve. Al final Margarita cae en los brazos de Fausto, que la seduce y la posee. Pero más allá de contentarse con el momento, tiene que seguir avanzando, avanzar aunque el tiempo se encuentre detenido, avanzar ignorando su fugacidad.

Para Sokurov, el cine es una buena herramienta para mostrar los extremos de la sociedad humana y del individuo, para ahondar en todo lo que es oscuro. Rechazó convertir el personaje de Fausto en un aglutinador de conceptos filosóficos, "…cuando el cine busca la expresión del sentido filosófico, se manifiesta la falta de medios de los realizadores: el arte es carencia, en el sentido más profundo". La pretensión del director es la de encender una mecha que prenda en la curiosidad del espectador y haga que su recorrido sea largo, su intención más directa es la de incitar a la lectura de Goethe.

La traducción de su obra a otro idioma, del alemán al ruso, es casi el nacimiento de una película, un nuevo guión muy lejano a la primera versión. Sokurov no pretende llevar el peso al espectador, por eso liberó la mayor parte de los textos con diálogos copiosos y densos trasladando esta función a la imagen, a la presencia de los actores, de los objetos que llenan el encuadre y que con un montaje adecuado, lento, sin aceleraciones, marcan su significado por el acto de aparecer, de estar allí. Sin esto, la emoción no asomaría.

Mención especial para el trabajo de los actores, Johannes Zeiler se luce en todos los matices que su personaje, Fausto, esgrimirá en el recorrido de la historia, desde la incertidumbre inicial a la decisión absoluta con matices de locura al final. Anton Adasinski, espléndido en la caracterización de un personaje portentoso y turbador, con sus gotas de histrionismo, intensidad y profundidad, que se unen a los movimientos patosos de su cuerpo desproporcionado y amorfo.

La utilización de la cámara es de una gran maestría, en la primera escena y en uno de los pocos planos generales, la cámara desciende del cielo, entre las nubes, atraviesa cordilleras y se adentra entre las callejuelas estrechas de un pueblo medieval para terminar enfocando un primer plano de los genitales de un cadáver que está siendo diseccionado por el doctor. Después y durante toda la exposición sigue a los personajes de forma constante y sin respiro alguno con planos medios y primeros planos. Los colores marrones, verdosos dan un tono de crudeza, mugre y fetidez que componen el marco ideal para el desarrollo de la historia. A estos elementos es imprescindible sumar el trabajo de Tamara Frid con el maquillaje, caracterizaciones grotescas que ayudan a la utilización de lentes que deforman y producen situaciones visuales estéticas en diversas  escenografías. El vestuario magnífico, recrea el estilo barroco del retrato de personajes bufos y humorísticos que ayudan en el desarrollo de la narración.

Al principio la película contaba con la financiación del Ministerio de Cultura ruso, pero la imposibilidad de su cumplimiento hizo detener el proyecto. La aparición del Primer Ministro Vladimir Putin -que comentó “la película debería de ser hecha”-, hizo aflorar el dinero. Sokurov dijo desconocer las causas de este apoyo.

Fausto ha sido la ganadora del León de Oro del Festival de Venecia 2012, produciéndose toda clase de manifestaciones a favor como en contra. Para Sokurov, “hacer cine de autor es muy difícil en nuestros días”. Autor de una de las filmografías más complicadas, exigedel espectador un esfuerzo para absorber y deglutir esta obra de arte grandilocuente y densa, esfuerzo que producirá desconexión en más de uno, ya que lleva al desconcierto y a la necesidad de un respiro para pensar con claridad y discernir entre todas las imágenes impregnadas.

Aunque Aleksandr Sokurov mantiene el espíritu de la obra literaria, el film desemboca en la incapacidad, en la inviabilidad, a diferencia del texto original de Goethe, que nos conduce a la redención.

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