EL HAVRE, UNA MIRADA HUMANA Y OPTIMISTA ANTE LA ACTUAL CRISIS ECONÓMICA

Por Carlos Giménez Soria

T.O.: Le Havre. Producción: Sputnik Oy, Pyramide Productions y Pandora Film (Finlandia-Francia-Alemania, 2011). Productores: Aki Kaurismäki, Fabienne Vonier y Reinhard Brundig.
Director: Aki Kaurismäki. Guión: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen.
Diseño de producción: Wouter Zoon. Montaje: Timo Linnasalo.

Intérpretes: André Wilms (Marcel Marx), Kati Outinen (Arletty), Jean-Pierre Darroussin (Monet), Blondin Miguel (Idrissa), Elina Salo (Claire), Evelyne Didi (Yvette), Quoc-Dung Nguyen (Chang), François Monnié (El tendero), Roberto Piazza (Little Bob), Pierre Etaix (Doctor Becker), Jean-Pierre Léaud (El delator).

Color – 93 min. Estreno en España: 28-XII-2011.


Aki Kaurismäki (Orimattila, 1957) es uno de los pocos cineastas europeos de hoy en día que han alcanzado la categoría de auténtico maestro del lenguaje de las imágenes y que, al mismo tiempo, es capaz de abordar temáticas comprometidas con la actualidad internacional, siempre bajo la óptica de su particular estilo visual. Su reciente trilogía sobre el proletariado finlandés –compuesta por Nubes pasajeras (1996), Un hombre sin pasado (2002) y Luces al atardecer (2006)– dejó bien patente la capacidad de este excepcional realizador para llevar a cabo una radiografía crítica de la sociedad de su país. El feroz pesimismo, presente en la primera y la tercera entrega de este tríptico, se vio compensado a través de la visión cómica y gratificante de la segunda. En Un hombre sin pasado –film galardonado con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2002 y nominado al Oscar a la Mejor película de habla no inglesa en 2003–, prefirió adoptar una actitud más optimista ante el retrato de un microcosmos humano que habita los suburbios de una gran ciudad. En relación a la famosa corriente neorrealista de la cinematografía italiana, esta obra de Kaurismäki posee un sentido equiparable al que Milagro en Milán (1951) supuso respecto a las cintas más dramáticas y tremendistas que Vittorio de Sica rodó dentro del citado movimiento –piezas tan emblemáticas como El limpiabotas (1946), Ladrón de bicicletas (1948) o Umberto D. (1952)–: es decir, la posibilidad de representar una fábula poética dentro de un entorno marginal y oprimido.

En esa misma línea se sitúa El Havre, la última realización de este director, productor, guionista y montador finés. Dejando atrás el gélido paisaje escandinavo característico de su cine, la acción de su nuevo film se desarrolla esta vez en Francia –donde Kaurismäki ya había rodado anteriormente La vida de bohemia (1992), adaptación de un texto clásico de Henri Murger– y narra la relación de amistad entre un escritor anciano y bohemio (interpretado por André Wilms, colaborador habitual en la filmografía de Aki Kaurismäki), voluntariamente autoexiliado a la ciudad francesa que da título a la película, y un emigrante menor de edad (Blondin Miguel), procedente del continente africano. A pesar de que tiene que sobrevivir trabajando como limpiabotas (en lo que parece ser una alusión directa a una de las obras mencionadas del maestro De Sica), el principal protagonista de esta historia mantiene una actitud positiva y vitalista frente a los problemas que se ciernen sobre su vida. Incluso cuando su esposa Arletty (Kati Outinen) cae enferma, el ánimo de este combativo personaje no decae, sino que decide enfrentarse aún con mayor ímpetu contra un estamento policial que, en su rol de representante de la oficial postura gubernamental, niega cualquier posibilidad de asilo a los refugiados. A tal efecto, el propio realizador ha descrito los planteamientos argumentales de su más reciente incursión cinematográfica tras cinco años de silencio creativo:
 
El cine europeo no ha dedicado mucho tiempo a la creciente cuestión económica, política y, sobre todo, moral nacida a partir de la nunca resuelta crisis de los refugiados; unos refugiados que intentan entrar en Europa desde fuera y a los que se trata de manera irregular, y a menudo reprobable. No tengo una solución para el problema, pero quería enfrentarme al tema en esta película nada realista.

Inevitablemente influida por el contexto de la crisis económica, la industria fílmica norteamericana ha producido películas que reflejan esta problemática, tanto desde el terreno de la ficción –en cintas como Margin Call (2011), de J.C. Chandor– como desde el documental –es el caso de La doctrina del shock (2009), de Michael Winterbottom y Mat Whitecross, o Inside Job (2011), de Charles H. Ferguson–. Sin embargo, estas producciones, repletas de datos sobre los altos porcentajes de desempleo y las pérdidas financieras generadas por la bancarrota bursátil, carecen del componente humano y poético que rezuma el presente trabajo de Kaurismäki. En el aspecto estético, el cineasta recurre a la puesta en escena depurada y sobria, tan propia de su particular estilo visual. La austeridad compositiva y el hieratismo de las figuras humanas dentro del plano continúan mostrándose como rasgos distintivos de una concepción escénica enormemente personal. La economía de gestos define nuevamente la expresividad corporal de los personajes, evidenciando la devoción confesa del realizador finés hacia los dos mayores ascetas del cine europeo: Carl Theodor Dreyer y Robert Bresson. Obras tan rigurosas en sus propuestas formales como Pickpocket (1959) y El dinero (1983), realizadas por el francés Bresson, o Dies irae (1943) y Gertrud (1964), firmadas por el danés Dreyer, han supuesto una reconocida fuente de inspiración e influencia para el propio Aki Kaurismäki.

Sin embargo, el talante severo e hiperrealista –impreso tan frecuentemente en películas de su autor como Sombras en el paraíso (1986) o La chica de la fábrica de cerillas (1990)– queda relegado a un segundo término en beneficio de una historia sensible y humana, plenamente enraizada en la tradición de las tragicomedias de Charles Chaplin. Por consiguiente, la gravedad del problema de la inmigración se diluye en un relato de aires charlotescos donde el espíritu generoso de un escritor fracasado se compadece de la triste situación en que se halla un muchacho indefenso. De esta manera, tal y como se ha visto innumerables veces en la filmografía del genial cineasta de origen británico –especialmente en sus piezas maestras El chico (1921) y Luces de la ciudad (1930)–, un sujeto que habita la esfera de la marginalidad intenta ayudar a una persona todavía más desvalida que él a través de todos los medios que tiene a su alcance. En este caso, el final resulta más optimista que el modelo sacrificial generalmente expuesto por Chaplin, donde el vagabundo rara vez recibe una respuesta amable en agradecimiento a sus esfuerzos. De igual manera, se trata de uno de los epílogos más esperanzadores de cuantos ha filmado hasta la fecha el realizador escandinavo, aspecto que enlaza el film con una cierta tendencia al realismo poético presente en otras cintas suyas. Por medio de este viraje hacia lo utópico e ilusorio, Kaurismäki consigue invertir el contenido pesimista de algunas de sus historias de temática social hasta transformarlas en fábulas sobre la solidaridad y el entendimiento entre seres humanos.

En ese sentido, la ubicación de la trama en Francia facilita la identificación con la idiosincrasia gala y los ideales propugnados por la Revolución de 1789, motivo que podría dar pie a destacar, a su vez, ciertas referencias al cine francés del periodo de entreguerras (en particular, a la filmografía de autores como Jacques Becker, René Clair o Marcel Carné). Aún así, el propio realizador aduce motivos mucho más arbitrarios para justificar esta elección, como se puede apreciar en las siguientes declaraciones:

En realidad, la historia podría transcurrir en cualquier país de Europa, excepto en el Vaticano, o quizá allí más que en ningún otro sitio. Por lógica, habría debido rodar en Grecia, Italia o España porque son los tres países donde la presión es mayor. Recorrí toda la costa desde Génova a Holanda, y descubrí lo que quería en la ciudad del blues, el soul y el rock’n’roll, en El Havre.

El tono pseudorealista que recorre el metraje completo de El Havre también responde, en buena medida, a la postura ideológica de este representante de la posmodernidad cinematográfica. A tal efecto, el universo de Aki Kaurismäki hace gala de un ejemplar equilibrio entre la tragedia y el lirismo, evidenciando un irónico sentido del humor que preside constantemente esta obra fílmica como colofón a una nueva muestra del estilo minimalista de su realizador.

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