ALBERT NOBBS. LA DIFICULTAD DE SER MUJER

Por Gisela Chillida

T.O.: Albert Nobbs. Producción: Chrysalis Films, Mockingbird Films, Parallel Film Productions, Westend Films (Reino Unido-Irlanda, 2011). Productores: Glenn Close. Director: Rodrigo García. Guión: Glenn Close, John Banville y Gabriella Prekop, basado en The Singular Life of Albert Nobbs, de George Moore. Fotografía: Michael McDonough. Música: Brian Byrne. Montaje: Steven Weisberg. Maquillaje: Lynn Johnston, Matthew Mungle.

Intérpretes: Glenn Close (Albert Nobbs), Mia Wasikowska (Helen), Aaron Johnson (Joe), Brendan Gleeson (Holloran), Janet McTeer (Hubert), Jonathan Rhys-Meyers (Vizconde Yarrell).

Color - 113 min. Estreno en España: 27-I-2012


Albert Nobbs, elproyecto personal de Glenn Close, parece que no ha convencido ni a la Academia ni a la prensa. Triplemente nominada a los Oscar ha sido obviada en los galardones. Lo mismo sucedió en los Globos de Oro. La actriz estadounidense ha co-realizado el guión, participado en la producción, escrito la letra para el tema principal y, además, se ha reservado el papel principal –“Albert”–, a quien ya dio vida en la década de los ochenta en una obra teatral off-Broadway.

Basada en la novela La singular vida de Albert Nobbs de George Moore, cuenta la historia de una mujer que en el Dublín victoriano se hace pasar por hombre para poder subsistir y cuyo pequeño mundo se tambalea cuando se ve obligada a compartir cama con Hubert Page, un peculiar pintor, quien termina por descubrir su secreto.

El telón de fondo es una Irlanda diezmada. Entre 1845 y 1852, el país sufrió un gran revés cuando un parásito atacó la mayor parte de las plantaciones de patata. La crisis agraria afectó a todo el norte de Europa pero los resultados fueron especialmente devastadores con esa zona. La que se conoce como Gran Hambruna causó un millón de muertos y otros tantos se vieron obligados a emigrar, cambios sustanciales que se vieron reflejados en términos demográficos, económicos y socio-culturales. Junto a la terrible hambruna coexistieron todo tipo de enfermedades infecciosas. Se ha estimado que solamente el tifus se llevó 350.000 vidas en 1847.

La película refleja la precaria situación de aquella población civil inmersa en una época de recesión dónde el trabajo escasea y la pobreza abunda. Vemos perfectamente como las clases pudientes tienen el control sobre el empleo, ellos eligen quien trabaja y quién no. Son varios los personajes que se las ingenian para poder subsistir: Albert (Glenn Close), Joe (Aaron Johnson) y Hubert (Janet McTeer).

La ciudad aparece correctamente fotografiada y ambientada. La dirección a cargo de Rodrigo García –hijo del celebérrimo Nobel de Literatura Gabriel García Márquez- es también correcta, sin estridencias ni autoproclamaciones innecesarias. El elenco de actores pasa algo desapercibido pese a las notables interpretaciones de todos los secundarios, en parte a causa de la constante presencia de Close como “Albert”. Aún así, destaca la aparición de un orondo Jonathan Rhys Meyers -otrora esculpido protagonista de películas como Velvet Goldmine (Todd Haynes, 1998) o Match Point (Woody Allen, 2005)- interpretando a un duque homosexual que ejemplifica la doble moral que caracterizó la época victoriana.

“Los temas son muy actuales aunque es una historia muy de su época –ha dicho el director Rodrigo García en alguna entrevista–, de esa segunda mitad del siglo XIX, y está muy centrada en la vida interior de una persona y sus problemas de identidad, de borrarse a sí misma por completo y de vivir escondida”. No obstante, pese las palabras de García, la película evita ahondar en temas tan actuales como la identidad sexual o la construcción del género. Le falta riesgo. Parece que el temor a herir la sensibilidad moral de algunos sectores y las ansias por estar presente en los Oscar hayan pesado más que el interés por realizar un buen film. Hay temas que piden un posicionamiento crítico o cuanto menos algo más punzante y agudo, quizá reivindicativo, que el que toma Albert Nobbs.

La única razón de ser del filme parece ser el permitir el lucimiento de las actrices que encarnan sendos personajes masculinos. Y así es, el valor de la película reside en las destacables interpretaciones de Glenn Close y Janet McTeer. Sabemos de la preferencia de la Academia por galardonar los cambios físicos colosales –Adrien Brody en El pianista (2002)– y las transformaciones espectaculares de los actores y actrices –Nicole Kidman en Las Horas (2002), Charlize Theron en Monster (Patty Jenkins, 2003) o Marion Cotillard en La vida en rosa (Edith Piaf) (Olivier Dahan, 2007)-. Este año también hemos visto metamorfosearse a Leonardo DiCaprio en J. Edgar (Clint Eastwood, 2011), Meryl Streep en La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011) y Michelle Williams en My Week with Marilyn (Simon Curtis, 2011).

Encarnando a “Albert”, Close demuestra su valentía al interpretar un personaje que no permitía un exceso de maquillaje y caracterización; armada con tan sólo una imperceptible peluca y una sutil prótesis nasal, asume la difícil misión de hacer creer al espectador que es un hombre. Su trabajo es notable aunque quizá sea exagerado afirmar que es uno de los mejores papeles de su carrera. La Academia hollywoodiense ya dio su veredicto: el papel se merece la nominación pero no la victoria.

Pero si la interpretación es admirable por la construcción del personaje únicamente a través de sutiles miradas y vagos movimientos faciales, el guión –escrito en colaboración entre Close y John Banville– naufraga y el resultado provoca cierto distanciamiento con el protagonista, perfilado con escasa profundidad psicológica y a quien no alcanzamos a entender. Albert es ambiguo, asexuado, de edad indefinida. Pero esa ambigüedad e indefinición no favorecen a la trama narrativa ni a la comprensión del personaje por parte del espectador, más bien desconciertan y lejos de conseguir crear un personaje humano éste se nos aparece como una marioneta.

La historia se desarrolla de forma lineal y la secuencia narrativa parece responder más bien a una sucesión de escenas vagamente hilvanadas que a un relato compacto y coherente. La historia de una mujer humillada sexualmente y sin recursos, camuflada en el sexo “fuerte” para poder sobrevivir, se convierte en la simple historia de una mujer que se hace pasar por hombre. La idea es buena pero su desarrollo no convence y tanta arbitrariedad en la historia huele a estafa. Busca conmover con temas tópicos: la incomprensión, la soledad, la muerte. La conclusión responde también a una fórmula que siempre funciona cuando se quiere emocionar al espectador. Quizá nos caiga alguna lagrimita, pero no nos remueve el interior y por eso, posiblemente, Albert Nobbs, pase a los anales de la historia del cine como “aquella película en que Glenn Close hizo de hombre”.

En definitiva, Albert Nobbs nos presenta un motivo tan interesante como delicado, el de la construcción de la identidad, pero su planteamiento y desarrollo no convencen: no logra la trascendencia que cabría esperar de un tema tan espinoso como éste. Intento fallido que coloca a Close en el incómoda posición de haber sido nominada a los Oscar seis veces sin haberlo ganado ninguna.

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