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El árbol de la vida.
Una odisea espiritual

Por Juan José Muñoz

 

Texas años 50. Una familia católica del medio-oeste americano, los O’Brien, formada por el matrimonio y tres hijos, pasan por el mal trago de perder a su segundo hijo con 19 años. La película se centra en Jack, el hijo mayor, que pasa de la inocencia de la infancia, guiado por una madre piadosa y llena de bondad, hasta la crisis en la relación con su padre (interpretado por Brad Pitt), un hombre íntegro y voluntarista, pero excesivamente rígido. Ya en nuestra época, Jack (representado por Sean Penn) es un arquitecto de prestigio que se siente perdido en un mundo sin alma, en el que busca respuestas sobre el origen y significado de la vida, a la vez que intenta recuperar la fe de su infancia. 

Toda la película consiste en un gigantesco flash back cósmico-teológico (con su correspondiente flash-forward), pues recorre no solo la infancia del protagonista sino toda la historia del universo (desde la creación, el origen de la vida, el primer pecado del protagonista y el perdón, hasta los nuevos cielos y la nueva tierra en los que no habrá llanto ni dolor). De hecho, la película no sigue una línea temporal fija, sino que nos muestra algo parecido a lo que sería el punto de vista de alguien que se sitúa fuera del tiempo, y ve simultáneamente el pasado, el presente y el futuro, y esa persona no puede ser otra que Dios.

Dios y el hombre son los protagonistas indiscutibles de El árbol de la vida. Por lo que nada más lógico que la película arranque con una cita bíblica, del Libro de Job, en la que Dios responde a las quejas de alguien que sufre por la pérdida de un ser querido: “¿Dónde estabas cuando Yo cimentaba la tierra? / Explícamelo, si tanto sabes….”. Y, a continuación, una voz femenina enuncia las coordenadas en las que se va a desenvolver la historia: “Hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de la Gracia”, (traducido al español como “el de lo divino”). El camino de la Gracia no teme desagradar ni huye de los sacrificios y los insultos. Mientras que el camino de la naturaleza tiende a la autocomplacencia y la autoafirmación sobre los demás.”

El árbol de la vida no es una película convencional, es decir, con una trama narrativa que se pueda seguir fácilmente; es más bien, una obra poética que hay que contemplar como se hace con una sinfonía o con la actitud del que admira la capilla Sixtina o visita una catedral. De ahí que el espectador que no posea un mínimo de sensibilidad, estética y espiritual, abandonará el visionado de esta hermosa obra antes de los primeros 20 minutos de proyección.

Decía John Lennon, hablando de 2001, una odisea del espacio –una película similar a El árbol de la vida, en cuanto a puesta en escena, pero muy diversa en cuanto a su fondo, como luego diremos– que se debería proyectar en un templo las 24 horas del día. Una exageración que se hubiera podido suavizar si el malogrado beatle hubiera podido contemplar la película que estamos comentando.

En efecto, El árbol de la vida se puede visionar como la réplica cristiana a la película de Kubrick antes citada. En 2001, una odisea del espacio, el director americano nos ofrecía una visión pesimista del ser humano y del cosmos. En El árbol de la vida, Malick, otro cineasta estadounidense (y filósofo, pues hizo una tesis sobre Heidegger y fue profesor en el MIT) nos ofrece todo un espectáculo visual para situar a la persona humana en el centro del universo y a la persona divina como el Autor principal de todo el devenir planetario y existencial. En la película de Kubrick, y en las de otros autores que eluden la mirada trascendente a lo real, se intenta mostrar al hombre como una mota de polvo perdida en el cosmos, fruto del azar y destinada a la nada. Por el contrario, Malick, sin negar nuestra evidente pequeñez en el conjunto del cosmos, muestra que existe una poderosa conexión entre lo universal y lo personal. En gran medida, la belleza de El árbol de la vida consiste en este entramado orgánico entre el microcosmos personal de una familia de una pequeña localidad de Texas, y el macrocosmos guiado por el Padre de los Astros.

Por eso carece de sentido que algunos pocos hayan tildado a esta película de panteísta o de New Age, pues la referencia constante a un Dios personal, a la libertad y responsabilidad del hombre (con una conocida cita de san Pablo), al perdón y al amor, sitúan El árbol de la vida en una órbita netamente cristiana. Como prueba visual de ello se puede advertir que en un momento del filme, en el que un sacerdote habla de buscar un apoyo seguro entre tanta duda, oscuridad y sufrimiento, la cámara enfoca una vidriera que representa a Jesucristo. De ahí el lema principal del filme: “Si no sabes amar, tu vida pasará como un destello”, una clara alusión al Dios que es Amor.

 

JUAN JOSÉ MUÑOZ GARCÍA es doctor en Filosofía y profesor de Antropología y Ética de la Imagen en el Centro Universitario Villanueva, adscrito a la Universidad Complutense, y profesor de Crítica de Cine y Televisión en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid. Ha publicado Cine y misterio humano (2003), De “Casablanca” a “Solas”. La creatividad ética en cine y televisión (2005) y “Blade Runner”. Más humanos que los humanos (2008). E-Mail: jjmunoz@gmail.com

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XXI, nº 2 (2011)

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