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FILM REVIEWS



Cirkus Columbia.
Humo negro en el horizonte

Por Daniel Seguer


T. O.: Cirkus Columbia (Bosnia-Herzegovina, Francia, UK, Alemania, Eslovenia, Bélgica, Serbia, 2010). Producción: ASAP Films, Autonomous, Studio Maj, Razor Film Production GMBH, Man´s Films, 2006 y Art & Popcorn. Productores: Amra Baksic Camo, Marc Baschet, Cédomir Kolar, Marion Hänsel, Dunja Klemenc. Dirección: Danis Tanovic. Guión: Danis Tanovic, a partir de la novela homónima de Ivica Djikic. Fotografía: Walther van den Ende. Diseño de producción: Dusan Milavec y Sanda Popovac. Montaje: Petar Markovic. Diseño de sonido: Samir Foco. Vestuario: Jasna Hadzimehmedovic-Bekric.

Intérpretes: Miki Manojlovic (Divko Buntic), Mira Furlam (Lucija), Boris Ler (Martin), Jelena Stupljanin (Azra), Milan Strljic (Ranko Ivanda) y Mario Knézovic (Pivac).

Color – 113 min. Estreno en España: 15-VII-2011

 

En su última propuesta cinematográfica, Cirkus Columbia, el director bosnio Danis Tanovic vuelve a la temática que mejor conoce, la guerra de Bosnia-Herzegovina, tras dos películas de escaso vigor narrativo como fueron El infierno (L´enfer, 2005), inocua incursión en el mundo de la pareja y las posibles hostilidades derivadas, y Triage (2009), introspección de ámbito moral en los remordimientos de conciencia de un reportero de guerra de vuelta de la guerra en el Kurdistán. Muy vinculado al conflicto bosnio, Tanovic ha filmado muchos metros de película sobre tan ardua cuestión, no sólo porque su primer largometraje de ficción, En tierra de nadie (No Man´s Land, 2001), analizara el absurdo de dicha contienda bélica (1992-1995), en el marco igual de absurdo de todas las guerras que se sucedieron en el proceso de desintegración de Yugoslavia entre 1991 y 1999, sino porque el propio cineasta visualizó y registró en primera persona el día a día en el campo de batalla. Tanovic adquirió notables conocimientos sobre dicho conflicto al acompañar con su cámara a la Armija (Ejército de la República de Bosnia-Herzegovina), desarrollando así una labor de documentalista que, sin duda, sirvió para dotar de consistencia histórica a los posteriores rodajes de En tierra de nadie y Cirkus Columbia; sin olvidar la menor, en cuanto a metraje y resultado, participación en la película coral 11´ 09´´ 01 (11 de septiembre, 2002), en la que dirigía el episodio “Bosnia-Herzegovina”, ejerciendo un paralelismo entre el horror de Srebrenica y el de dicho día en Nueva York.

En Cirkus Columbia, la acción transcurre justo antes del inminente desmembramiento de la antigua Yugoslavia: el protagonista del film, Divko Buntic, decide que es hora de dejar Alemania y volver a su Bosnia natal para emprender una nueva vida. Corre el año 1991, Eslovenia ya es independiente y Croacia está en plena guerra con Serbia, y en Bosnia-Herzegovina una parte de la población se prepara para la llegada del ineludible enfrentamiento. El marcado entramado social multiétnico de sus habitantes hacía pensar en la imposibilidad de semejante situación, pero no pasó mucho tiempo para que los años de convivencia, los matrimonios mixtos y otras muestras de tolerancia saltaran por los aires. Tanovic selecciona los roles de sus personajes para diseccionar un microcosmos que poder extrapolar al proceso histórico. Desde el estereotipado inmigrante que vuelve victorioso a la geografía de la que partió, con su Mercedes de segunda mano de rigor y algo de dinero en el bolsillo, hasta la mujer a la que dejó y con la que luchará por arrebatarle la casa. Una premisa básica para ubicar el mensaje de carácter histórico: la lucha por el territorio y la propiedad. Lamentablemente, Cirkus Columbia está muy lejos de la mordacidad y el refinado humor cínico con el que ridiculizaba los argumentos político-históricos de las partes beligerantes (o el comportamiento de la ONU) en la excelente En tierra de nadie. Si en algo destaca es en personajes poco desarrollados que no acaban de hallar su lugar en la película, como el propio Divko Buntic, interpretado por el magistral actor Miki Manojlovic, que no se salva de la quema, aunque sí resulta interesante la lectura que hace el director a través de él, puesto que vuelve a Bosnia justo cuando se vislumbra en el horizonte la posibilidad de la independencia, tras subvencionar durante años desde Alemania con su dinero a los colectivos que han de hacerlo posible. Además se comporta como un mafioso de pocos escrúpulos, que no dudará en arrebatarle la casa a su exmujer y dejarla en la calle. Más generoso será con su hijo merced a la premisa de que es sangre de su sangre. Tanovic ofrece ciertos elementos de carácter histórico que no llegan a cohesionar la estructura narrativa del film: la ruptura del hogar por un aparente posicionamiento político, la división de las fuerzas locales en relación a dicho episodio de ámbito doméstico, ya que la policía se alinea con Buntic, mientras que el ejército lo hace con su exmujer, u otros episodios semejantes de carácter circunstancial en el ámbito de la cinta. La intención del realizador a la hora de repartir los roles no es inocua: la sociedad bosnia, más allá de valoraciones sobre la Yugoslavia unificada heredada de Tito (y alterada posteriormente por Milosevic), es estable y vive en paz. La irrupción de Buntic, y todos a los que representa, acaba con esta realidad de convivencia. La policía se suma a esta facción, así como un incipiente ejército financiado clandestinamente. El ejército regular, todavía yugoslavo pero en vías de convertirse en serbio, se decanta por Belgrado, a pesar de algunas deserciones concretas. A partir de aquí sólo hay que esperar lo inevitable.

Finalmente, Buntic es abandonado por su amante, que vuelve a Alemania con su hijo y con el tío del muchacho, oficial desertor del ejército yugoslavo, incapaz de posicionarse ante la barbarie que se avecina. Al quedarse con su exmujer, y descubrir que ésta no le delató años atrás cuando tuvo que salir del país a toda prisa, Buntic se exonera de su conducta anterior. Y así llegamos a la secuencia final, único momento destacable a nivel artístico: marido y mujer, unidos de nuevo por un amor que nunca desapareció del todo, se suben a una de las atracciones del Cirkus Columbia y, mientras dan vueltas en sus sillas voladoras, las primeras bombas caen sobre la ciudad a lo lejos. ¿Podrá el amor sobrevivir al odio?, nos hacen pensar las imágenes. Aparte de dicho reducto estético, del film sólo puede alabarse el ser uno de los pocos que se centra en los preámbulos de la guerra y no en la brutalidad de ésta. Ni siquiera la presencia de Miki Manojlovic mantiene a flota una nave que se hunde. Un actor muy versado en películas de esta temática, como, por ejemplo, Underground (1995), de Emir Kusturica, Rane (1998), de Srdjan Dragojevic, o El polvorín (Cabaret Balkan, 1998), de Goran Paskaljevic. En Cirkus Columbia, Tanovic no pone en sus manos las herramientas necesarias para poder corresponder con una interpretación memorable.

Por último, se vislumbra un cierto paralelismo entre el Kusturica de  Underground y el Tanovic de Cirkus Columbia al mostrar una Yugoslavia prebélica en la que era posible coexistir pacíficamente. El problema consiste en malinterpretar ese momento histórico al poder considerar que ése era el modelo organizativo de Slobodan Milosevic cuando llegó a la presidencia de Serbia primero, y de Yugoslavia después. Hay que recordar que Milosevic intentó desde el principio reconvertir al país, bajo la designación de Yugoslavia, hacia una “gran Serbia”, que dinamitaba las bases federales heredadas de Tito. En este contexto de recortes federales del comunismo todavía vigente, y la abrupta transición hacia el capitalismo de los nacionalismos latentes, es donde hay que ubicar las guerras de independencia en la antigua Yugoslavia. Pues bien, Kusturica sufrió en sus carnes la furia de algunos intelectuales franceses que le acusaron, a la hora de añorar la convivencia de antaño, de apoyar las tesis de Milosevic, hecho que le llevó a meditar abandonar la profesión cinematográfica y que, como es evidente, finalmente descartó. Por el film que nos ocupa ningún intelectual acusará a Tanovic de tal o cual posicionamiento político por varios motivos. El primero es que el film de Kusturica era coetáneo a la guerra de Bosnia-Herzegovina, un conflicto absolutamente mediático y con una presencia constante en todos los medios de comunicación del momento, mientras que el de Tanovic desembarca en las pantallas cuando, transcurridos 16 años del fin de la guerra, los periodistas sólo se acuerdan de ella cada vez que se entrega a un criminal de guerra o genocida al Tribunal Penal Internacional para los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia de La Haya (TPIY). El segundo es que la obra de Danis Tanovic no ha alcanzado la envergadura de la de Emir Kusturica, y todo hace preveer que seguirá siendo así, aunque el director de la magnífica Underground esté viviendo actualmente sus horas más bajas tras las cámaras.

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XXI, nº 2 (2011)

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