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FESTIVALES



Sitges '2011:
Festival Cinematográfico de Sitges: el paraíso de los cinéfilos

Por Xavier Torrents
Enviado Especial

 

Concebimos un festival de cine como esa congregación del mundo del séptimo arte en la que la parte artístico-creadora se reúne presentando sus trabajos, en la que los críticos se enfrentan a las nuevas obras y en la que los fans cinéfilos disfrutan de los últimos estrenos y de sus estrellas. No obstante, generalmente este público cinéfilo disfruta del festival de una forma muy externa, muy apartados de él. El Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges es especial por esta razón: la vivencia y disfrute que se tiene de él por parte del público es precisamente muy distinta; una vivencia más directa y visceral, más interna e intensa.

Este tipo de vivencia viene causada por el tono, cariz y tipo de festival que es: uno que se fundamenta en el cine de género fantástico, ciencia-ficción y terror, que en esta 44ª edición ha ofrecido por ejemplo los films Troll Hunter (André Ovredal, 2010), Attack the Block (Joe Cornish, 2011) y la galardonada como Mejor Película Red State (Kevin Smith, 2010). Aunque también permite abrir sus puertas a films de género de drama, acción, thriller e incluso a un cine de autor más alejado de los arquetípicos géneros, como sería por ejemplo el estreno este año del nuevo film de Lars von Trier Melancholia. Todo ello lo convierte en un festival bastante peculiar y único, con cierta gran relevancia a nivel europeo.

Pero, ¿a qué nos referimos con ese disfrute más directo e intenso? En pocos festivales europeos se vive y respira tanta cinefilia como en Sitges durante esos días en los que la necesidad casi vital de alimentarse de cine es saciada por parte del público. Vayas donde vayas, en un parque, en un bar, en un restaurante, siempre verás a alguien con su camiseta de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974) haciendo tiempo entre un film y otro. Durante esa semana la ciudad catalana cálida y mediterránea se convierte en el paraíso de todos aquellos que defienden sin tapujos el cine de género fantástico como un cine de alta calidad que debe ser respetado y nunca menospreciado. Uno entra en la sala del Auditorio, se sienta en una butaca, contempla las dos figuras a tamaño real de Metrópolis que decoran el escenario, escucha la presentación del film, quizás unas palabras de su director, es testigo del todavía momento litúrgico del apagarse las luces y de repente en la pantalla se proyecta el vídeo del logo oficial del Festival de Sitges, ante el que irremediablemente la mayor parte del público responde con aplausos y vítores; eso aún sin saber si el film a proyectar va a gustar o no, porque ellos aplauden sencillamente el estar ahí, con su festival, con su cine.

Un cine que este año ha destacado en su oferta por una serie de films de tono apocalíptico, en los que de forma muy clara resulta que el trasunto fantástico o de ciencia-ficción de la trama no ocupa el centro de atención, sino que más bien sirve como premisa que contextualiza el drama de los personajes protagonistas. Un drama tratado con un tono muy intimista e introspectivo; ejemplos de ello han sido 4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011), Love (William Eubank, 2011), Another Earth (Mike Cahill, 2011) Extraterrestre (Nacho Vigalondo, 2011), o la ya citada Melancholia (Lars von Trier, 2011). Esto hace evidente que desde hace un par de años el cine fantástico y de ciencia-ficción está optando por un cariz más de tipo indie en films como La carretera (The Road, John Hillcoat, 2009) y Moon (Duncan Jones, 2009), aunque existen precedentes ya anteriores muy interesantes como por ejemplo Primer (Shane Carruth, 2004). Ciertamente este tipo de cine siempre ha tratado de, centrándose en unos hechos extraordinarios, acabar hablando más sobre los elementos que definen la cuestión humana. No obstante, en estos últimos años se ha empezado a dejar mucho más en segundo lado el hecho extraordinario que obviamente determina el drama humano de los personajes, pero que claramente no está puesto en primer plano ni determina el tipo de montaje, ni el uso de la cámara, de la fotografía o de la banda sonora; sino que toda la puesta en escena está ahora en función de entrar en los entretejidos de los problemas profundos de los protagonistas, generando un tono intimista de cariz tremendamente indie.

Por tanto, el cine de ciencia-ficción y fantástico hace de hecho aquello a lo que siempre nos ha acostumbrado: reflejar y dar testimonio de las situaciones sociales y del contexto histórico del momento. En los años 50 y 60 los films de este género, La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956) o La noche de los muertos vivientos (Night of the living dead, George A. Romero, 1968), se centraban en invasores de cuerpo y zombies, prefigurando el miedo al comunismo que podía infiltrarse en la sociedad estadounidense; en los 80, films como Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Aliens (James Cameron, 1986) se centraron en viajar al futuro o al espacio para evadirse de la crisis económica y social que se vivía; en los 90 el cine se centró en lo extraterrestre como miedo a la inmigración ilegal que se veía como algo peligroso y amenazador, por ejemplo en la aberrante Independence Day (Roland Emmerich, 1996); y en los años 2000-2010 hemos sido testigos de cómo se ha rodado la mayor parte de la ciencia-ficción y del fantástico con el tono post 11-S basado en la sensación de ya no tener protección en nuestras propias casas, en la del peligro invisible acechando en cualquier parte: muestras de ello son 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002) o El incidente (The Happening, M. Night Shyamalan, 2008). Y por tanto a fecha de hoy, en el contexto mundial de la desesperanza y pesimismo por la crisis económica, este cine, como ya hemos visto, pone al espectador en unas situaciones caracterizadas por la imposibilidad de victoria y pérdida del optimismo, en un tono apocalíptico en el que lo importante ya no es principalmente aquello que vaya a matarnos o a destruir nuestro mundo, sino todo lo que ello hace a nuestro interior: cómo somos, cómo cambiamos y en qué nos convertimos en ese contexto.

Ese tono intimista es el que más se ha respirado en Sitges este año, lo que hace que nos demos cuenta que este festival no es solamente una isla paradisíaca para el disfrute de los cinéfilos, sino unas jornadas que conectan correctamente con la oferta y evolución cinematográfica del momento, permitiéndonos ver cómo este cine va variando a lo largo de los años y retratándose como un festival que hace crónica de su tiempo, del momento cinematográfico en el que estamos inmersos.

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XXI, nº 2 (2011)

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Grup de Recerca i Laboratori d'Història Contemporània i Cinema