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FESTIVALES



San Sebastián '2011:
59 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Miradas que viajan

Por Santiago de Pablo
Enviado Especial

 

Una vieja maleta varada en la playa era el motivo visual del cartel publicitario del 59 Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián, celebrado en la capital guipuzcoana del 16 al 24 de septiembre de 2011. La organización explicaba el icono central del póster apelando a la metáfora del viaje: visionar una película sería dar la posibilidad a cada espectador de emprender un viaje interior, en el espacio y en el tiempo, de conocer mejor paisajes, lugares, vidas de otros o incluso la de uno mismo.

Los viajes, en la vida y en el cine, tienen momentos plácidos y otros llenos de dificultades en el camino, que hay que superar para llegar a la meta escogida de antemano. El propio Festival donostiarra emprendía una nueva etapa de su ya largo viaje, con casi sesenta años a sus espaldas. Y esta nueva etapa no ha estado exenta de dificultades, incluyendo las consecuencias de la crisis económica que amenaza con adelgazar –aunque no ahogar– el certamen, obligado a buscar patrocinadores privados, mientras las subvenciones públicas se estancan o, tal vez, podrían incluso disminuir con vistas al año 2012. Un nuevo equipo –encabezado por José Luis Rebordinos, tras la marcha de Mikel Olaciregui– debía emprender la marcha en esa difícil coyuntura, que se notó en una menor presencia del glamour habitual en ediciones anteriores, con el Premio Donostia concedido a la actriz norteamericana Glenn Close.

Se habló también de la posible influencia de los cambios políticos acaecidos en el País Vasco a lo largo de 2011. Tras el anuncio de una tregua por parte de la organización terrorista ETA –convertida en abandono definitivo de lar armas en octubre de ese año, apenas un mes después de la celebración del Festival–, la izquierda nacionalista radical, vinculada a este grupo armado, pudo presentarse a las elecciones locales de mayo de 2011, cerrando así un paréntesis de varios años de proscripción judicial. Lo hizo por medio de la coalición Bildu (integrada, además de por la izquierda abertzale, por el partido socialdemócrata Eusko Alkartasuna y por Alternatiba, una escisión de Izquierda Unida en el País Vasco) y logró unos excelentes resultados, especialmente en Guipúzcoa. Al estar al frente del Ayuntamiento de San Sebastián y de la Diputación de Guipúzcoa, Bildu controla dos de las instituciones presentes en el Consejo de Administración del Festival, completado por los representantes del Gobierno vasco y del Ministerio de Cultura español, ambos en manos del Partido Socialista.

A raíz de unas declaraciones de la concejala de Cultura de Bildu, que manifestó su deseo de que el Zinemaldia fuera más vasco y menos internacional, el Partido Popular llegó a acusar a Bildu de “querer convertir un certamen internacional de enorme prestigio en un festival de pueblo. Solo hablan de construcción nacional, de más euskera y más cultura vasca. Es lo único que les preocupa”. Sin embargo, en la práctica los cambios políticos no han afectado, al menos por ahora, al certamen donostiarra, en parte porque el programa ya estaba en marcha al producirse el relevo en las instituciones guipuzcoanas. Además, parece poco probable que Bildu quiera impulsar un cambio radical al modelo de un Festival que, con las lógicas dificultades y vaivenes, ha encontrado una fórmula que funciona bastante bien.

Entrando ya en el terreno estrictamente cinematográfico, no ha sido sin embargo un buen año para el Festival, sin que ello implique negar las virtudes de esta edición, incluyendo ciclos de gran interés, algunas películas notables y el apoyo que, como siempre, ha seguido manifestando el público local, que continúa llenando las salas. En el lado negativo de la balanza hay que incluir el fallo del jurado, del que formaban parte Frances McDormand, Guillermo Arriaga, Bai Ling, Álex de la Iglesia, Bent Hamer, Sophie Maintigneux y Sophie Okonedo. La decisión de entregar la “Concha de Oro” a la mejor película al filme español Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, tiene poca explicación, en la línea de lo que el crítico Oskar L. Belategui llegó a calificar como ejemplo del “habitual palmarés demencial” del certamen. El peculiar experimento del director catalán y del pintor Miquel Barceló sobre las pinturas de François Augiéras en el desierto africano es un filme minoritario (a pesar de la publicidad lograda al ganar el primer premio en el Festival, sólo ha sumado 3.953 espectadores en taquilla), pero, a diferencia de otras obras experimentales y por ello incomprendidas, no es ninguna obra maestra del arte cinematográfico.

Otros premios fueron a parar a la divertida comedia francesa Le Skylab, de Julie Delpy (Premio Especial del Jurado), la historia de una familia en la que se reflejan los cambios culturales y sociales producidos en Francia tras la revolución de Mayo del 68; a Unfair World, del griego Filipos Tsitos (“Concha de Plata” al mejor director); a The River Used to Be a Man, de Jan Zabeil (Premio Nuevos Directores); o a María León (“Concha de Plata” a la mejor actriz) por su espléndido papel en la decepcionante y tópica mirada a la posguerra española que el otrora espléndido Benito Zambrano lleva a cabo en La voz dormida. Entre los premios, quizás el más merecido fuera el de Mejor Guión, otorgado a Kiseki (Milagro), de Hirokazu Kore-eda. Se fueron de vacío, por el contrario, algunas películas que entraban en las quinielas, como Nunca habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu.

No hubo, en la Sección Oficial, apenas ninguna película de género histórico. Sin embargo, si toda película es histórica, pues refleja las vivencias, las inquietudes, los anhelos, los miedos y la mentalidad de la época en que se produce, cabe mencionar la presencia de un buen número de filmes en los que se reivindica la necesidad y la vigencia de la familia como institución básica de la sociedad, y más aún en tiempos de crisis. Con matices diferentes, es el caso de filmes como Los Marziano (Argentina), de Ana Katz; Sangre de mi sangre (Portugal), de Joao Canijo, o la mencionada Le Skylab, pero sobre todo de la japonesa Kiseki. En ella, Kore-eda cuenta la historia, llena de humor y de emotividad, de dos hermanos que tratan de provocar la reconciliación de sus padres divorciados, aprovechando la energía que desprende el encuentro de los trenes de alta velocidad que unen por vez primera las ciudades donde, separados por cientos de kilómetros, viven ambos cónyuges.

Como todos los años, la sección Zabaltegi acogió películas muy diversas, incluyendo algunas de las más interesantes de la muestra. Es el caso de El árbol de la vida, de Terrence Malick; ya estrenado en las pantallas comerciales españolas; de Et maintenant on va oú? (Líbano/Francia/Italia/Egipto), de Nadine Labaki, la directora de Caramel (2007), que muestra en forma de comedia las dificultades de convivencia entre las diversas comunidades religiosas en el Líbano; y del filme iraní Nader y Simin, una separación, de Asghar Farhadi, “Oso de oro” a la Mejor película en el Festival de Berlín, que plantea de nuevo, de forma muy inteligente y sin moralina fácil, los problemas a que los hijos se ven sometidos por la separación de sus padres. Otra dificultad cada vez más acuciante en la sociedades occidentales –el del Alzheimer y la soledad de los ancianos aquejados de esta enfermedad– es el tema central de la notable producción española de animación para adultos Arrugas, de Ignacio Ferreras.

Completaron la programación del Festival algunos ciclos habituales, como Horizontes latinos, reflejo de la especial atención que el certamen viene prestando a las cinematografías latinoamericanas; Made in Spain y Zinemira, centradas en el cine español y el producido en el País Vasco, respectivamente, que permiten ver las virtudes –y las carencias– de nuestra cinematografía. Precisamente el premio especial Zinemira de este año fue para el veterano productor guipuzcoano Elías Querejeta, responsable de la producción de unas cuantas obras maestras del cine español del último medio siglo. Querejeta presentó en San Sebastián el documental de Eterio Ortega Al final del túnel, tercero de la serie de testimonios sobre el problema vasco y la violencia de ETA iniciado por el magnífico Asesinato en febrero (2001). Su nueva aportación, por el contrario, carece del buen hacer del primer trabajo de Ortega y es posible que pase sin apenas dejar huella, y no sólo porque el desarrollo de los acontecimientos (el anuncio del cese definitivo de la actividad armada de ETA un mes después) pueda convertido en obsoleto, a pesar de que contiene testimonios interesantes para conocer la situación vasca en su actual encrucijada. Mucho más interés, por el contrario, tiene el telefilme en dos partes El precio de la libertad, presentado por la televisión pública vasca ETB. Se trata de un biopic sobre el antiguo miembro de ETA y futuro líder del Partido Socialista de Euskadi Mario Onaindia (condenado a muerte en el proceso de Burgos de 1970), que es uno de los acercamientos audiovisuales más acertados a la historia de ETA, a pesar del tono hagiográfico con el que se trata al protagonista.

También hay que mencionar los ciclos dedicadas al cineasta francés Jacques Demy, al cine negro americano reciente y al cine chino de última generación, así como la original sección Culinary Zinema (Cine y gastronomía), especialmente adecuada en un País Vasco que ha hecho de la gastronomía una de sus cartas de presentación a nivel internacional. En resumen, a pesar de las dificultades del viaje emprendido por la nueva dirección del Festival, merece la pena reemprender el trayecto y cargar las maletas de ilusión, a la espera de la siguiente edición de 2012: un año en que el Festival cumplirá un aniversario redondo (60 años), que es de esperar se complete con un resultado más redondo que el de 2011.

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XXI, nº 2 (2011)

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Grup de Recerca i Laboratori d'Història Contemporània i Cinema