Usted, que es hijo y nieto de actores, lleva el teatro en la sangre. ¿Cree que podría haberse dedicado a algún otro oficio? ¿Se lo llegó a plantear alguna vez?
Pensaba dedicarme a otra cosa. De hecho, no lo tuve claro hasta los 18 o 19 años. Antes de dedicarme a la interpretación estuve en un laboratorio de cine y, luego, en el año 62 —hace ya 50 años— pise un escenario por primera vez. Pero al principio, ni mi hermana Clara ni yo teníamos nada claro si debíamos dedicarnos al teatro.
¿Supone una gran responsabilidad pertenecer a una saga tan vinculada al mundo de la interpretación?
En realidad, en aquella época no nos planteábamos esto. En los años 60 pensaba que era una profesión artesanal de la que tenía que vivir; no me planteaba adonde podía llegar, sino simplemente si podía ejercer esta profesión y vivir mínimamente.
Mi familia, tanto mi padre como mi madre, eran muy buenos actores. Mi madre era una actriz muy característica. No ganaban mucho dinero, aunque sí vivían cómodamente porque trabajaban todos los días (parar un mes suponía para ellos un problema grave). Crecimos sabiendo que esta profesión era muy dura. Cuando empecé a trabajar sí que se me dijo varias veces que mis hermanas habían dejado el listón muy alto. Yo siempre decía que ellas eran mujeres que habían hecho su carrera como actrices, y que yo era otra cosa, que era un actor, de otra generación y que podía hacer lo que me diera la gana.
Mis hermanas y yo tuvimos la suerte de poder empezar a trabajar también en la televisión y en el cine. ¡Ya nos habría gustado que mis padres lo hubieran podido hacer! Cuando tengo algún problema económico, alguna dificultad, siempre pienso que si mi madre apareciese por aquí me daría una bofetada (ríe).
Prácticamente todos los actores tienen debilidad por el teatro, pero es justamente en el escenario donde un actor puede sentirse más indefenso (no se puede repetir en caso de equivocación, el público está delante…). ¿Es la gratificación del público lo que les seduce tanto?
Creo que lo que le ocurre al teatro, al menos en mi caso, es que cada día la representación es la misma pero muy distinta a la vez. Por lo tanto, lo que haces cada día es irrepetible. Hay días que piensas que la actuación ha sido el súmmum, pero puede ocurrir que seas capaz de ir más allá… Es un reto diario, una búsqueda y un juego constante con el público, que asiste a un proceso único, efímero e irrepetible. Y en el cine y la televisión esto es algo imposible porque formas parte de un equipo muy grande y no tienes tanto control. El teatro es mucho más pequeño.
¿El teatro conserva la magia de sus orígenes?
Si pusieras a cualquier actor del siglo I de la Era Cristiana delante de un escenario y le preguntases qué ve, te diría que están haciendo teatro. Es decir, aunque hayan pasado 2.000 años reconocería el teatro.
La profesión de actor, por más apasionante que sea, tiene un componente de inestabilidad laboral (nunca sabes si el mes siguiente tendrás trabajo, los horarios son complejos, viajes, etc.) que puede resultar algo incómodo. ¿Cómo se vive sin poder hacer planes a largo plazo?
Hay que imponerse unas rutinas. De hecho, yo las tengo. Es fundamental saber que el principal eje diario es el trabajo. Tienes función a las 21 h y, a partir de ahí, organizas las comidas y el descanso. El mundo de la interpretación es inestable, pero hoy en día todo es absolutamente inestable, no sabes lo que va a pasar mañana. Eso te impide planificar viajes y otros proyectos en según qué momentos, pero tampoco es tan grave, hay que pensar que antes no se viajaba tanto, antes no había descanso. Hay una especie de desubicación. Ahora, la gente de la Costa Brava que conozco está continuamente viajando. Siempre pongo como ejemplo a Immanuelle Kant, que en toda su vida no salió ni una sola vez de su pueblo natal, Königsberg. Un pensador que ha dejado un importantísimo legado en el campo de la filosofía, pero que jamás salió de su pueblo.

Ha recibido dos premios Goya por La comunidad y El cielo abierto. ¿Hasta qué punto son importantes los premios y los galardones?
Es un reconocimiento de los demás. Según de dónde vengan, son muy agradables. También puede pasar que no lo sean... Por poner un ejemplo, este año no me gustaría recibir ningún premio relacionado con el PP porque no estoy de acuerdo con su política, y me resultaría desagradable tener que rechazar algún premio, pero estoy dispuesto a hacerlo. Es un tema de solidaridad. Hay muchísima gente que lo está pasando realmente mal y me parecería muy poco elegante aceptar un premio que viniera de estas personas que están masacrando nuestra profesión de manera sospechosa.
¿Cree que la interpretación en particular y la cultura en general están siendo maltratadas?
Sí, absolutamente y, además, con una arrogancia notable. Consideran que nosotros, los actores, somos responsables de dos cosas que, como ciudadanos, teníamos todo el derecho del mundo a hacer. La primera es estar en contra de la guerra de Irak (cada día sacábamos un cartel). La segunda es el fracaso, sólo atribuible al gobierno del señor Aznar, en las elecciones de 2004 a raíz del atentado en Madrid. Un gobierno no puede permitir que estas cosas influyan. Es muy sospechoso que en veinte años jamás me hayan hecho ninguna inspección fiscal y, sin embargo, en marzo de 2012 me hicieran una.
Creo que se ha vetado la cultura. Es una indefensión absoluta. Al Gobierno actual le encanta meterse en charcos y enfangarse. No son dialogantes, ni receptivos. Es el «ordeno y mando». Aunque en este país todavía hay gente sensata, incluso en las filas del PP, los dirigentes actuales tienen muy poca cultura y una inteligencia muy perversa. Hay mucho sectarismo.
La obra Poder absoluto, que ha estado representando en la sala Villarroel de Barcelona junto a Eduard Farel·lo, es justamente un thriller político de Roger Peña que se sumerge en el mundo de la corrupción y desenmascara la realidad de la vida pública política...
La obra está basada en un caso real: el de un político austríaco, Kurt Waldheim, que después de haber sido secretario general de las Naciones Unidas y presidente de Austria, se descubrió que había sido oficial de las SS. Cuando el escándalo se destapó, se terminó su trayectoria política. La obra nos lleva a la Austria de los años noventa y nos presenta la vida de un sujeto que se parece bastante a Waldheim y su enfrentamiento con un personaje más joven, un político de un par de generaciones posteriores a la suya.
¿Cuáles son sus proyectos más inmediatos?
Representaremos esta obra en Valencia y Madrid. Después, gravaremos tres capítulos de la serie Gran Reserva. Si la tercera temporada de la serie funciona bien, se grabaran diez capítulos más para completar la cuarta temporada.
Como amante del mar que es y después de más de 50 años de carrera, ¿piensa retirarse algún día en un pueblecito de costa o es que un actor jamás baja de los escenarios?
En realidad, ya me he retirado algunas temporadas a la Costa Brava. De los treinta y tres a los cuarenta y cuatro estuve en la Costa Brava y fueron años muy felices. Creo que es bueno retirarse de vez en cuando y después volver. Si el cuerpo aguanta, que también hay que cuidarlo. Sólo debes retirarte definitivamente cuando la decadencia sea preocupante.
