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EL AMERICANO, DE NEGOCIOS POR LA VIEJA EUROPA

 

Por DANIEL SEGUER

T.O.: The American (USA, 2010). Producción: Focus Features International, This Is That, Greenlit y Smokehouse. Productores: Anne Carey, Jill Green, Ann Wingate, Grant Heslov y George Clooney. Dirección: Anton Corbijn. Guión: Rowan Joffe, basado en la novela A Very Private Gentleman, de Martin Booth. Fotografía: Martin Ruhe. Música Original: Herbert Grönemeyer. Diseño de producción: Mark Digby. Montaje: Andrew Hulme. Sonido: Naomi Dandridge.

Intérpretes: George Clooney (Jack/Edward), Violante Placido (Clara), Thekla Reuten (Mathilde), Paolo Bonacelli (padre Benedetto), Johan Leysen (Pavel), Filippo Timi (Fabio), Anna Foglietta (Anna), Irina Björklund (Ingrid).

Color – 105 min. Estreno en España: 17-IX-2010.

Entre los oficios más antiguos del mundo, desde que el hombre abandonó las cuevas y cruzó el sedentario umbral de la Historia, figura el de matar a alguien a cambio de dinero. Dicha actividad laboral, lejos de haberse extinguido (o siquiera minimizado)  merced a logros históricos sustanciales, como la Declaración de los Derechos del Hombre y demás episodios legislativos semejantes, está absolutamente en auge en nuestros días. Eso sí, los sufridos trabajadores del gremio han tenido que adaptarse constantemente a los cuantiosos avances tecnológicos surgidos de un modo mucho más preciso y exhaustivo que el resto de sus congéneres humanos en sus respectivos oficios, puesto que básicamente les va la vida en ello.

El americano sigue los pasos de Jack, un asesino a sueldo en horas bajas hastiado de sus obligaciones laborales. Dicho personaje, interpretado por George Clooney, sufre la persecución de un grupo análogo de profesionales suecos por un trabajo previo ajeno al espectador. Y, como medida preventiva básica en estos casos, se traslada a la otra punta de Europa, a otro paraje mínimamente transitado en el que poder ocultarse hasta cierto punto del metraje, como es predecible.

Ésta es, en síntesis, la trayectoria argumental del segundo film de Anton Corbijn, reputado director de videoclips que, siguiendo los pasos de ilustres predecesores como Spike Jonze o Michel Gondry, dio el salto al largometraje de ficción con Control (2007), biopic sobre Ian Curtis, cantante de Joy Division: una puesta en escena detallista en cuanto a las maneras del oficio y pretendidamente exenta de juicios morales que se encasquilla en más de una ocasión víctima de unos personajes poco evolucionados. Entre los aciertos de la cinta está la elección de Clooney, que sabe exteriorizar la catarsis que supone no poder mantener recluida por más tiempo la necesidad de tener un vínculo sentimental con una mujer. Una interpretación minimalista para un personaje de porte educado y elegante (característica ya intrínseca a cualquier recreación del actor), que lleva una vida de hábitos espartanos: entrenamiento físico diario y ausencia de cualquier contacto social, para establecer así un perímetro de seguridad adecuado.

Jack es un hombre que se pasa el día sospechando sistemáticamente de todo el mundo entre café y café: una ansiedad que le augura un inminente paro cardíaco a la vuelta de cualquier esquina. Pero afortunadamente, cómo no, es un profesional altamente cualificado, uno de esos tipos que con cuatros piezas obsoletas diseña un arma de precisión, capaz de matar a alguien con los mínimos movimientos posibles y, al mismo tiempo, de poseer la sensibilidad suficiente para valorar la belleza en cualquiera de sus múltiples variantes, ya sea una mujer entregada o una mariposa en peligro de extinción. Dicha dualidad es un rasgo muy recurrente en la personalidad de este tipo de personajes –recordemos, sin ir más lejos, a John Malkovich en la a todas luces superior  El juego de Ripley (Ripley´s Game; Liliana Cavani, 2002), otro americano de paseo por Italia capaz de asesinar sin miramientos y admirar segundos después una figura de Ícaro–, y no en vano el savoir faire de Clooney garantiza dicha premisa. Además, Corbijn sabe evitar incurrir en la autocomplacencia de unos caracteres que en muchas otras ocasiones deriva hacia la idolatría de un protagonista de indudable inmoralidad, por el simple hecho de ser el protagonista de la ficción. Es por ello que quien busque una película convencional de acción en El americano se llevará una bofetada en la cara, puesto que, lejos de avasallar al espectador con una sucesión inagotable de violencias varias –impostura arquetípica de la mayoría de la oferta cinematográfica estadounidense–, el cineasta se centra en el derrumbe emocional de alguien que ha topado con sus propios límites, en la contemplación de los hábitos y tensiones que lo han llevado al borde del precipicio. Sin embargo, precisamente en dicha tangencia empiezan las carencias de la película.

Podría esgrimirse que la voluntad de abandonar el oficio, tras el descubrimiento de unos incipientes principios éticos, no necesita de una mayor exposición interpretativa en un personaje áspero y con un atrofiado don de gentes. Sin embargo, Jack no exterioriza lo suficiente el tránsito moral de dicha exoneración, no para goce de sus vecinos, sino del espectador; motivo por el que el despliegue narrativo de Corbijn pende de un hilo muy fino a merced de los vaivenes carenciales del guión. Por si fuera poco, los perfiles dramáticos de los dos personajes principales que le dan la réplica acentúan dicha privación: el padre Benedetto y la prostituta Clara. La presencia del cura resulta del todo insustancial a lo largo del film, mientras que la del personaje interpretado por la voluptuosa Violante Placido, sin ser una presencia destacable, es la culminación del punto de inflexión de Jack. El cura, un entrometido con vocación interrogativa que busca devolver al redil a un alma descarriada (y, de paso, la suya propia); la prostituta, una chica que ansia huir de su oficio tanto como Jack del suyo, y en cuyos tránsitos vitales ambos se descubrirán como la oportunidad de una nueva vida. Clara resulta de presencia obligatoria en un discurso que, a fin de cuentas, gravita en gran medida entorno a ella; pero el padre Benedetto se antoja un personaje encorsetado, cuya única finalidad reside en aportar un contrapunto moral por el simple hecho de llevar un hábito, pese a que sus palabras distan mucho de alcanzar dicho propósito. Tropiezan, pues, tres versiones de un arquetipo de personaje con aristas oscuras que intentar ocultar, más allá del diferente enjuiciamiento de sus respectivos actos. Un intento de visión poliédrica en la que las escalas de grises que definen las diversas personalidades devienen fallidamente un esqueleto poco fraguado de la realidad.

Por otro lado, hay que reconocerle al director el saber arropar a la historia con  puntos de apoyo destacables, como el bello contraste entre los amplios espacios naturales escandinavos y las retorcidas callejuelas del medievo italiano, o la recreación contemplativa de la curvilínea silueta de Placido. Pese a ello, tropieza innecesariamente en dos menciones a sendas manifestaciones de la cultura italiana que chirrían como una frenada ferroviaria de urgencia, una por previsible y otra por tosca en su inclusión. La primera, la presencia del tema musical de Renato Carosone Tu vuò fa´ l´americano en la banda sonora de la película, merecido éxito discográfico de mediados de los 50 catapultado hasta nuestros días. Y si bien es cierto que todo nativo con el que se tropieza Jack alude a su nacionalidad, veo aventurado establecer un paralelismo entre el estereotipo de americano que designa la canción y el tipo de persona que es el protagonista que nos ocupa (aunque haya unos cuantos semejantes sueltos al otro lado del celuloide que representen un microuniverso sui generis del American Way of Life). La segunda, la aparición en la pequeña pantalla, mientras disfruta de un espresso, de unas imágenes de la película de Sergio Leone Hasta que llegó su hora (Once Upon a Time in the West, 1968), con ridícula exaltación patriótica incluida del dueño del bar. La reivindicación de Sergio Leone como un buen director no me resulta desafortunada, máxime cuando existe un cierto paralelismo entre sus personajes (hombres cuyo único leitmotiv lo configura el dinero, y el trámite obligatorio de matar por conseguirlo) y Jack; pero sí focalizar la cultura italiana en referentes mediáticos cuya elección viene motivada esencialmente por ser fácilmente reconocibles para el público estadounidense, hecho que, en el contexto global de la cinta, denota un barniz identitario un tanto simplista.

En definitiva, El americano es un film que se pierde por carreteras secundarias en lo que podría haber sido una interesante introspección vital. Un recorrido por tierra de nadie que ni una brújula mediática del carisma de George Clooney consigue enderezar, pese a ser un proyecto más cercano a los que selecciona como inquieto director que como galante actor a las órdenes de otros realizadores de anhelos mercantilistas.
 

FILMHISTORIA Online, Vol. XX, nº 2 (2010)

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