|HOME|

|VOLUMEN XX|

|NÚMEROS ANTERIORES|

|STAFF|

|LINKS|

|CONTACTO|

SANTIAGO ESPINOZA y ANDRÉS LAGUNA:

El cine de la nación clandestina. Aproximación a la producción cinematográfica boliviana de los últimos 25 años

La Paz: Editorial Gente Común y Fundación Educación para el Desarrollo-Autapo, 2009, 200 pp.

 

Andrés Laguna y Santiago Espinoza aman el cine (especialmente el nuestro) y por encima de todas las cosas a Jorge Sanjinés. Por eso, su libro de análisis –presentado este mismo año 2010 en la Cinemateca paceña– (“aproximación” lo llaman ellos, siempre tan humildes) del último cine boliviano se titula El cine de la nación clandestina: aproximación a la producción cinematográfica boliviana de los últimos 25 años. Espinoza y Laguna, (responsables del suplemento cultural dominical del diario Opinión de Cochabamba, Ramona, junto a Sergio de la Zerda) sostienen que el cine boliviano atraviesa por su tercera etapa histórica (la primera es la silente 1897-38; la sonora 1938-1980), siendo ésta denominada la era digital marcada por La Nación Clandestina(1989) de Sanjinés, debido a la relación constante (de negación, de reinvención, de reconocimiento, de continuidad…) que ha tenido el cine nacional con dicha película (la de mayor galardón allende nuestras fronteras).

Los autores consideran que el cine es la más representativa de las expresiones artísticas de Bolivia, la única que ha trascendido dentro y fuera de la patria. Y la que atraviesa en estos años del nuevo siglo, su mejor momento en cantidad y calidad, gracias a dos factores: la democratización con sus peros del digital y la formación creciente académica y empírica de nuestros cineastas. Como consecuencia de ambas causas, cada vez hacemos más películas y mejores (obviamente las hay también mediocres, malas y muy malas). Dicho esto, el libro repasa nuestras taras: el cine boliviano es elitista, para cinéfilos, deficitario, con gravísimas falencias en la producción-exhibición-distribución-comercialización y poco dado a salirse del género político-social (con su triángulo Sanjinés-Eguino-Agazzi).  Y para mal de males, aprócrifo (no se escriben libros de cine y sólo tenemos dos, éste es el tercero, sobre historia de cine boliviano, uno de Carlos Mesa y otro de Alfonso Gumucio, aparte de la tarea incansable de Pedro Susz).


Así que uno de los desafíos, según los autores, es convertir el cine en masivo y accesible para todos y todas (pues si bien hacemos cada vez más películas, cada vez se ven menos).  Si en los ochenta y noventa, el promedio de cine boliviano (en la etapa de transición del largometraje en 35 mm y la irrupción del digital) era un filme al año, a partir del 2003 (fecha clave con Bellott y su Dependencia sexual) el promedio ha pasado primero de tres a cinco, luego a la docena (en 2007 y 2008) y actualmente (en 2009) a casi una treintena de películas, 29 filmes, con tres exponentes “para mostrar” (Zona sur, Hospital Obrero, El ascensor). Eso es un “boom”.


La necesidad de una mayor implicación del Estado (casi ausente, a pesar de la recuperación de los fondos de Ibermedia para este 2010), la adopción de una visión empresarial de los cineastas (verdaderos artífices del buen momento de nuestro cine, siempre a puro pulmón), el aporte de la empresa privada y los canales televisivos (otros grandes ausentes), la aplicación de cuotas de pantalla para la producción audiovisual nacional, junto a una estrategia seria y colectiva para romper con el quasi monopolio de la distribución y la exhibición de cine en manos de las “majors” y sus representantes, son medidas urgentes para que el cine nuestro sea un poco más de todos y todas. Y entonces, quizás, también aumente y crezca en su diversidad, orígenes, temáticas y géneros (como el documental que vivió en 2009 su año dorado con siete documentales estrenados en las salas).


Laguna y Espinoza abordan en la segunda parte del libro la cuestión temático-estética de las casi 50 películas que se han hecho en los últimos 25 años. Para sentar la absoluta hegemonía del género político (dividido en el cine revolucionario de Jorge Sanjinés y sus aportes teórico-prácticos y el cine “posible” de Antonio Eguino), amenazada ligeramente en el pasado por la comedia social (de Agazzi y Loayza) y actualmente por un rebalse de géneros (documental, tragicomedia, de acción, thriller, comercial... y esa incapacidad ya crónica de hacer buenas comedias light, quizás, el último obstáculo a superar por el cine boliviano en ésta su particular edad de oro).


De lo que se olvidan los autores del libro es de los antecedentes “clandestinos” del cine intimista, que ahora reinvidican ciertos cineastas jóvenes, que creen ser pioneros en este género, antecedentes que nos devuelven a los primeros pasos, allá por los años setenta, de Carlos Mesa y Pedro Susz (hacedores de varias obras, entre ellas, El vampiro de mi corazón) o Umbral de Diego Torres.


El cine de la nación clandestina. Aproximación a la producción cinematográfica boliviana de los últimos 25 años viene a cumplir y llenar un hueco enorme: el repaso actualizado, histórico y crítico (con sus odios y amores) del último cine autóctono, cuando pasamos de la desesperanza y el estado de coma (con años y años donde no se estrenaba una película) a tener ligeros problemas para seguir la vertiginosa catarata de estrenos nacionales. Y viene a contribuir de sobremanera en la tarea más urgente y vital para todos y todas: la cadena que comienza por la formación del público de cine boliviano, que redunda en una lectura crítica de nuestras películas y ésta a su vez en una mayor exigencia para con los cineastas y los deseos de una mejora en la calidad de la producción audiovisual del país. El libro de Laguna y Espinoza es una montaña de arena en esa cadena y en la trinchera de nuestro cine, decidido a pelear en una guerra desigual, ganando batallitas en cada estreno.

 

RICARDO BAJO H.

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XX, nº 2 (2010)

|VOLVER A NÚMERO 2|


Grup de Recerca i Laboratori d'Història Contemporània i Cinema