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RAFAEL DE ESPAÑA:

La pantalla épica. Los héroes de la Antigüedad vistos por el cine

Madrid: T&B Editores, 2009, 495 pp. Col. Historia

 

Como su propio autor aclara en el prefacio, La pantalla épica. Los héroes de la Antigüedad vistos por el cine es una especie de prolongación/revisión/ampliación de otra de las más famosas obras de Rafael de España, El Peplum. La Antigüedad en el cine. «Si en el libro de 1998 dedicaba el prólogo a desgranar recuerdos nostálgicos de mis lecturas homéricas —escribe—, ahora quiero ser más práctico e intentar clarificar cuáles son los aspectos básicos de la representación de la Antigüedad en el cine». De este modo, Rafael de España deja claro desde el principio que, a la hora de abordar cualquier análisis sobre Cine e Historia, o si se prefiere, sobre el así llamado «cine histórico», tenemos que partir de una serie de conceptos predeterminados. El primero, y en este caso quizá el más importante, es que la Historia es algo más relativo y subjetivo de lo que se suele reconocer. Parafraseando al novelista e historiador Alfonso Mateo-Sagasta, cuya cita reproduce De España en este prefacio: «La Historia no existe. Todo es interpretación».

No hay una seguridad total y absoluta en torno a los hechos históricos, y más cuando si, como aquí, nos referimos a hechos de la Antigüedad o del Mundo Antiguo, llámese como se quiera; «si en la actualidad estamos todavía discutiendo quién mató a Kennedy con permiso de Oliver Stone— en 1962, es decir, ayer mismo, cuando ya existía la prensa, la radio, el cine y la televisión, ¿cómo podemos asegurar con tanta certeza que a Julio César lo liquidaron un grupo de conspiradores republicanos dirigidos por el noble Bruto?; ¿cómo sabemos tantas cosas sobre Moisés, un personaje sobre el cual no hay la menor constancia histórica?; ¿por qué decimos que los persas y los cartagineses eran los enemigos de la civilización y debían ser exterminados?...». En segundo lugar, el cine en general y el cine llamado «histórico» en particular, se asienta sobre dos conceptos que agudizan, si cabe, el contenido subjetivo y parcial de la interpretación de la Historia; por un lado, el de representación: el cine no muestra la realidad, la recrea; el cine histórico no muestra acontecimientos tal y como sucedieron, sino que ofrece una representación —igualmente subjetiva y parcial— de los mismos; por otra parte, lo que el cine histórico representa gira alrededor del Mito: parafraseando de nuevo a De España cuando cita al novelista Gregory Norminton al respecto: «Para entender el mundo oscilamos entre la Historia y el Mito. El Mito, por supuesto, es más fiable. Al ser una falsedad literal no puede aspirar a ser nada más que lo que es».

 

 

Sobre esta inteligente base, Rafael de España propone un recorrido histórico-cinematográfico, que combina con gracia y equilibrio Historia del Mundo Antiguo e Historia del Cine a partes iguales, a lo largo de un excelente ensayo que tiene la cualidad de dejar claro en todo momento que una cosa es el valor de una película desde un punto de vista de fidelidad histórica a los hechos que narra (o, mejor dicho, «representa»), y otra bien distinta sus valores estrictamente cinematográficos, todo ello, claro está, sin perjuicio de los supuestos en que ambos méritos puedan llegar a superponerse o solaparse. Muy útil resulta, en este sentido, un primer capítulo que precede a la entrada en materia cinematográfica y que, como su propio título indica, «Breve introducción histórica», intenta —y consigue— situar al lector en los fundamentos de los principales hechos históricos sobre los cuales se sustenta el cine sobre el Mundo Antiguo, esto es, y a grandes rasgos, el Antiguo Egipto, la mitología griega y el Imperio Romano; queda así establecido un, digamos, «terreno de juego», a partir del cual De España construye un ensayo dividido, temática y cronológicamente, en tres partes: «La edad de la inocencia», dentro del cual se desarrollan los capítulos «La épica del silencio», sobre el cine en torno a la Antigüedad de la época silente, y «El cine habla, la Antigüedad enmudece», sobre el cine realizado al respecto entre los años treinta y cuarenta; la segunda parte, «Las glorias del Imperio», se divide a su vez en tres capítulos, los más extensos: «Entre Hollywood y Cinecittà», sobre la producción norteamericana de cine «histórico-antiguo» rodada en Europa durante la década de los cincuenta, «El peplum», sobre la producción estrictamente europea de entre finales de aquella misma década y que se prolongó hasta los años sesenta y entrados los setenta, y «Lo que queda del día», en torno a la influencia del peplum sobre el cine internacional; y una tercera parte, «Las cenizas del ave Fénix», que en cuatro capítulos finales, «Un género bajo la influencia», «De lo escrito a lo filmado», «El nombre de Dios en vano» y «La persistencia de la memoria», remata el ensayo abordando otras parcelas no menos interesantes, como son las parodias sobre el cine de la Antigüedad, el tema de las adaptaciones al cine de obras de teatro y novelas ambientadas en el Mundo Antiguo, las diversas versiones cinematográficas de la figura histórico-religiosa de Jesucristo, y las últimas incursiones de la cinematografía mundial en las procelosas aguas de la Antigüedad fílmica.

La pantalla épica. Los héroes de la Antigüedad vistos por el cine tiene como principal virtud su manera de alcanzar un espléndido equilibrio entre documentación y reflexión, erudición y análisis crítico. Rafael de España no se limita a demostrar lo mucho que sabe y/o que ha visto al respecto a lo largo de su trayectoria profesional, sino que además arroja su propia interpretación sobre aquello que conoce tan bien; su libro busca cubrir huecos, aclarar dudas e iluminar parcelas mediante una contundente carga de información, pero ello no le impide «mojarse» y opinar libremente sobre aquello de lo que está hablando. Es de agradecer, en este sentido, que el autor no haya hecho un (otro) libro para solaz de los cinéfilos, sino una obra seria y rigurosa que no pretende ser únicamente un recordatorio de películas, directores y actores (aunque incluya anexos habituales en este tipo de volúmenes en forma de Filmografía, Notas e Índice onomástico), sino también una digresión personal e individualizada sobre el tema abordado. Resulta asimismo muy estimulante que De España no se detenga más en las más famosas contribuciones al género, esto es, las superproducciones norteamericanas de ayer y hoy como puedan ser Los diez mandamientos (1956), de Cecil B. DeMille, Ben-Hur (1959), de William Wyler, o Gladiator (2000), de Ridley Scott, sino que las aborde en plano de igualdad con la mucho más abundante producción realizada en Europa a lo largo de todas las épocas; véase, por ejemplo, la extensión y minuciosidad de su capítulo dedicado al peplum, respecto al cual vuelve a rechazar la tendencia, tan habitual entre comentaristas comodones, de englobar dentro de la misma todo el cine sobre el Mundo Antiguo (¡hasta de la reciente Ágora se ha dicho que es un peplum!): «en realidad, sólo deberíamos hablar de peplum para referirnos a películas básicamente italianas (casi siempre en coproducción con algún otro país europeo) y de presupuesto moderado (que oscila entre unos selectos títulos de “gama alta” y un grupo nutrido de aspecto más pobretón)». También merece el aplauso que el volumen incluye referencias, digamos, tangenciales a films que abordan el Mundo Antiguo desde perspectivas más heterodoxas, dentro de las cuales se incluyen desde versiones humorísticas hasta aproximaciones «de autor» como, por ejemplo, el Pier Paolo Pasolini de El evangelio según San Mateo (1964). O que en ocasiones se desmarque de la opinión mayoritaria mediante apreciaciones personales a contracorriente, tal es el caso, por poner un pequeño ejemplo, de su defensa de la por lo general menospreciada Alejandro Magno (2004), de Oliver Stone. Todo ello no hace más que reafirmar el interés de esta obra de Rafael de España, de amena y más que recomendable lectura.  

 

TOMÁS FERNÁNDEZ VALENTÍ

 

FILMHISTORIA Online, Vol. XX, nº 1 (2010)

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