T.O.: No Country for Old Men. Producción: Scott Rudin/Mike Zoss Productions para Miramax Films y Paramount Vantage (USA, 2007). Productores: Scott Rudin, Joel y Ethan Coen. Directores: Joel y Ethan Coen.Argumento: basado en la novela homónima de Cormac McCarthy. Guión: Joel y Ethan Coen. Fotografía: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Diseño de producción: Jess Gonchor. Montaje: Roderick Jaynes.

Intérpretes: Tommy Lee Jones (Sheriff Ed Tom Bell), Javier Bardem (Anton Chigurh), Josh Brolin (Llewelyn Moss), Woody Harrelson (Carson Wells), Kelly MacDonald (Carla Jean Moss), Garret Dillahunt (Wendell), Tess Harper (Loretta Bell), Barry Corbin (Ellis).

Color – 122 min. Estreno en España: 8-II-2008.

Los hermanos Joel y Ethan Coen han sido un referente importante dentro del panorama del cine independiente norteamericano de las últimas tres décadas. Dotados de un estilo particularmente ecléctico, los Coen han rodado desde comedias alocadas –como Arizona Baby (1987), El gran Lebowski (1998) y O Brother! (2000)– hasta homenajes al cine clásico –como el film noir recreado en Muerte entre las flores (1990) o la fábula navideña al estilo de Frank Capra evocada en El gran salto (1994)–. Sin embargo, el cine policiaco ha sido el género donde siempre han brillado con luz propia a través de una genial recreación de las tipologías más características de la América profunda. Cintas como Sangre fácil (1984), Fargo (1995) o El hombre que nunca estuvo allí (2001) ponen de manifiesto una visión crítica de la forma de vida dentro del sistema estadounidense por medio de un sentido del humor atípico, extravagante y muy negro.

Con todo, el éxito alcanzado por este par de realizadores quedó algo ensombrecido dentro del nuevo milenio a causa de la desigualdad de criterios con que los críticos acogieron sus dos películas más recientes: Crueldad intolerable (2003) y Ladykillers (2004). Mientras que la primera de ellas trataba de recuperar –con escasa fortuna– la lucha entre sexos tan característica de las screwball comedies, la segunda se reveló como un innecesario remake de un gran clásico de la comedia británica: El quinteto de la muerte (1955), de Alexander Mackendrick. Por otra parte, su breve episodio para el film coral Paris, je t’aime (2006) tampoco estuvo a la altura del talento demostrado años atrás con la Palma de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cannes de la que se hizo merecedora la magistral Barton Fink (1991), retrato caótico y kafkiano de los entresijos del mundo de Hollywood. Por ello, resulta especialmente gratificante comprobar la buena salud de que aún goza el cine de los hermanos Coen gracias al estreno de su último film No es país para viejos (2007).

Para su nuevo proyecto, esta pareja de cineastas ha recurrido a la adaptación de una obra literaria de Cormac McCarthy, un verdadero peso pesado de la actual narrativa estadounidense y ganador del premio Pulitzer por su novela La carretera en el año 2007. Responsable de la célebre “trilogía de la frontera” (Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades en la llanura), McCarthy se ha convertido en uno de los cronistas más implacables del nuevo Oeste norteamericano, reflejando en sus libros el final de una época y de un estilo de vida con la irrupción de un nuevo universo de violencia. Perspectiva que, sin lugar a dudas, le emparenta con ese gran maestro del western crepuscular, lírico y nostálgico que fue Sam Peckinpah.

A pesar de la fidelidad con que los Coen se han aproximado al texto homónimo de McCarthy, su film no enlaza directamente con el cine de Peckinpah sino que más bien regresa sobre las huellas que los propios autores dejaron en obras anteriores. El arranque del film es muy similar al inicio de Blood Simple y proyecta una mirada tremendamente escéptica sobre los cambios que se están introduciendo en la sociedad americana actual por medio del fenómeno político, contrastando la dureza de su tratamiento con la filmación de hermosos planos generales de los desiertos de Texas. Sobre este punto, Joel y Ethan Coen han hecho las siguientes declaraciones:

Ni la novela de McCarthy ni el film contienen un discurso abiertamente político. Se narra un relato ambientado en 1980 en el que se reflexiona sobre cómo se transforma tu visión del mundo a medida que envejeces y todo cambia.
En este momento vivimos con cierta desesperación el estado del mundo. Tomamos conciencia del horror que nos rodea. Y en ese aspecto, es fácil encontrar una correspondencia entre la película y la realidad.


El film narra la persecución que un criminal psicópata (Javier Bardem) emprende tras los pasos de un individuo que se ha apoderado de un botín de dos millones de dólares (Josh Brolin), resultado de una operación de contrabando de drogas. Un veterano sheriff (Tommy Lee Jones) intentará ayudar al joven ladrón y a su esposa (Kelly MacDonald) contra ese vendaval de violencia que ha penetrado en sus vidas. Sin embargo, la propia ley se ve superada por la brutalidad de los acontecimientos: la desilusión se apoderará de este personaje que contempla atónito el paso del tiempo y la llegada de un mundo de crueldad irracional frente al cual las viejas leyendas sólo tienen la opción de claudicar.

Por consiguiente, la densidad de la obra es el resultado natural de la combinación de un tiempo cinematográfico lento y dilatado unido a la hondura de la reflexión ética que los hermanos Coen intentan aportar al relato. Los tres personajes principales componen un mosaico de situaciones del que se desprende una singular concepción interna de la narración. Joel Coen ha manifestado su particular punto de vista sobre la adaptación en los términos siguientes:

No es país para viejos es una historia que posee una estructura muy particular. Arranca como una novela pulp, pero luego deviene algo más, un texto de profundo calado moral.
Esto es lo más cerca que estaremos nunca de hacer una película de acción. Es una historia de persecución en la que Chigurh persigue a Moss, y el sheriff les sigue a los dos. Y eso se traduce en una gran actividad física para conseguir un objetivo. Nos interesó desde el punto de vista de película de género, pero también porque subvierte lo que se espera del género.

A pesar de todo, resulta difícil calificar de western la presente obra de los hermanos Coen. En tal caso, la adscripción a este género se debería antes a factores contextuales que al propio tratamiento temático. El argumento sería fácilmente extrapolable al cine policiaco, motivo por el cual quizás sea más conveniente definir el film como una pieza de autor. De cualquier modo, cabe contemplar este regreso de los Coen al terreno de la violencia como un signo de retorno a unas constantes que ya estaban presentes en Fargo (sólo que allí lo estaban bajo el gélido aspecto de un paisaje nevado). El propio Ethan Coen ha declarado sus intenciones respecto al film:

Es obvio que el relato contiene elementos del western, pero nuestro referente central era la novela, no los códigos de un género determinado. A posteriori diría que el film no es tanto un western, sino más bien cine policiaco.

En cuanto al cariz personal de esta adaptación literaria, puede afirmarse que No es país para viejos es, en esencia, uno de los films más coherentes dentro de la filmografía de sus autores. En él se reúnen los elementos presentes en todos los thrillers de los hermanos Coen: un caricaturesco retrato de tipologías acompañado de un soterrado sentido del humor negro. El colofón lo aporta esa pesimista y crepuscular reflexión en torno a la entrada de una nueva época por medio de una escalada de violencia que ni el más vanidoso guardián de la ley es capaz de detener.

Tras un largo y afortunado periplo por varios festivales europeos y norteamericanos, el film se alzó con ocho nominaciones a los Oscar, de los cuales finalmente acabó ganando las estatuillas correspondientes a Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Adaptado y Mejor Actor de Reparto para Javier Bardem. Se trata de la primera ocasión en que la Academia de Hollywood ha reconocido con un galardón la labor interpretativa de un actor español.