La reaparición de Icíar Bollaín como directora se ha hecho esperar. Cuatro años después, y tras la buena acogida de Te doy mis ojos (2003), la cineasta madrileña opta por la continuidad estilística y argumental –de nuevo una visión de la sociedad actual desde los ojos de la mujer–, si bien la historia que narra es menos comprometida que la precedente.
Pese a que el argumento pueda parecer una trama propia de cine de género, pronto se desvela cuál es el interés primordial de la cineasta. Su propuesta se centra en tres pequeñas historias que se van entrelazando mediante el nexo del trabajo conjunto en una agencia de detectives. La narración resulta eficiente gracias a la labor previa de guión, firmado por la propia Bollaín y Tatiana Rodríguez, y poco a poco se desvela como dual: por un lado están aquellos momentos de investigación que son utilizados como excusa para desvelar con paciencia los caracteres de las tres protagonistas; por otro lado, los dedicados a la vida “privada” de cada una de ellas, puro ejercicio de psicología que se convierte en el eje de la película.
Desde los mismos créditos iniciales queda clara la intención del film, con unas escenas que entremezclan imágenes correspondientes a los seguimientos efectuados por las detectives y otras pertenecientes a la vida de las propias protagonistas. El espectador apenas ha de actuar para involucrarse en su mundo de espías. La realizadora nos conduce de la mano por el entramado argumental y logra que nos convirtamos en una suerte de vouyeures.
Estas mismas imágenes que, inestables y aceleradas, nos introducen en el ritmo de la historia, reafirman un estilo propio que la cineasta ya había desarrollado en sus trabajos anteriores, desde su bautismo con Hola, ¿estás sola? (1995), pasando por Flores de otro mundo (1999), hasta la aclamada Te doy mis ojos (2003). Su estética es plenamente realista y la historia y las imágenes se muestran próximas, verídicas –a cualquier conocida nuestra le podría pasar lo que le sucede a las protagonistas–, y el espectador se apropia de las mismas desde el inicio del film. Y lo que hace que esto sea posible es la estupenda labor de análisis de los personajes. Icíar Bollaín los trata con mimo, los deja respirar y evolucionar con paciencia, sin interferencias –la excepción es el personaje de Alberto (Adolfo Fernández), que es un desconocido para el espectador a lo largo de toda la película–. Así, el personaje de Carmen (Nuria González), una mujer desencantada que tiene que hablar con las plantas porque no tiene nada que decirse con su marido, opta por seguir los consejos que ella misma ha dado con anterioridad; Eva (Najwa Nimri), práctica y decidida, logra olvidar su desilusión y desconfianza hacia Iñaki; e Inés (María Vázquez), soñadora y preocupada en exceso por su trabajo, compromete su vida laboral por el idealismo de una causa justa. Las tres parten de un punto inicial en el que no se encuentran satisfechas plenamente y logran evolucionar hacia un estadio más satisfactorio.
El trabajo de los actores, dirigidos con eficacia por la directora, pone de relieve este análisis psicológico. Las interpretaciones no desmerecen la complejidad de los personajes, y están a la altura de las circunstancias, incluyendo la actuación de los coprotagonistas masculinos, cuya réplica apoya el desarrollo de los personajes femeninos, enriqueciéndolos.