Bajo estos parámetros transcurre el guión de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, una cinta cuya finalidad principal es la de entretener y que, en este sentido, puede englobarse dentro del denominado “cine familiar”. El guión es ciertamente sencillo y plantea, en ocasiones, un desarrollo de la acción precipitado y simplificado, en aras del entretenimiento. La película pretende ser, además, un homenaje a la saga, con continuos guiños a la misma, así como a otras películas admiradas por Spielberg y Lucas. No es por eso extraño que se la haya calificado como de reencuentro familiar entre los personajes y el director. Resulta ser, además, una especie de compendio del cine de Spielberg, en el que se combinan sus películas de aventuras, las más serias, y las de ciencia ficción.
En esta ocasión la ambientación se sitúa en los años cincuenta, concretamente en 1957. La recreación de aquella década constituye uno de los mayores méritos de la obra, que nos traslada a la época de la guerra fría, las pruebas atómicas, la fiebre anticomunista, las pandillas juveniles, y la obsesión por los extraterrestres, los coches y la música. Pero lo realmente original es que algunos de esos elementos se incorporan a la propia trama, particularmente la obsesión por la vida extraterrestre, como si se tratara de una película de los años cincuenta. Ante este nuevo contexto histórico, Indiana Jones abandona el romanticismo de los años treinta y se adentra en la modernidad, a la par que se ve obligado a cambiar de enemigos, más propios ahora quizá de un James Bond: el régimen soviético.
La ambientación espacial salda la deuda contraída con la primera y más celebrada secuencia de la saga, que tiene por escenario la jungla sudamericana, y regresa a las civilizaciones precolombinas, las cuales proporcionan uno de los mundos más atractivos para la aventura. Si bien la trama no es, en este punto, fiel a la realidad y la historia, logra sin embargo su objetivo principal, que es entretener.
El MacGuffin también se ve sujeto a una revisión y, en cierto modo, se moderniza. La calavera de cristal, un objeto escasamente conocido y cuya autenticidad es puesta en duda, es el nuevo objeto que Indiana Jones deberá encontrar para después resolver el misterio que lo envuelve y obtener el conocimiento que de él emana. Pero, como en las ocasiones anteriores, las expectativas creadas en el espectador ante esta nueva arma de dos filos se desvanecen ante unas pretensiones excesivas y que difícilmente puede colmar la imaginación. Lo curioso es que, al igual que sucede también en las anteriores entregas, nuestro protagonista es el primero en descreer de su propio hallazgo y poner tierra de por medio. Si del film resulta la evidencia de una vida extraterrestre, este descubrimiento no incide en absoluto sobre la vida terrestre.
En la cinta no faltan tampoco los diálogos ingeniosos. Las discusiones entre Indy y Marion no parecen advertir el paso del tiempo. Parece, en realidad, que ambos se hubieran visto ayer. El diálogo que los dos mantienen en el interior del camión, a través de la jungla, es sin duda el más atractivo.
Con esta obra tan esperada, Steven Spielberg parece haber cerrado un ciclo en las aventuras de nuestro querido personaje y es quizá posible que haya abierto otro cuyo formato ya no podrá ser nunca el mismo. Pese a los interrogantes que el futuro pueda deparar a nuestro héroe y su legítimo heredero, de lo que no cabe duda es que Indiana Jones es una de las creaciones más logradas del séptimo arte, que ha marcado toda una época y un modo de hacer cine.