T.O.: Cassandra’s Dream. Producción: Iberville Productions, Virtual Studios, Wild Bunch (USA-GB, 2007). Productores: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum y Gareth Wiley. Director: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Fotografía: Vilmos Zsigmond. Música: Philip Glass. Diseño de producción: Maria Djurkovic. Montaje: Alisa Lepselter

Intérpretes: Ewan McGregor (Ian Blaine), Colin Farrell (Terry Blaine), Tom Wilkinson (tío Howard), Hayley Atwell (Angela Stark), Sally Hawkins (Kate).

Color - 112  min. Estreno en España: 26-X-2007.

A su regreso de una excursión campestre con su novia, Ian Blaine (Ewan McGregor), joven inversor con deseos de ascenso social, se detiene a socorrer a una atractiva actriz llamada Angela (Hailey Atwell), cuyo coche rojo se ha averiado. Ian soluciona el problema y ella, en agradecimiento, le regala una entrada para la obra de teatro erótica en la que actúa. En medio de este primer encuentro fortuito, al ver el lujoso coche que él conduce, Angela no puede evitar reconocer que “los Jaguar son muy sexis”.

Como cierre coherente de una trilogía británica iniciada con Match Point y continuada por Scoop, Cassandra’s Dream supone otra incursión del cineasta neoyorquino en el arribismo social y la peligrosa cercanía entre el privilegio económico y el crimen sanguinario. La diferencia estriba en que, si bien en sus dos películas anteriores los personajes recorrían mansiones aristocráticas y celebraban jornadas de caza, en Cassandra’s Dream el timón del relato cae sobre dos hermanos de familia humilde, Ian y Terry (Colin Farrell), herederos de un restaurante sencillo en el que no creen y deslumbrados por los privilegios que su tío Howard (Tom Wilkinson), millonario que ha abierto clínicas de cirugía estética por todo el globo, les ha dejado entrever en sus periódicas visitas. Ian aspira a ello con sus inversiones hoteleras en una California idealizada, y no renuncia nunca pese a que el generoso tío Howard pronto muestra su reverso: después de la apacible comida familiar, y en medio de una lluvia que refleja la catástrofe que se avecina, el amable millonario pide a sus sobrinos que maten a un hombre que le da problemas. Se trata, de algún modo, de una versión madura del heredero encarnado por Hugh Jackman en Scoop, convertido en asesino para mantener impoluto su nombre; el tío Howard es menos seductor, pero su poder paternal sobre los hermanos es enorme, y también tiene una doble cara: no en vano, se dedica a la cirugía estética, manipulando las apariencias para ocultar lo que realmente se esconde tras el poder: el crimen y la corrupción, que, según Woody Allen, son inherentes a los privilegios sociales.

El personaje de Ewan McGregor es un fiel seguidor de estas mentiras y no duda en hacerse pasar por un chico solvente para seducir a Angela, maquillándose con coches lujosos tomados prestados del taller donde trabaja su hermano, un mecánico de buen corazón. Como ya hizo en Misterioso asesinato en Manhattan, La maldición del escorpión de jade o la reciente Match Point, Allen recurre a las formas más reconocibles del cine negro para plasmar su historia y reciclar nuevamente los géneros clásicos, como ha hecho también con la comedia o el musical. El personaje de Hailey Atwell es otra mujer fatal que arrastra al protagonista, como ocurría en Match Point, aunque aquí su implicación en el relato no resulta tan decisiva y su presencia es incluso accesoria. Probablemente se deba a un tratamiento diferente de la relación entre sexo y arribismo: si en su primera película inglesa la relación del protagonista con el personaje de Scarlett Johansson resultaba un obstáculo insalvable para su consolidación en la clase alta británica, en Cassandra’s Dream los encuentros de Ian con Angela están íntimamente ligados con su voluntad de ascenso social, ya que le permiten codearse con los intelectuales londinenses. Sexo y arribismo se retroalimentan, volviéndose ambos cada vez más turbios y problemáticos. En este contexto, el personaje de la mujer fatal pierde su fuerza porque se encuentra atado a un deseo más poderoso: el ascenso social.  

La piedra que se interpone en el camino de Ian, y que por tanto adquiere una mayor importancia en el relato, es la relación que tiene con su hermano. Terry es un mecánico ludópata y alcohólico, e Ian no dudará en aprovecharse de sus inseguridades para lograr el éxito. Pese a ello, esto también lo hundirá: después del asesinato, las dudas morales de Terry y su voluntad de confesarse crispan a Ian y el final se vuelve trágico. La relación fraternal entre los dos personajes es el principal valor de Cassandra’s Dream y se estructura como una dialéctica constante entre ayuda y explotación, entre complicidad y manipulación y, en último término, entre cariño y asesinato, tejiendo un relato en el que, pese a todo, los protagonistas acaban sin decidir nada.

Como Match Point, Cassandra’s Dream es una película sobre el azar, y cómo éste determina la vida de los personajes y el desarrollo de la trama. Ahora bien, hay una diferencia sustancial entre ambos relatos: si bien en su primera película inglesa el tema de la suerte se introducía en la trama mediante una voz en off que nos proporcionaba así una pauta de lectura de los acontecimientos, en este caso Allen plasma el tema del azar en elementos diegéticos tales como las partidas de póquer, las carreras de galgos o las inversiones hoteleras. Y si en Match Point parecía que un narrador todopoderoso al estilo de Patricia Highsmith decidía la suerte de sus personajes, en este caso el determinismo es mucho más fuerte: el pasado de favores del tío Howard y la importancia que éste da a la idea de familia (“la familia es la familia. La sangre es la sangre”) supone una huella imborrable que define la vida de los dos hermanos más allá del azar. Es por eso que, por encima de las partidas de póquer o las carreras de galgos, en Cassandra’s Dream los principales acontecimientos de la historia ocurren por ellos mismos: el fatalismo sustituye al azar de Match Point. La opción de puesta en escena puede ligarse a ello: el montaje prácticamente desaparece y los planos-secuencia estructuran el relato, abandonando los personajes a su suerte.

De este modo, Ian y Terry son dos pobres chicos sin apoyo alguno, víctimas de un relato de hechos inevitables que, pese a todo, se ríe de ellos de buena gana. Por eso, los hermanos Blaine resultan patéticos, unos asesinos de tres al cuarto con pistolas de madera condenados a la mala suerte en sus intentos criminales y en la vida en general. A veces Cassandra’s Dream convierte la fina ironía de Match Point en absoluto sarcasmo. Es el caso de la espera de los dos hermanos en casa de la víctima, con las armas a punto y sin saber qué hacer, sólo recibiendo una llamada de la nonagenaria madre y, finalmente, abortando el plan porque el hombre en cuestión llega acompañado. Respecto a los intérpretes, hay algunos papeles que se resienten de este punto de vista paródico, especialmente los de Colin Farrell y Sally Hawkins en el primer tramo de la película.

Pese a ello, Woody Allen cree que la vida es una experiencia trágica, y así queda plasmado en la segunda parte del relato, a partir del asesinato. En esta segunda parte los personajes paródicos se moderan y se vuelven sobrios, mostrando un reverso trágico que ellos y la película habían ocultado. Allen se pone serio y termina el relato en una barca convertida en tumba: la Cassandra’s Dream, embarcación con nombre de perro ganador, se convierte en una metáfora de la vida de los personajes: al inicio, la confianza en la suerte los llena de optimismo y esperanzas, con una cita de Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1967) que resulta elocuente (“¿A que la vida es genial?”); conforme avanza el relato, el azar va jugando con los personajes, y finalmente se da la razón al padre de los muchachos cuando dice que “sólo llega sin falta la nave de velas negras”. Cuando esta nave mortuoria llega ya no hay sarcasmo, y esta vez no ha sido un creador el que ha escogido el final, sino que el desenlace era inevitable y ha ocurrido porque tenía que ser así: Ian y Terry han sido víctimas de su destino.