Momentos de marejada y desorientación

¿Qué le pasa, doctor? ¿Qué le sucede a una Seminci’52 enferma que no responde a las expectativas ni a los tratamientos? A la deriva por un océano de festivales que le van robando espacio, en una progresiva pérdida de identidad y no sabiendo qué carta jugar entre la autoría y lo comercial. No es nuevo este panorama, pues en los últimos años de Fernando Lara ya se vislumbraba cierto cansancio y rutina en la programación, pero con Juan Carlos Frugone se ha agudizado esa anemia propuestas interesantes. Ya no hay excusas y sólo se entiende por la falta de ideas claras acerca del tipo de festival que se quiere, de planificación en el trabajo, de creatividad e iniciativa para dotarle de una estructura moderna y de ciclos que reenganchen al público. Es cierto: es necesario un mayor presupuesto (también con inversión privada), un organigrama en que se descargue al director de funciones gestoras, un poco de glamour que atraiga al poder mediático..., razones esgrimidas por Frugone a modo de queja y lamento estéril... en tres ediciones que, en general, han defraudado.

Tras el fiasco del pasado año y ante el miedo a seguir perdiendo prestigio, la Seminci ha visto oportuno asegurar, en la Sección Oficial de su última edición, un mínimo de calidad con directores consagrados. También ha continuado aplicando su política de “festival escoba” trayendo films de Cannes, Venecia, Berlín..., incluso a competición. La cuota española viene exigida por razones obvias —no precisamente por su calidad, como se vio—, con lo que el margen para el descubrimiento de nuevos autores de valía queda reducido considerablemente. En el aspecto organizativo, se agradecen los avances de proyectar todas las películas con subtítulos y olvidarse de las traducciones simultáneas, aunque decepciona y resulta inadmisible tanto DVD en los ciclos, así como algunas faltas de previsión al traer copias en mal estado o en la misma visita y concesión de la Espiga a Sofía Loren, anunciada durante la misma Semana en un intento por ganar “popularidad”.

Nadando entre dos aguas y varios festivales

Dicho todo lo anterior y centrándonos en la Sección Oficial, Frugone decidió seguir apostando por la animación para inaugurar el Festival, con una cinta premiada por el Jurado en Cannes y nominada por Francia a los Oscar, Persépolis, de la iraní Marjani Satrapi. En ella adapta dos cuadernos de cómic con sus propios recuerdos en Irán, desde la caída del Sha hasta el fundamentalismo islámico y la guerra con Irak, todo con dibujos planos en blanco y negro y una mirada infantil —aunque cargada de ideología y contagiada por tópicos occidentales—, y una sorprendente expresividad en su estética estilizada. La clausura también venía cargada de premio —y de polémica— pues Lust, Caution (Deseo, Peligro) de Ang Lee se había llevado el León de Oro de Venecia. Una historia de espionaje y traición en la China ocupada por su eterno rival, y una trama romántica que deviene en pornografía de manera innecesaria y torpe, con lo que el director taiwanés nos ofrece sus dos versiones, la artística —de enorme talento para sugerir ambientes y sensaciones— y la provocadora —en una llamada a la taquilla y a un supuesto espíritu trasgresor—. Nos quedamos con la primera actitud y lamentamos la segunda.

En su palmarés, la Espiga de Oro fue para un español por primera vez en la historia de la Semana. Gerardo Olivares y su 14 kilómetros se ganaron el favor del jurado con una ficción sobre la inmigración africana con aires de documental, donde la belleza de la fotografía —también premiada, lo mismo que la música— que varía de texturas conforme avanza el drama y la naturalidad de unos actores no profesionales son lo mejor con diferencia. Buena película, aunque quizá excesivo premio para este cordobés. La otra gran vencedora de la Semana fue la polaca Plaza del Salvador del matrimonio Krauze, que obtuvieron la Espiga de Plata y el premio a la mejor actriz en su protagonista Jowita Budnik: un drama personal y familiar excesivo que no deja lugar al respiro, bien interpretado y tremendamente pesimista. De mayor calidad era la comedia La banda nos visita del israelí Eran Kolirin, que recibió el premio al mejor guión y al director novel. Una muy recomendable propuesta sobre el diálogo entre culturas, tratado con enorme sutileza y unas magníficas interpretaciones, que consigue momentos de emoción contenida y entrañable. Como mejor papel masculino, el premio se concedió a Karl Markovics por Los falsificadores, una historia de judíos en un campo de concentración nazi, con un protagonista que sobrevive entre su moral de circunstancias y un resquicio al sentimiento y al honor: buena película y gran interpretación, para un subgénero que está a punto de convertirse en género dada la proliferación de películas sobre el tema.

La crítica y el público siguen divorciados, y eso se volvió a apreciar en los premios que concedían. Para los primeros, el tailandés Hou Hsiao Hsien y su Le voyage du ballon rouge —homenaje explícito al francés Albert Lamorisse, Le ballon rouge— era merecedor de la mayor distinción por su poesía y buena utilización del lenguaje fílmico. El público prefirió dar su voto a la francesa Juntos, nada más de Claude Berri, comedia dramática donde Audrey Tautou vuelve a hacer de Amélie en una cinta tan complaciente y ligera como previsible. La juventud también tenía su premio y se lo dio a XXY de la argentina Lucía Puenzo, historia extrema por el tema —un(a) adolescente hermafrodita que debe decidir el sexo-género con el que quiere vivir— tratado con tanta sensibilidad estética como intención ideológica de subvertir el orden natural y presentar la libertad como absoluto.

Había películas mejores que las premiadas (salvo el caso mencionado de Eran Kolirin), pero no tuvieron reconocimiento. Sorprende, sobre todo, el vacío con que se fue la actriz-directora Sarah Polley con su ópera prima Lejos de ella, drama intimista pletórico de humanidad y con una exhibición interpretativa a cargo de Julie Christie, que da vida a una mujer que comienza a sentir los efectos del Alzheimer. La muerte y sus momentos previos alentaban también la propuesta de la japonesa Naomi Kawase en El bosque del luto, cinta de gran belleza y sentido espiritual y metafórico. De Oriente, aunque en inglés y con actores norteamericanos, venía Wong Kar-wai con su My Blueberry Nights para contarnos la misma historia de siempre —pero muy bien contada— de desencantos amorosos e introducirnos en su universo de sensaciones y tiempo subjetivo. Tampoco sorprendió Yoji Yamada al cerrar su trilogía sobre los samuráis con Love and Honor: tradición y modernización, amor y honor para una puesta en escena clásica muy cuidada, como es habitual en él. En otro registro pero con buena factura estaba La zona de Rodrigo Plá, en torno al miedo, afán de seguridad y desigualdades sociales en una gran ciudad mexicana. Y aunque estaba fuera de concurso, la ópera prima de la catalana Roser Aguilar —y primer fruto de la ESCAC—Lo mejor de mí,  también dejó buenas sensaciones de cara a un futuro próximo.

En el lado negativo y de los fracasos colocamos a un Ermanno Olmi rancio y fuera del tiempo moderno (Centochiodi [Cien clavos]), a un Sergio Renán incontinente y sin inspiración (Tres corazones) o a las dos propuestas españolas que avergonzaban en su ensimismamiento y autocomplacencia, en su artificiosidad y ausencia de ritmo o sutilidad: ni Mario Camus (El prado de las estrellas) ni Gonzalo Suárez (Oviedo Express) convencieron, y sí dejaron ver que están lejos de sus mejores tiempos y también del gusto del público. Alguna otra película hubo, pero no merece la pena ni siquiera apuntarlas.

Secciones paralelas y otros ciclos culturales

En la sección Punto de encuentro, el primer premio fue para la española Nevando voy de Maitena Muruzábal y Candela Figueira, una entrañable y positiva visión del trabajo y las relaciones humanas en un taller de embalaje de cadenas de coche para la nieve; un trabajo de corte audiovisual pero fresco y oxigenante. En Tiempo de Historia, la inmigración también tuvo su premio al reparar en Made in L. A., de Almudena Carracedo y Robert Bahar. Y en cuanto a los cortos a competición, destacamos —por si algún día se edita o cuelga en internet— el dirigido por el canadiense Claude Cloutier, Isabel del bosque durmiente, animación realmente buena y divertida.

Hablando ya de la programación que el Festival puede controlar totalmente, Frugone nos ofreció un panorama poco atractivo y animante, con ciclos que bien podría organizar cualquier cine-club o asociación cultural, teniendo en cuenta además la facilidad que ofrece su edición en DVD. Para empezar, se organizó un ciclo de 16 películas para homenajear al productor italiano Alberto Grimaldi, junto a un libro monográfico sobre su trabajo. Bien, porque podíamos volver a ver un western de Leone como La muerte tenía un precio, al Bertolucci de Novecento, al Fellini de Satyricon y Casanova, o al mítico Pasolini de Los cuentos de Canterbury entre otros..., pero no en formato digital...

Los diseños de vestuario del cine español también merecían su ciclo, a juicio de Frugone, quien además organizó una exposición con algunas de esas prendas y publicó un volumen ilustrado sobre ello. Las 18 películas escogidas iban agrupadas a razón de dos por diseñador, entre los que destacan Pedro Moreno (El perro del hortelano), Lala Huete (La niña de tus ojos), Gumersindo Andrés (El abuelo), Yvonne Blake (Remando al viento), José María Cossío (Mujeres al borde de un ataque de nervios) o Sonia Grande (La lengua de las mariposas). Por último, decidió llevar al cine a los tribunales con el ciclo "Cine a juicio" y revisar clásicos como La costilla de Adán (George Cuckor), Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet), Testigo de cargo (Billy Wilder), Vencedores o vencidos (Stanley Kramer), Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan) o Anatomía de un asesinato (Otto Preminger)... hasta un total de 12 títulos. Y, como es habitual, también se proyectaron algunas de las películas españolas del último año en la sección Spanish Cinema —pensado para la prensa y espectadores extranjeros—, y los proyectos y prácticas de las Escuelas de Cine invitadas, en esta ocasión la ESCAC catalana y la ECAM madrileña.

Como ha quedado dicho, nada que objetar a las películas seleccionadas para estos ciclos, porque su calidad ha soportado en, en la mayoría de los casos, el paso del tiempo y de la crítica. Pero da la impresión de que en la Seminci falta imaginación e ilusión, disposición al riego y a la innovación, que su estructura está estancada y sin un faro por el que guiarse. Atrás quedan los años en que Bergman, Kiarostami o Egoyan eran descubiertos o admirados. Al término de la edición, su director declaró que había que replantearse si la Seminci debía continuar con la tradición del cine serio o abrirse a una orientación de mayor glamour —quizá lo dijese por el tirón que supuso Sofía Loren entre la prensa—, algo que deja ver la duda y escepticismo, la pérdida de rumbo e identidad de este festival señero que pasa por horas bajas. Desde aquí pedimos que no se olviden de Bergman, más cuando este año han querido recordarle con un inédito y espléndido documental realizado por Marie Nyrerörd —Bergman Island— en que se recoge la última entrevista concedida por el maestro sueco.