Cuba –el país anfitrión– asimismo se llevó algunos galardones: Madrigal, una escénica y barroca puesta en imágenes de Fernando Pérez (Habana Suite), a la mejor dirección artística y Premio Especial del Jurado; y otro drama pasional titulado La noche de los inocentes, de Arturo Sotto, ambiciosa película a caballo del “thriller” y la crítica social, que refleja cierta idiosincrasia cubana. Menos acertado estuvo el clásico Daniel Díaz Torres, Camino al Edén, primera parte de una trilogía televisiva sobre la Guerra de la Independencia.
Brasil fue el país sudamericano que presentó más películas a concurso. Y se llevó el segundo “Coral” y la mejor música original por El año en que mis padres salieron de vacaciones, de Cao Hamburger, también sobre la Dictadura militar del pasado siglo, ambientada en el Mundial de Fútbol de 1970, y vista por un niño refugiado en el seno de una pequeña comunidad judía de Sao Paulo. Demasiado explícitas fueron las sendas denuncias a la prostitución brasileña, El bajío de las bestias de Cláudio Assís y Desierto feliz de Paulo Caldas, y más atractivas serían La Vía Láctea, de Lina Chamie, acerca de la rotura de una pareja y el examen de conciencia final, o esa comedia desmadrada y surrealista que se titula Olor a caño, de Héctor Dhalia.
Más discreto estuvieron Bolivia, con su fábula política ¿Quién mató a la llamita blanca?, de Rodrigo Bellot, y Venezuela, con Mi vida por Sharon de Carlos Azpurúa y Postales de Leningrado de Mariana Rondón, esta última sobre el terrorismo y la cual se llevaría un premio; al igual que el clásico Paul Leduc, Cobrador: In God we Trust (México), dura parábola sobre el 11-S que obtuvo el de mejor montaje; y la ópera prima de Christopher Zalla, Padre Nuestro (USA), denuncia de la emigración mexicana en Nueva York, con el deseo de paternidad de dos jóvenes abandonados.
Si unas constantes cabe destacar en este 29 Festival Internacional del Nuevo Latinoamericano es la notable presencia de mujeres directoras, la violencia atroz y el exhibicionismo erótico en los relatos, presididos por dos hondas preocupaciones sociales y morales de fondo: las heridas todavía sin restañar de las dictaduras sudamericanas y la grave problemática de la prostitución, especialmente en Brasil. Estamos, pues, ante un panorama un tanto desolador; pero certámenes como el de La Habana sirven al menos para concienciar a público y especialistas de estas temáticas y del cine que se realiza actualmente en tales países.
El certamen se abrió con un concierto de Fito Páez y la proyección del filme Redacted, de Brian de Palma –un tremendo alegato contra la Guerra de Iraq y la política estadounidense, presidido por un discurso de Alfredo Guevara–, y se clausuró con el bello documental ecologista Tierra. La película de nuestro planeta, de Alastair Fothergill y Mark Linfield, sobre el discutido cambio climático.
El Festival, dirigido por Iván Giroud, se volcó en atenciones con los invitados. Por tanto, hasta el próximo año.