Por CARLOS GIMÉNEZ SORIA

 

T.O.: Laitakaupungin valot. Producción: Sputnik Oy, Pandora Film y Pyramide Productions (Finlandia-Alemania-Francia, 2006). Productor: Aki Kaurismäki. Director: Aki Kaurismäki. Guión: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Música: Melrose, Ensemble Mastango, Antero Jakoila, Carlos Gardel y Olavi Virta. Dirección artística: Markku Pätilä. Montaje: Aki Kaurismäki.

Intérpretes: Janne Hyytiäinen (Koistinen), Maria Järvenhelmi (Mirja), Maria Heiskanen (Aila), Ilkka Koivula (Lindholm), Vesa Häkli (Gángster), Kati Outinen (Dependienta del supermercado).

Color - 78 min. Estreno en España: 29-XII-2006.

 

 

Hoy en día resulta especialmente difícil encontrar cineastas que sean capaces de penetrar en el alma humana a través de una expresión visual depurada y sobria. Sin embargo, el finlandés Aki Kaurismäki parece haberse convertido en el más fiel heredero del estilo fílmico de autores como Carl Theodor Dreyer o Robert Bresson, ya que comparte la austeridad en la puesta en escena tan característica de estos dos grandes ascetas del Séptimo Arte. Del primero de ellos, Kaurismäki parece haber tomado, ante todo, la expresividad física: los intérpretes de sus películas mantienen la mirada suspendida en el vacío y una actitud hierática muy similar a la que ponen de manifiesto los protagonistas de films como Dies irae (1943), Ordet (1955) o Gertrud (1964). Por otra parte, su conducta moral, severa y estoica, se antoja más próxima a la espiritualidad –de tendencia jansenista– que revelan los personajes de Bresson en cintas como Pickpocket (1959), Au hasard, Balthazar (1966) o Mouchette (1967).

 

 

Al margen de estas influencias personales, el cine de Aki Kaurismäki se ha ganado el reconocimiento de la crítica especializada por méritos propios, ya que ha sabido llevar a cabo una hábil radiografía crítica de la sociedad finlandesa. Sus historias son básicamente retratos de gente perteneciente al proletariado de aquel nórdico país y de cómo el entorno los oprime dentro de un mundo inmerso en el egoísmo. Seres marginales que luchan continuamente por sobrevivir en un panorama adverso que pone un alto precio a sus ilusiones. A tal efecto, conviene considerar el particular punto de vista del realizador finés sobre la condición del trabajador en su país natal a la luz de varias declaraciones que él mismo realizó para la prensa acerca de su propia experiencia en el ámbito laboral:

Todos los personajes de mis películas realistas provienen de los distintos lugares en los que trabajé durante los años setenta: una obra de la construcción, fregando platos en los restaurantes, etc.

Tal vez pensé en hacer cine porque no soy capaz de realizar ningún trabajo honesto. Cada día paseaba de un lado a otro por las calles del centro de Helsinki intentando conseguir dinero para beber, pero cada vez resultaba más difícil obtenerlo. Entonces nos dijimos: empecemos a hacer películas. Uno de nosotros propuso que escribiéramos un guión, otro preguntó sobre qué y yo contesté que sobre esta asquerosa vida nuestra.

A pesar de la ferocidad y el pesimismo con que este cineasta retrata la sociedad de su momento, su universo estético-creativo tiende, en ocasiones, hacia el realismo mágico y convierte sus films en fábulas sobre la condición social del ser humano. En esa línea, podría clasificarse su trilogía proletaria compuesta por Nubes pasajeras (1996), Un hombre sin pasado (2002) y la reciente Luces al atardecer (2006). Se trata de obras conceptuales, hiperrealistas y aparentemente abstractas que definen claramente la postura humana de este gran realizador de la posmodernidad europea.

No obstante, en las películas de Kaurismäki suele hallarse un soterrado sentido del humor (empleado de manera especialmente generosa en la citada obra maestra Un hombre sin pasado) del que el cineasta parece haber deseado prescindir en la cinta que sirve de colofón a esta trilogía.

 


 

 

Luces al atardecer narra las andanzas de Koistinen, un vigilante de seguridad que vive como un auténtico lobo estepario. De carácter solitario y enamoradizo, este antihéroe acabará cayendo en las garras de una femme fatale compinchada con unos gángsters que pretenden arruinarle la vida y llevarle a presidio. El propio Kaurismäki ha comentado la línea argumental y las intenciones de su nuevo canto a la dignidad humana en estos términos:

Al igual que el pequeño vagabundo encarnado por Chaplin, el protagonista de la película, el guarda de seguridad Koistinen, busca una pequeña rendija por la que apartarse de este cruel mundo, pero los hombres y la sociedad se encargan de aplastar sus modestas esperanzas una tras otra.
Unos mafiosos se sirven de su deseo de amor y de su profesión para un robo del que es acusado. Lo consiguen gracias a la ayuda de la mujer más calculadora y fría de la historia del cine desde Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz. Koistinen pierde su trabajo, su libertad y sus sueños.
Pero, por suerte para el protagonista, el director de la película tiene la reputación de ser un viejo tierno, lo que nos lleva a creer que algún rayo de esperanza iluminará la última escena.
 

El tema predominante del film es la soledad, voluntariamente escogida por el protagonista. Koistinen no sólo se convierte en víctima de la extorsión al evitar rebelarse contra esta injusticia, sino que además la acaba asumiendo con una desconcertante resignación. Todo el metraje de la película es un recorrido agónico por la vida de este personaje que ha elegido autoinmolarse para mostrar la crueldad mezquina de una sociedad donde el ser humano se ha degradado a fuerza de sucumbir ante las ambiciones materiales y el bienestar económico. Sin embargo, este fatalismo aparente acabará dando un giro radical al final del film, ofreciendo al espectador un hálito de esperanza a través de un último y caritativo gesto.

 

 

El particular vía crucis del personaje vehicula un discurso a favor de los perdedores y de la esperanza en la bondad del hombre por medio de un alentador desenlace que trae inevitablemente a la memoria una de las obras más importantes de Charles Chaplin: Luces de la ciudad (1930). Al igual que en este film sobre el personaje de Charlot, Kaurismäki refleja en Luces al atardecer –cuyo título ya remite a la cinta de Chaplin– el cambio de significado que puede aportar un detalle insertado en el segmento final de la película, hasta el punto de convertir la obra completa en una tragedia de dimensiones clásicas.

Otro gran acierto del film lo supone el empleo de una banda sonora donde destaca la presencia del tango a través de las composiciones de Carlos Gardel y Olavi Virta. A este respecto, el propio Kaurismäki ha declarado el origen finlandés de este género musical y ha destacado la importancia de la letra de estas canciones en la presente cinta por su carácter sentimental y nostálgico:

Las letras son aún más importantes que la música. Pero no se pueden apreciar si no hablas finés. Son canciones escritas desde lo más hondo del corazón. Los tangos argentinos, comparados con éstos, son canciones de guardería. El tango finés no es técnico, se baila con corazón, dulcemente.

 

 

Por otra parte, la película es una nueva muestra del estilo minimalista –con un asombroso empleo de la elipsis– y de la economía expresiva del cine del realizador finlandés. Cualidades que el autor de La chica de la fábrica de cerillas (1990) cultiva con la minuciosidad  y la precisión de un orfebre en apenas ochenta minutos y que han contribuido a definirle como uno de los maestros del actual panorama fílmico europeo.