Por JUAN VACCARO

 

T. O.: Flags of Our Fathers Producción: Clint Eastwood, Robert Lorenz, Steven Spielberg (Drreamworks SKG, Warner Bros., Amblin Entertainment, Malpaso productions, USA, 2006). Director: Clint Eastwood. Argumento: basado en la obra de James Bradley y Ron Powers Flags of Our Fathers. Guión: William Boyles Jr. y Paul Haggis Fotografía: Tom Stern. Música: Clint Eastwood. Diseño de Producción: Henry Bumstead. Montaje: Joel Cox. Intérpretes: Ryan Pillippe (John “Doc” Bradley), Jesse Bradford (Rene Gagnon), Adam Beach (Ira Hayes), John Benjamin Hickey (Keyes Beech), John Slattery (Bud Gerber), Barry Pepper (Mike Strank), Jamie Bell (Raplh “Iggy” Ignatowsky), Paul Walker (Hank Hansen).
Color - 132 minutos. Estreno en España: 3-I-2007.

Título original: Letters from Iwo Jima Producción: Clint Eastwood, Robert Lorenz, Steven Spielberg (Drreamworks SKG, Warner Bros., Amblin Entertainment, Malpaso productions, USA, 2007). Director: Clint Eastwood. Argumento: basado en la obra de Tadamichi Kuribayashi Picture Letters from Commander in Chief. Guión: Iris Yamashita Fotografía: Tom Stern. Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens. Diseño de Producción: Henry Bumstead y James J. Murakami. Montaje: Joel Cox y Gary Roach. Intérpretes: Ken Watanabe (General Tadamichi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (Barón Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shido Nakamura (Teniente Ito), Hiroshi Watanabe (Teniente Fujita), Takumi Bando (Capitán Tanida), Yuki Matsuzaki (Nozaki), Takashi Yamaguchi (Kashiwara).
Color - 142 minutos. Estreno en España: 16-II-2007.

 

 

Los cinéfilos estamos de suerte. En los últimos años ha reverdecido el cine de género o, por lo menos, en alguno de ellos se ha visto como surgían obras más que interesantes; ya fuera en el cine de aventuras con, por ejemplo, Master and Commander (Master and Comander. The Far Side of the World, Peter Weir, 2003), Piratas del Caribe. La maldición de la Perla Negra (Pirates of the Caribbean. The Curse of the Black Pearl, Gore Verbinsky, 2003), en el cine de terror, con múltiples muestras norteamericanas –incluso las enmarcadas en el teen horror– europeas y, especialmente, asiáticas. Uno de los géneros que nos ha obsequiado con cintas más atractivas ha sido el cine bélico. Desde que Steven Spielberg realizara la mayúscula Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), pieza angular del género, cada año han aparecido un par de obras a resaltar, como U571 (Jonathan Mostow, 2000), Enemigo a las puertas (Enemy at the Gates, Jean Jacques Annaud, 2001), Black Hawk derribado (Black Hawk Down, Ridley Scott, 2001), Cuando éramos soldados (We Were Soldiers, Randall Wallace, 2002), Windtalkers (John Woo, 2002), o bien, Lazos de guerra (Taegukgi hwinalrimyeo, Kan Je-gyu, 2004). Incluso la televisión se ha apuntado a realizar TV movies y series con contenido bélico, como la magnífica Hermanos de sangre (Band of Brothers, 2001)  producida por Spielberg –nombre que planeará sobre el cine bélico durante estos años.

La última muestra de este género que ha llegado a las pantallas es el sorprendente díptico de Clint Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima: Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, 2006) y Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2007). Sorprendente por su tono y por su autor. Cuando muchos pensaban que Eastwood realizaría una muestra de cine patriotero –el título de la cinta, los héroes de Iwo Jima, y en definitiva, los tiempos  que corren– da un golpe directo al sueño americano y, por si fuera poco, muestra a los soldados japoneses como personas, lejos del estereotipo que había formado la prensa amarillista y películas como Bataan (Tay Garnett, 1943) u Objetivo: Birmania (Objective, Burma, Raoul Walsh, 1944) durante la Segunda Guerra Mundial. También resulta llamativo que un tipo como Clint Eastwood, todo un veterano de 77 años, respaldado por la crítica y el público, se lance a dirigir un proyecto ambicioso y delicado como es el de una cinta –en este caso cintas– bélica de gran presupuesto, con los enormes problemas que ello representa. La idea inicial de estas dos cintas era que las dirigiera Steven Speilberg, pero éste, ante el interés de Eastwood, decidió ejercer de productor, dejando en las manos del ex-alcalde de Carmel las tareas de dirección.

La arriesgada jugada de este cineasta de culto sale ganadora, aunque con luces y sombras. Mostrar la batalla de Iwo Jima desde la óptica de ambos bandos –algo que nunca se había hecho en el género, quizás con la excepción de Sólo el valiente (None but the Brave, 1965), única incursión en la dirección de Frank Sinatra– se salda con una película irregular, Banderas de nuestros padres, y otra, Cartas desde Iwo Jima, que figurará en los anales del género. Ambas cintas trabajan de manera independiente –uno puede ver primero la batalla desde el lado japonés y la cinta funciona por sí sola– no ocurre lo mismo que en el díptico de Quentin Tarantino, Kill Bill (2003-4), que en realidad era una única película, vendida en dos partes. Tanto Banderas de nuestros padres como Cartas desde Iwo Jima, comparten virtudes, pero también algunos de sus defectos. Las dos películas son dignas del estilo de Eastwood: sobrias, elegantes, con una puesta en escena sin alardes, pero efectiva, dotadas de una bellísima banda sonora –compuesta por Clint y su hijo Kyle- además de una fotografía deudora de los juegos de luz que ha venido efectuando en sus últimos filmes Steven Spielberg gracias al genio de Janusz Kaminski. No obstante, es la duración de éstas la que juega en su contra, en especial en la primera parte, basada en el punto de vista norteamericano.

Banderas de nuestros padres, se centra en las desventuras de tres de los hombres que arriaron la bandera estadounidense en la cima del Monte Suribachi, y que fueron fotografiados por  Joe Rosenthal, en la que posiblemente sea la imagen más reproducida de la historia. La primera parte de la película narra las diversas vicisitudes de estos hombres y sus compañeros a lo largo de la batalla de Iwo Jima –que recordemos ha sido protagonista de varias cintas del género, la más recordada y, posiblemente la mejor, Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima, 1949) de Allan Dwan– mientras que la segunda parte del metraje muestra a tres de los supervivientes que izaron las barras y estrellas en la isla, como sujetos y objetos de propaganda a lo largo y ancho de la geografía americana.

El segmento dedicado a Iwo Jima, desarrolla los temas típicos de las películas que narran la guerra en el Pacífico: el desembarco –brillante, pero lejos de la brutalidad e hiperrealismo de Salvar al soldado Ryan–, los peligros que acechan en la playa, la descripción de los personajes que forman el pelotón, las acciones de los escurridizos japoneses, etc. Todo ello con un gran despliegue de medios que en ocasiones juegan en su contra. Me refiero a las imágenes de la escuadra americana, que reproduce fielmente a las embarcaciones de la época, pero que tienen un sabor a juego de cónsola que no casa muy bien con las secuencias de combate –realistas– que ocurren en la isla. Nos encontramos aquí con uno de los principales hándicaps de la cinta: el retrato de los personajes. Es poco certero, plano. Tanto Bradley, interpretado por Ryan Philippe, Bradford (Rene Gagnon) y el indio Ira Hayes (Adam Beach), están mal dibujados. Sufren y padecen, sin embargo, al espectador le da un poco igual. Esta sensación se acrecienta en la segunda parte del filme, carrusel inacabable de acciones de propaganda con el trío protagonista. La idea de Eastwood es clara. Estados Unidos jugó con sus héroes, los maltrató, abusó de ellos, contó mentiras para vender bonos de guerra; en definitiva, los utilizó. Es evidente que esto no ha gustado a la industria, y menos a la Administración, prueba de ello es que ha recibido menos premios y nominaciones si la comparamos con Cartas desde Iwo Jima. Hay que felicitar a Clint Eastwood por su arrojo y valentía al realizar una película con semejante discurso. Una pena que éste se haga reiterativo y pesado. Lamentablemente, las actuaciones de los tres protagonistas poco ayudan, en especial la de Adam Beach, que roza el esperpento. Su personaje, el indio Ira Hayes, fue objeto de un biopic, El sexto hombre (The Outsider, Delbert Mann, 1961), protagonizado por Tony Curtis. Curiosamente, Beach fue el protagonista de otra cinta bélica, Windtalkers, sobre la actuación de los indios navajos en diversas batallas del Pacífico. En aquella ocasión, la actuación de este joven actor estuvo mucho más lograda.

 


Sin embargo, la secuencia final del filme, redime a Eastwood de la hora anterior. El lírico y bello epílogo, donde nos dice que los soldados no luchan por la patria, ni por dinero, ni por una serie de ideales respaldados por gobiernos; sino simple y llanamente por su compañero, por su amigo, hace que Banderas de nuestros padres sirva de altavoz y dedicatoria a los miles de héroes anónimos que perdieron su vida en el Pacífico, o en cualquiera de los teatros donde se libró la Segunda Guerra Mundial.

Es este espíritu el que recoge Cartas desde Iwo Jima, segunda parte del díptico de Clint Eastwood, el de la comunión entre compañeros de armas, ya sean soldados u oficiales, el del respeto a las personas anónimas que lucharon en la guerra. Parte de la crítica ha dicho de esta cinta que es más japonesa que americana, en especial por su ritmo pausado. Lo único de japonés que tiene la cinta, es el idioma en que está hablada y sus protagonistas. Cartas desde Iwo Jima es una cinta 100% americana, totalmente coherente con la obra de Eastwood, desde un punto de vista estético –puesta en escena, ritmo pausado, tratamiento cinematográfico– como ético –la figura del perdedor, el honor– Da la casualidad de que Eastwood es heredero de una forma de hacer cine, que la industria de Hollywood ha perdido; y que, en la actualidad está más cercana al aliento de los grandes clásicos –entre los que se incluye Akira Kurosawa, del que Clint Eastwood protagonizó un remake de Yojimbo (1961), Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, Sergio Leone, 1964)–. Lo que sí es cierto es que la cinta del director de Sin perdón (Unforgiven, 1992), está impregnada por el aliento casi místico de las grandes obras pacifistas del cine bélico nipón como Fuegos en la llanura (Nobi, 1959) y El arpa birmana (Biruma no tategoto, 1956), ambas del maestro Kon Ichikawa.

 


La cinta contiene una virtud de la que carece Banderas de nuestros padres, merced a la habilidad de su guionista, la debutante Iris Yamashita: su buena contextualización histórica, gracias a unas pocas pinceladas. Yamashita nos describe aspectos de la época y de una serie de personajes que nos sirven para crear un marco histórico, que apenas se plantean los guionistas de la versión “americana” de la batalla de Iwo Jima –no es de extrañar, ya que uno de ellos es el sobrevalorado Paul Haggis, oscarizado director de la plúmbea Crash (2004)–. Tenemos diversos ejemplos de dicho contexto histórico: la dura rivalidad entre la Marina Imperial y el Ejército, el inmenso poder de la cúpula militar sobre cualquier aspecto de la vida cotidiana, ya sea la información que se da a la población, a los mismos militares o la censura; la existencia de un estado totalitarista durante la guerra, ejemplificado en el episodio del perro o en el reclutamiento del soldado Saigo –un humilde panadero casado y pronto a ser padre–; el ambiente un tanto derrotista de parte de la tropa nipona, sabedora de las derrotas ante Estados Unidos; o, para acabar, la existencia, dentro de los altos mandos japoneses, de una corriente que profesaba enorme respeto al poderío estadounidense y que se mostró poco partidario de la guerra con éstos. Serían los casos del cerebro de la estrategia japonesa en el Pacífico, el Almirante Isoroku Yamamoto, el organizador del ataque aéreo a Pearl Harbor, Minoru Genda, o el mismísimo encargado de la defensa de Iwo Jima, el General Tadamichi Kuribayashi. Junto a esta contextualización histórica, nos encontramos con una mejor pintura de los personajes –aun a pesar del recurso de unos flah-backs en ocasiones poco sutiles– a la que ayuda la interpretación de los actores. Más que notables resultan los principales actores, el soldado Saigo, Kazunari Nimomiya, el sensible y honrado Barón Nishi, Tsuyoshi Ihara; y por encima de todos, Ken Watanabe, en la piel del general Kuribayashi. Es él la voz principal de la cinta. Por sus cartas –editadas tras la guerra y adaptadas por Iris Yamashita– sabemos de los sinsabores, de las alegrías, de los sufrimientos de este hombre, para nada alejadas de cualquiera de los soldados que tenía a su cargo, ejemplificados por Saigo o su compañero Nozaki. Eastwood retrata a los japoneses como personas, no como seres sanguinarios, que es el estereotipo que ha tenido el japonés en decenas de películas bélicas. Es esa una de las grandes virtudes de la obra. Cartas desde Iwo Jima se hermana con los grandes filmes antibelicistas: Adiós a las armas (A Farewell to Arms, Frank Borzage, 1932), Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, Lewis Milestone, 1931), Tiempo de amar, tiempo de morir, (A Time to Love and a Time to Die, Douglas Sirk, 1958), tratando con un enorme respeto y dignidad a sus protagonistas –marionetas de poderosos que estaban a miles de kilómetros– dueños de un destino marcado y que nada pudieron hacer por cambiarlo.

 


No obstante, la película –casi redonda– tiene en contra un par de aspectos. El primero es su duración, si bien no dilapida en exceso su metraje como Banderas de nuestros padres; la cinta es algo cansina en su desarrollo final, no acaba de resolver ciertas situaciones, como el eterno deambular de Saigo por túneles y cuevas o el doloroso final del General Kuribayashi. En segundo lugar –y este es un defecto que comparte con la primera parte del díptico– es el reflejo en la pantalla de la misma batalla de Iwo Jima. En pocos momentos tenemos la sensación de que ésta duró más de un mes y de que sus combates fueron los más duros del Pacífico. Por primera vez, Estados Unidos sufría más bajas que su oponente, si contamos muertos, heridos y desaparecidos; 25.000, eso teniendo en cuenta que, de la guarnición nipona –22.000 hombres– apenas sobrevivieron 216. Iwo Jima estaba terriblemente defendida. Si bien no se contaba con aviación y unidades navales para apoyar a las tropas terrestres, la isla disponía de una concentración de artillería descomunal, más de 600 piezas de distintos calibres, amén de su excelente sistema de búnkers y túneles –reproducido de manera excelente en el filme– que pasó totalmente desapercibido a ojos de la Inteligencia de Estados Unidos. Dichos túneles, contienen una de las secuencias más duras de la cinta –el suicido colectivo con granadas después de la toma del monte Suribachi– pero también, una de las secuencias más bellas, el encuentro del Barón Nishi con un soldado americano malherido, y la conversación entre estos dos; un momento que parece salir del mejor John Ford.

Poco se dice de la importancia de la isla, más allá de su significación a nivel del imaginario colectivo –“pisaremos suelo japonés por primera vez” dice uno de los personajes de Banderas de nuestros padres– y de una breve mención del futuro de la isla como base de los B29 que bombardeaban territorio japonés. La toma de Iwo Jima era importante a nivel estratégico –en teoría, sería una base para los cazas de escolta de las B29 y no de los bombarderos como refiere el filme– y de propaganda, al hollar las fuerzas estadounidenses, por primera vez, territorio nipón. Su efecto fue parecido al bombardeo de Tokio por Doolitle en 1942 –reflejado en el cine en sendas películas, 30 segundos sobre Tokio (Thirty Seconds Over Tokio, Mervin LeRoy, 1944) y el blockbuster Pearl Harbor (Michael Bay, 2001) – aunque acrecentado tras los años de lucha y la situación del país, que se defendía como gato panza arriba.

Más allá de estos pequeños errores a nivel histórico, tanto Banderas de nuestros padres, y en especial, Cartas desde Iwo Jima son una excelente muestra del arte de Clint Eastwood, el último de los directores clásicos; a la vez que un hermoso memorial a los miles de jóvenes sacrificados en la inutilidad y barbaridad de la guerra.