UNA EXCELENTE COSECHA DE CINE

 

SANTIAGO DE PABLO

Enviado especial

 

La 55 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, celebrada entre el 20 y el 29 de septiembre de 2007, será probablemente recordada como una de las mejores de los últimos años. La presencia en la Sección Oficial de un buen número de directores reconocidos, como Wayne Wang, John Sayles, David Cronemberg, Gracia Querejeta o Iciar Bollain, hacía prever un Zinemaldia con un buen nivel. Las expectativas no defraudaron en absoluto. Aunque no hubo ninguna película a concurso que destacara especialmente por encima de todas las demás, se proyectó un ramillete de filmes muy interesantes, lo que produjo –en palabras del crítico del diario bilbaíno El Correo, Antón Merikaetxebarria– un “subidón de buen cine”. Ello hizo también que, a diferencia de lo sucedido en algunas ediciones anteriores, la decisión del jurado (presidido por Paul Auster y del que formaban parte Nicoletta Braschi, Pernilla August, Bahman Ghobadi, Susú Pecoraro, Peter Webber y Eduardo Noriega) no diera lugar a controversias ni a protestas ni por parte del público ni tampoco de la prensa acreditada.

La ganadora de la Concha de Oro fue la norteamericana A Thousand Years of Good Prayers, de Wayne Wang, una emotiva película que cuenta la historia de un anciano viudo chino que sale por primera vez de su país para visitar en Estados Unidos a su hija, recién divorciada. El choque de culturas y mentalidades, las difíciles relaciones paterno-filiales y –con gran sentido del humor– los problemas con que se encuentra el padre, debido a su desconocimiento casi completo del idioma inglés, son narrados de forma sencilla, casi minimalista, pero en cualquier caso convincente por el director de Smoke y Blue in the Face. Henry O, el intérprete principal de este filme, obtuvo también el galardón al mejor actor. El premio especial del Jurado fue para Buddha Collapsed out of Shame, el primer largometraje de la iraní Hana Makhmalbaf, que, con sólo dieciocho años, logra un impactante relato de la vida en Afganistán, tras el régimen de los talibanes y la invasión norteamericana, por medio de una historia infantil.

Sorprendió sin embargo el premio al mejor director, concedido al británico Nick Broomfield, por Battle for Haditha, la historia real –no demasiado bien contada– de una matanza de civiles producida por marines norteamericanos en la ciudad iraquí de Haditha en 2005. Gracia Querejeta y John Sayles compartieron el premio al mejor guión por Siete mesas de billar francés y Honeydripper, respectivamente. El filme de Querejeta es un ejemplo de lo que es capaz de hacer el buen cine español, cuando tiene historias interesantes que contar, aunque tal vez se esperaba todavía un poco más de ella, a la vista de sus magníficas películas anteriores. Por su parte, Blanca Portillo obtuvo el premio a la mejor actriz, por su actuación en Siete mesas de billar francés, venciendo tanto a su compañera de reparto Maribel Verdú como a las intérpretes de la interesante Mataharis, de Iciar Bollain, que, lo mismo que David Cronemberg, se fue de vacío del Zinemaldia. Por el contrario, decepcionaron por completo algunas de las películas a concurso, como la insufrible danesa Daisy Diamond, la coreana Shadows in the Palace o la argentina Encarnación, lo que no deja de sorprender teniendo en cuenta el buen nivel medio del cine argentino en los últimos años.

En un Festival con mucho glamour y por tanto mucha gente en las proyecciones y en los aledaños de las sedes del Festival (entre ellas el recuperado Teatro Victoria Eugenia), los premios Donostia de este año fueron a parar a Liv Ullmann y a Richard Gere. Como siempre, la sección Zabaltegi, con sus diferentes apartados (Perlas, Nuevos directores y Especiales) aportó películas de gran interés y muy variadas desde el punto de vista cinematográfico: por ejemplo, aquí se exhibieron la versión restaurada de Help (1965), la segunda película de los Beatles dirigida por Richard Lester; Fados, un nuevo musical de Carlos Saura; The Hoax, última película protagonizada por Richard Gere; o 4 luni, 3 saptamini si 2 zile, de Cristian Mungiu, Palma de Oro en Cannes 2007.

Completaban el programa los ciclos habituales (Selección Horizontes Latinos, Made in Spain, Cine en construcción, Velódromo, Escuelas de Cine y el Día del cine vasco) y tres específicos: el dedicado al director francés Philippe Garrel, inédito en las salas comerciales españolas; el del norteamericano Henry King (autor de películas memorables como The Song of Bernadette, The Snows of Kilimanjaro, The Sun Also Rises, Tender is the Night, etc.) y el titulado “Fiebre helada”, que recogió una amplia y significativa selección del cine producido en los países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia) desde 1995 hasta la actualidad. Tal y como señalaba la presentación del Festival, esos países se han mostrado en estos doce últimos años “capacitados para presentar con personalidad propia las incertidumbres del ser humano en los comienzos del siglo XXI”.

Como todos los años, el Festival ha servido de escaparate para la exhibición, junto a una mayoría de películas de ficción, de un buen número de documentales cinematográficos, sobre todo de carácter histórico. Así, Madres y Calle Santa Fe abordaron las dictaduras latinoamericanas; Tras un largo silencio (proyectado en el Día del cine vasco), la represión en la Guerra Civil española y Querida Bamako, la emigración africana a España. Hubo además un buen numero de documentales biográficos, que trataban de mostrar los entresijos de las vidas de personajes famosos, como Marlon Brando o David Lynch, o de grandes desconocidos, como el anarquista navarro Lucio Urtubia. Entre ellos cabe destacar especialmente el impresionante L’avocat de la terreur, de Barbet Schroeder, sobre la vida del polémico abogado francés Jacques Vergès (defensor tanto de terroristas de extrema izquierda como de antiguos asesinos nazis), que muestra cómo es posible aunar el buen cine, la investigación histórica y una mirada ética sobre los dramas del mundo contemporáneo.

Por el contrario, constituyó una decepción absoluta uno de los documentales más esperados en el contexto vasco: El año de todos los demonios, de Ángel Amigo, centrado en la suerte del dirigente de ETA Político-Militar Eduardo Moreno Bergaretxe (Pertur), misteriosamente desaparecido en 1976 en el País Vasco francés. Su desaparición y presunto asesinato siempre habían sido achacados a las disputas internas en el seno de ETA, entre los dirigentes polimilis que, como Pertur, eran partidarios de abandonar paulatinamente la lucha armada para dar paso a la participación política en la todavía nonata democracia española, y los berezis, el sector más duro de los polimilis, que acabarían integrándose en ETA Militar. La película había sido anunciada como una investigación que exculpaba a los berezis del secuestro y del asesinato de Pertur, que en realidad habrían sido obra de un grupo de neofascistas italianos, en connivencia con la policía española. Pero, en realidad, El año de todos los demonios no aporta ni una sola prueba concluyente que avale la teoría de la conspiración neofascista como causa del secuestro de Pertur. El testimonio genérico de un arrepentido italiano, sin aportar ni un solo dato concreto, es tan endeble que el propio filme no tiene más remedio que reconocer al final que no ha logrado demostrar nada, sino sólo abrir nuevas posibilidades a una investigación en la que el documental no profundiza. No es extraño que la familia de Eduardo Moreno, tras “valorar y agradecer” el empeño de Amigo, haya declarado públicamente que el documental no demuestra nada y que lo único cierto es que Pertur “fue secuestrado por miembros de la rama berezi [de ETA] poco antes de su desaparición”.

Pero el interés del cine como reflejo de la historia reciente y de los problemas de la sociedad contemporánea no se centra sólo en los documentales. Así, en su conjunto, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián mostró un buen número de filmes, tanto documentales como de ficción, relacionados con la historia actual o con grandes cuestiones sociales y políticas del mundo contemporáneo: la guerra de Irak, la huella de los talibanes en Afganistán, la emigración, las dictaduras latinoamericanas, el terrorismo, la telebasura, el racismo, la crisis de la familia, la incomunicación a la que lleva sin querer un mundo cada vez más tecnificado, etc. Además, bastantes películas han tratado aspectos delicados (desde el futuro de la familia a la muerte o la existencia de Dios), en general con un tono positivo y nada cínico, que contrasta con el que suele ser habitual en determinado tipo de cine actual.

Así, es loable el intento de Iciar Bollain en mostrar la compatibilidad de la vida profesional y familiar, con todas sus contradicciones, de las mujeres protagonista de Mataharis; o el modo en que Manuel Poirier resuelve en La maison los conflictos amorosos del protagonista. También resulta especialmente gratificante una de las dos películas de Julian Schnabel presentadas en Zabaltegi. A pesar del modo peculiar en que este artista aborda en Le scaphandre et le papillon la historia real de Jean-Dominique Bauby, un exitoso periodista francés que en 1995 cayó en un coma profundo, despertando después con todas las funciones motrices deterioradas, el filme se acerca con más hondura de la que parece inicialmente a las grandes cuestiones de la existencia humana. No es extraño que, ante algún artículo aparecido en la prensa española comparando su película con la española Mar adentro (2004), Schnabel comentara que era “una idiotez”, debida a “algún tipo de nacionalismo”, comparar Le scaphandre et le papillon con la película de Alejandro Amenábar, que consideraba “aburrida”.

En fin, todos esperamos que esta edición del Festival donostiarra no sea un paréntesis sino que tenga continuidad y que en los próximos años podamos seguir hablando de la cosecha de excelente cine que pudimos catar en San Sebastián’07.