Por ALBERT ELDUQUE

 

 

T.O.: Fast Food Nation. Producción: Jeremy Thomas Productions, Recorded Pictures, Participant Productions, HanWay Films, BBC Films (UK/USA, 2006). Productores: Jeremy Thomas y Malcolm Aclaren. Director: Richard Linklater. Guión: Eric Schlosser y Richard Linklater, según el ensayo de Eric Schlosser Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal. Fotografía: Lee Daniel. Diseño de producción: Bruce Curtis. Dirección artística: Joaquin A. Morin. Montaje: Sandra Adair.

Intérpretes: Bobby Cannavale (Mike), Ethan Hawke (Pete), Ashley Johnson (Amber), Greg Kinnear (Don Anderson), Kris Kristofferson (Rudy Martin), Catalina Sandino Moreno (Sylvia), Ana Claudia Talancón (Coco), Wilmer Valderrama (Raul), Bruce Willis (Harry Rydell).


Color - 116 min. - Estreno en España: 13-VII-2007.

 

 

Los créditos iniciales de Fast Food Nation se incrustan en una bandeja como si estuvieran escritos con ketchup. A continuación, esta bandeja conduce al espectador hasta una mesa y, una vez allí, en un plano ciertamente terrorífico, la cámara se introduce en la hamburguesa que alimentará a la feliz familia americana. Un par de escenas después, Don Anderson (Greg Kinnear), vicepresidente de marketing de Mickey’s, es informado de que se han detectado restos fecales en las hamburguesas de la cadena y que debe investigar las causas de esos resultados. Hasta aquí podría parecer que la última obra de Richard Linklater es un alegato dietético, una película sobre alimentación que destapa los altos costes para la salud que conlleva ingerir comida rápida; la primera escena, pues, supondría la inmersión en la carne de vacuno que el metraje se dedicará a analizar. Pero no es así: después del plano de la hamburguesa, y antes de la presentación de Don Anderson, se introduce al espectador en la historia de unos inmigrantes mexicanos a punto de cruzar la frontera estadounidense. Esta otra trama, aparentemente sin relación alguna con Mickey’s, señala ya que en Fast Food Nation la crítica a la composición de las hamburguesas es un mero hecho inductor de una historia que va mucho más allá. Nada que ver con la aproximación gamberra y paródica que Morgan Spurlock hizo en Super Size Me (2004), ya que Linklater sobrevuela lo dietético para entrar de lleno en el terreno social. La inmersión en la hamburguesa supone, más bien, la entrada en un microcosmos de la sociedad estadounidense.

Fast Food Nation está basada en el ensayo Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal (2001), un estudio del periodista Eric Schlosser que se convirtió en un best-seller gracias a sus datos reveladores y su análisis de todos y cada uno de los engranajes que constituyen la compleja industria de la comida rápida. En la introducción Schlosser (cfr. Fast Food, Barcelona, Debolsillo, 2003, p. 18) ya señalaba su voluntad de ir más allá de las explicaciones dietéticas:

Este libro trata de la comida rápida, de los valores que encarna y del mundo que ha modelado. La comida rápida ha demostrado ser una fuerza revolucionaria en la vida norteamericana. Personalmente me interesa tanto en su calidad de mercancía como por su carácter de metáfora. Lo que la gente come (o no come) es algo que siempre ha venido determinado por una compleja interacción de fuerzas sociales, económicas y tecnológicas.

El ensayo de Schlosser explica los orígenes de las grandes cadenas de comida rápida, destripa sus estrategias monopolistas, arroja luz sobre la situación de sus trabajadores (estudiantes e inmigrantes, básicamente), presenta sus inhumanas condiciones laborales y, por último, detalla cómo la industrialización de la producción de comida pone los intereses comerciales de las multinacionales por delante de la salud de los consumidores. Lo hace con un tono combativo que se mueve entre las historias particulares y la cascada de datos y estadísticas, prácticamente siempre sorprendentes. En definitiva, un material idóneo para los documentales feroces de Michael Moore, que ha desmontado algunas de las lacras de su país con la misma estrategia.

 

 

A pesar de ello, y afortunadamente, el ensayo ha caído en manos de Richard Linklater, un tipo curioso capaz de abordar géneros muy distintos entre sí, aunque siempre con un tono inconformista y la voluntad de comprender la juventud de su tiempo; incluso Escuela de rock (2003) y Una pandilla de pelotas (2005), películas protagonizadas por grupos de niños, son, dentro de un género que tiende a la edulcoración de las situaciones y los personajes, extremadamente gamberras y políticamente incorrectas, especialmente la segunda. Con Fast Food Nation, Linklater ha tenido la oportunidad de explorar de nuevo la sociedad estadounidense, aunque no lo ha hecho reuniendo los datos más impactantes del libro original, sino construyendo, junto al propio Schlosser, una ficción que a la vez resume el texto y ofrece un comentario o una respuesta al respecto. De este modo, McDonald’s se convierte en Mickey’s, IBP (Iowa Beef Packers, una de las principales industrias cárnicas del país) en UMP (Uniglobe Meat Packing), y algunas de las personas reales que describe Schlosser se han reciclado en personajes de ficción. Fast Food Nation cruza las vidas de todos estos personajes en un hotel o una planta procesadora de carne, pero en ningún momento se convierte en un puzzle narrativo. Si en su película SubUrbia (1996) Linklater contaba la historia de unos jóvenes rebeldes y de sus sueños y frustraciones, en este caso habla además de un ejecutivo de una gran empresa, de un grupo de inmigrantes ilegales, de un ranchero y de un par de responsables locales de la cadena. La sociedad que presenta, encarnada por una galería de buenos intérpretes y la breve aparición de rostros famosos (Patricia Arquette, Ethan Hawke, Kris Kristofferson, Avril Lavigne o Bruce Willis), se reúne en la población ficticia de Cody (Colorado) para componer un fresco de la América rural más cercano a la desoladora tristeza de las recientes Palíndromos (Todd Solondz, 2004) y Bubble (Steven Soderbergh, 2005) que a los documentales feroces de Moore o Spurlock.

La planta procesadora de carne de Fast Food Nation está perfectamente limpia e impoluta, con un blanco tan estridente y deslumbrante que parece irreal. En el proceso de preparación de las hamburguesas la intervención de los trabajadores es mínima y la mecanización perfecta; todo está tan milimétricamente calculado que en la visita de Don la cámara de Linklater ignora las personas y se centra en las máquinas. Es la perfección de un país con una cara muy limpia y una estructura aparentemente inquebrantable.

Fuera del centro de producción, la puesta en escena de Fast Food Nation es poco llamativa y frecuentemente se basa en el diálogo de los personajes. De hecho, toda la trama conducida por el ejecutivo Don Anderson se construye sobre una serie de conversaciones para resolver la investigación relativa a la carne de las hamburguesas. Esto no es raro viniendo de Linklater, que basó buena parte de su película de animación Waking Life (2001) en una cadena de entrevistas sobre diversos temas filosóficos, y tres cuartos de hora de la arriesgada pero fallida Tape (2001) en el diálogo de dos hombres que esperan a una mujer. Fast Food Nation no es tan extrema pero concede una gran importancia a los diálogos, verbalizando excesivamente lo que podemos ver en imágenes. Por ejemplo, no es necesario que el ranchero Rudy Martin (Kris Kristofferson) compare la industria de la comida rápida con una máquina que acabará con el país si, hacia el final de metraje, podemos visualizar esta metáfora en el accidente del inmigrante mexicano en la planta procesadora de carne.

Ahora bien, probablemente la clave del sentido de los diálogos en Fast Food Nation se encuentre en la reunión de jóvenes activistas medioambientales. Mientras uno de ellos propone boicotear la industria cárnica con una cómoda campaña de cartas, otro protesta y dice que “las acciones hablan más fuerte”. Tanto desde un punto de vista político como cinematográfico, esta frase da la clave de la película, especialmente para la historia de Don Anderson, un personaje que va de diálogo en diálogo y finalmente no hace nada para denunciar los oscuros sistemas de trabajo de la industria cárnica. Porque si Fast Food Nation es una película tan hablada es porque trata de individuos que ven los problemas, los comentan pero no hacen nada para solucionarlos.

 

 

Después de la reunión, los activistas medioambientales deciden actuar y liberar parte del ganado de la empresa cárnica UMP; para ello, en plena noche abren las vallas y dejan salir a las vacas, encontrándose por respuesta la pasividad de los animales, que no están dispuestos a abandonar su comodidad a favor de una vida mejor mientras la joven Amber (Ashley Johnson) les pregunta incrédula: “¿No queréis ser libres?”. Esta escena sorprendente, apoyada sobre acciones y no sobre diálogos, es el corazón de Fast Food Nation, la metáfora más evidente del conformismo que impregna a los personajes. La película está poblada de vacas que no quieren cuestionar el sistema, empezando por el propio Don Anderson y continuando por Harry Rydell (Bruce Willis), que compara la industria de la alimentación con la automovilística y acepta que en la carne haya excrementos, o Brian (Paul Dano), empleado adolescente de Mickey’s, que asume que su trabajo “es una mierda, pero no está mal”. Es cierto que hay personajes más activos, como Amber o el ranchero Rudy Martin, pero predomina la pasividad y, como ocurre siempre en Linklater, la crítica social o el inconformismo están matizados por la autocrítica y la imposibilidad de cambiar el mundo. El propio director lo ha dejado claro al identificarse con el personaje de Don Anderson (cfr. LERMAN, Gabriel: “Entrevista a Richard Linklater”, en Dirigido, 369, julio-agosto 2007, p. 37):

De alguna manera él me representa a mí y a todos los espectadores que eligen no luchar contra algo aunque saben que lo que se está haciendo no está bien. Uno siempre se pregunta si con el voto basta para participar o si hay alguna otra manera de que uno puede hacer que se escuche su voz. Lo cierto es que el personaje de Greg no es el villano de la película. Simplemente recoge información y decide seguir adelante con su vida. Prefiere pensar que lo mejor que puede hacer es aceptar que las cosas son como son y no poner en riesgo su posición en este mundo.

Por otro lado, los inmigrantes mexicanos Sylvia (Catalina Sandino Moreno), Coco (Ana Claudia Talancón) y Raul (Wilmer Valderrama) entran rápidamente a formar parte de este sistema inamovible donde su futuro parece determinado de antemano: ellas acaban prostituyéndose y él se ve forzado a tomar drogas para resistir las largas jornadas laborales. Ya que están en el puesto más bajo del escalafón social, ellos son también los que descubren qué se esconde detrás de las paredes impolutas y la precisión de las máquinas: cuando Raul y su compañero Francisco (Hugo Perez) limpian las instalaciones de UMP, las ratas que estaban escondidas se dejan ver. Y cuando Sylvia entra por primera vez en el matadero, el telón de blanco impoluto cae definitivamente para descubrir una feria de los horrores llena de vísceras, sangre y cadáveres. En esta escena, la cámara abandona su anterior reposo y los planos se vuelven sucios y torpes. Y una lágrima magistral es la única respuesta de Sylvia, incapaz de gritar porque una mascarilla de seguridad le tapa la boca. De este modo, su silencio se suma al conformismo del resto de los personajes.

Pese a la contundencia de su denuncia y a la tristeza que se desprende de sus historias, el ensayo de Eric Schlosser (op. cit., p. 381) acaba con unas palabras de esperanza: “Las cosas no tienen por qué ser como son. A pesar de todas las evidencias en contra, personalmente sigo siendo optimista”.

Al final de la película de Linklater, los estudiantes sienten que han fracasado, los nuevos inmigrantes ilegales son bienvenidos con comida de Mickey’s y el equipo de marketing de Don planea el lanzamiento de la Gigante Barbacoa. Los créditos vienen arrastrados por decenas de hamburguesas que caen sin cesar, sugiriendo que seguirán haciéndolo durante mucho tiempo y que ya nada va a cambiar. Fast Food Nation se convierte, pues, en una pesimista respuesta a las últimas esperanzas del texto original.