Por DANIEL SEGUER

 

 

T. O.: Caótica Ana. Producción: Sogecine y Alicia Produce (España, 2007). Productores: Julio Medem, Simón de Santiago, Enrique López Lavigne y Koldo Zuazua. Director: Julio Medem. Guión: Julio Medem. Fotografía: Mario Montero. Música: Jocelyn Pook. Dirección artística: Montse Sanz. Montaje: Julio Medem. Sonido: Iván Marín.

Intérpretes: Manuela Vellés (Ana), Charlotte Rampling (Justin), Bebe (Linda), Nicolas Cazalé (Saïd), Asier Newman (Anglo), Raúl Peña (Lucas), Matthias Habich (Klaus), Lluís Homar (Ismael), Gerrit Graham (Mister H.).

Color -118 min. Estreno en España: 24-VIII-2007.

 

 

Tras su única incursión como director en el documental, La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003), y el exilio creativo autoimpuesto debido al sistemático linchamiento político al que fue sometido desde las filas del Partido Popular –por el camino se quedó el rodaje de Aitor, La piel contra la piedra, film que debería haber sido el análisis equivalente de la problemática vasca desde la ficción–, Julio Medem presenta su nueva y esperada película argumental: Caótica Ana. Largometraje en el que se dan cita el compendio de preocupaciones que vehiculan toda su obra, auténticos pilares que dotan de forma y fondo a una idiosincrasia, a su personal puesta en escena.

De nuevo, el cineasta crea un onírico y perturbador universo en el que sus personajes parecen percibir no ya la realidad de “otra manera”, sino “otra realidad paralela”. De ahí que lejos de recurrir a una representación mimética de ésta, busque los ángulos ocultos de la cotidianidad: las inquietudes, indiferentes al grado de trascendencia, poseen rostros que escapan a la cosificación, a la estandarización de lo personal. Existen, pues, tantos mundos como ojos que miran.

Los protagonistas de sus films transitan por encrucijadas acotadas en binomios de diluidas fronteras, antitéticos (azar-destino) o complementarios (sexo-amor), que les condicionan la toma de decisiones a partir de las cuales articular sus existencias. Personajes lanzados a la aventura (o desventura) de encontrar su lugar en un mundo ajeno percibido desde la problemática que supone intentar definir previamente la propia identidad. Y en este intento de organizar su caos se encuentra Ana, una joven pintora que, tras un errático devenir hipnótico por geografías y tiempos, descubre una convivencia con otras mujeres que han hallado en ella un terreno abonado para la reencarnación. Por el camino quedará la tragedia del amor, destinado al fracaso en una suerte de enfrentamiento bipolar entre géneros enquistado desde orígenes remotos.

En esta ocasión, la mirada polifónica del director vasco deposita su confianza en la debutante Manuela Vellés, que lleva a cabo un excelente ejercicio de complicidad al poner rostro a las imágenes que la asedian. Sometida sucesivamente a angustiosas experiencias déjà vécues y a la intemperie emocional, Ana es el centro gravitatorio de una estructura narrativa que, pese a los saltos espaciales y cronológicos, se ampara en un montaje menos rupturista de la linealidad físico-temporal de los acontecimientos que sus predecesoras. En ella destaca la función reservada a la pintura: los cuadros que pinta –lienzos cuya autoría real corresponde a la difunta hermana de Medem, del mismo nombre que la protagonista e inspiradora de la historia que nos ocupa– configuran el umbral metafórico en su tránsito vital del más acá al pretérito más allá, y, finalmente, a la génesis de su “excepcional ubicuidad”.

 

Ciertamente, Caótica Ana supone la reinvención del leit motiv medemiano que corría el peligro de la reiteración tras sus dos cintas anteriores, Los amantes del Círculo Polar (1998) y Lucía y el sexo (2001), pero como éstas se posiciona alejada de la contundencia cualitativa de sus tres obras mayores: Vacas (1992), La ardilla roja (1993) y Tierra (1996). De esta manera, el largometraje que nos ocupa resulta “exótico” en demasía al arropar una trama que sufre el exceso de peregrinaje. Además, el desencuentro masculino-femenino sustentado en la dialéctica “individualidad” versus “lo asociativo” – rasgos definitorios de la personalidad de cada género, según el director– adolece de la consistencia suficiente y maquilla cierto reduccionismo conceptual. Por último, el film realiza un análisis crítico –es manifiesto el gusto del cineasta a lo largo de su trayectoria cinematográfica por el debate histórico y político– de la actualidad internacional que entronca en la dinámica de la historia de género que evidencia su posicionamiento. Para ello, la película es presentada y despedida con una parábola alegórica que denota valentía y tosquedad a partes iguales. No obstante, es de justicia alabar la existencia de escenas de gran belleza –algo habitual en todas sus manifestaciones fílmicas–, tales como el balanceo de la cámara que se corresponde con el movimiento del cuerpo de Saïd (plano subjetivo de su mirada) al hacer el amor con Ana; o bien el instante en que algunas de las pinturas cobran vida a modo de dessins animés y descubren el dolor físico que acecha a la protagonista.

En definitiva, y pese a lo afirmado en el párrafo anterior, hay que resaltar la propuesta de Medem, un cineasta que se lanza sin prejuicios al abismo para mostrarnos la complejidad de la existencia humana: en este caso, el espectador adquiere conciencia de ello de la misma forma en que Ana se desliza desde la incertidumbre hasta la terrible certeza, esto es, a través de las imágenes capturadas por una cámara; por lo que no deja de ser también espectadora de su propia vida. En consonancia, y tras una básica disección de su obra, constatamos la amnesia, el desdoblamiento de personalidad y ahora la hipnosis como algunas de las rémoras que arrastran sus personajes; característica que confirma un evidente interés por la alteridad de la psique –también ha ejercido como productor del documental de Ione Hernández, Uno por uno, esquizofrenia (2006)–. Además, si a dichas señas de identidad en materia de fondo sumamos la envergadura de su resolución estética, hay que concluir que la filmografía de Julio Medem permite sobradamente calificarlo como un autor que vuela alto, y muy por encima del resto, junto a escasas excepciones más, en el horizonte cinematográfico español.