V de Vendetta termina con una acción espectacular: la voladura del Parlamento británico. ¿Cómo se ha llegado a una cosa así?

En un futuro próximo, en Inglaterra se ha instaurado la dictadura del canciller Adam Sutler (John Hurt). Mantiene pasiva a la población mediante la policía, la televisión y el miedo infundido con ataques terroristas obra del propio partido de Sutler, Fuego Nórdico. Dicho partido es una copia literal de los neoconservadores americanos, aderezada con elementos procedentes de 1984 .

Frente al poder surge V (Hugo Weaving). V y sólo V, que contará a ratos con la ayuda de Evey (Natalie Portman). V pertenece a la larga serie de héroes que se ocultan tras una máscara o una doble personalidad. En la película no faltan las referencias al conde de Montecristo (la versión preferida de V es la que interpreta Robert Donat). V, según su inventor, Alan Moore, es un «villano convertido en héroe» al estilo de Robin Hood. Se inspira en Guy Fawkes, que participó en una conspiración de católicos para dinamitar el Parlamento de Londres (5 de noviembre de 1605). Antes había luchado en los Países Bajos con el Ejército español contra los protestantes. He de reconocer que la elección de ese personaje como referente revolucionario me deja perplejo.

V ha sido creado –por error– por el gobierno en Larkhill, y la película insinúa, o subraya (cfr. las escenas cómicas de la televisión), cierta correlación entre V y Sutler. Por otra parte, V actúa movido tanto por la sed de venganza como por sus ideales. V no es propiamente un personaje monolítico... pero le falta poco. Su ambigüedad se disipa rápidamente. Evey le reprocha algunas facetas de su comportamiento. Las críticas de Evey, sin embargo, son de corta duración, predomina la admiración por el superhéroe. El mesías de turno que ha de morir para redimir a la humanidad.

 

EXPLOSIONES SIN IDEAS

V de Vendetta es, fundamentalmente, una película de interiores, con colores oscuros y tonos apagados. A pesar –o a causa– de tanto decorado no se ha logrado crear una ambientación british y, por lo general, los detalles tienen un aire chapucero. Además, película de interiores quiere decir teatral, basada en el juego de los actores y en los diálogos. Y aquí es donde falla la pareja principal. ¿Hay algo más inexpresivo que una máscara inmóvil? Puede funcionar en los tebeos, pero no en el cine. Acostumbrados a ver en la pantalla el rostro humano desde todos los ángulos, y en enormes primeros planos, clavarle una máscara estática a un actor supone ponerle un obstáculo infranqueable. Por mucho que Hugo Weaving sepa aprovechar los otros recursos, es imposible llenar el hueco creado por la máscara. Natalie Portman ofrece una interpretación discreta, tirando a sosa. Los diálogos, por su parte, no contribuyen a mejorar las cosas, sino todo lo contrario, pues a menudo son pueriles.

 

V de Vendetta se estructura en tres partes. La primera gira en torno a la venganza de V, el asesinato de quienes dirigían el centro de detención de Larkhill. La segunda, en torno al encarcelamiento y el interrogatorio de Evey. La parte final narra las maquinaciones de V para azuzar el enfrentamiento entre Creedy (Tim Pigott-Smith) y Sutler y volar el Parlamento. A lo largo de toda la película, en un montaje paralelo a las vicisitudes de V y Evey, seguimos las pesquisas del inspector Finch (Stephen Rea) y su ayudante. Mientras que las dos primeras partes funcionan, en mayor o menor grado, de acuerdo con las reglas del género ( thriller seudopolítico), la tercera acentúa el tono carnavalesco, cae en el ridículo (la matanza de la escolta de Creedy) y se hunde estrepitosamente.

Volar por los aires el Parlamento es un acto que pide explicaciones. ¿Cuáles son, pues, las ideas de V? Lo presentan como alguien que «lucha por la justicia y la libertad». Y nada más. Una definición tan vaga nada define. En ese contexto tan nebuloso, ¿qué significado encierra la explosión final del Parlamento británico? Ninguno. No es más que un derroche de pirotecnia, un espectáculo sin contenido.

Así lo confirma el papel del pueblo en el momento del «gran cambio». Hasta entonces ha tenido un papel pasivo. Y, de hecho, no sale de la pasividad. Se limita a participar en un desfile de máscaras. Un desfile geométricamente diseñado. No hay barricadas, ni lucha ni nada. Esto no es una revolución, sino una coreografía.

 

ALAN MOORE TIENE LA PALABRA

James McTeigue ha dirigido V de Vendetta . El guión, de los hermanos Wachowski, se basa en un tebeo escrito por Alan Moore y dibujado por David Lloyd al principio de los años ochenta, como reacción contra el thatcherismo. Al pasar a la pantalla grande, ¿qué ha quedado de los planteamientos ácratas de Moore: mucho, poco o nada? Podemos contestar esta pregunta examinando algunas diferencias sustanciales, sin necesidad de entrar en el terreno de las comparaciones milimétricas (además, me he propuesto ceñirme en lo posible a la película). Veamos lo que dice Alan Moore:


Decidí presentar un estado fascista en el futuro próximo y contraponerle un anarquista. [...] Ésta fue una de las cosas que objeté a la película. A juzgar por el guión que he leído, parece que lo han reescrito como el actual neoconservadurismo americano frente al liberalismo americano. No hay ninguna mención del anarquismo. [...] En cuanto al personaje central del anarquista, V, lo presenté de un modo moralmente muy ambiguo. Y la pregunta esencial es la siguiente: "¿Ese tío tiene razón o está loco? ¿Qué piensas, lector, de todo ello?" A mi eso me parecía una solución anarquista de verdad. No quería decir a la gente lo que tenían que pensar, sólo quería decir a la gente que pensaran». (Entrevista publicada en www.comicon.com ).

No nos queda más remedio que estar de acuerdo con Alan Moore. Si no en todo, al menos en lo esencial. No es grave atribuir a Adam Sutler y a sus acólitos las características de los neoconservadores americanos, al fin y al cabo una forma de fascismo. Pero sí que es incongruente ver tantos rasgos made in USA trasplantados a la ciudad del Támesis. El resultado es un thriller en el que los malos son los neocons americanos, y el bueno, para luchar contra ellos, dinamita el Parlamento británico. Un argumento descabellado.

Lo grave no es que no se mencione el anarquismo, sino que se haya suprimido toda idea o planteamiento anarquista. (Sí, hay una mención... peyorativa. Un poco antes del final, un individuo enmascarado roba a mano armada en una tienda y antes de salir grita: «¡Anarquía en Gran Bretaña!».)

Aquí viene a cuento citar a Emile de Antonio: «La mayoría de las películas americanas eran y son como los coches Ford. Se fabrican en cadenas de montaje. [...] No son arte, no son política, no son más que un producto para consumir». Los hermanos Wachowski no han subvertido nada, sino que a la hora de escribir el guión han funcionado a la perfección como una pieza más de la cadena de montaje de la Time/Warner Corporation y han desactivado la carga subversiva procedente de Alan Moore. El resultado, debajo de tanto oropel, es un producto superficial, inofensivo, incoherente. Los malos son un patchwork del actual Gobierno americano, pero el potencial crítico queda neutralizado por la ceremonia de la confusión. Todo ello desemboca en un final orgulloso de la vacuidad de los fuegos artificiales.

«V de Vacío»: esta frase podría ser el título de la reseña. Y también la conclusión.