El noveno día está basada en los hechos reales que describen la situación de los sacerdotes católicos en los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El punto de partida del guión es el diario que, durante su experiencia en Dachau, escribió el sacerdote luxemburgués y colaborador de la resistencia, Jean Bernard, futuro fundador de la OCIC, la antigua Oficina Católica Internacional del Cine, actualmente agrupada en SIGNIS.

Nueve días será el período de tiempo de que dispone el padre Henri Kremer –nombre que se da a Bernard en el film– como permiso para visitar a su familia, tras el fallecimiento de su madre. Pero la Gestapo ha fraguado un plan para esta visita. Un joven y ambicioso oficial de las SS, teniente Gebhardt, ofrece al protagonista la posibilidad de su libertad y la de sus compañeros sacerdotes en cautiverio. Como intercambio exige doblegar la resistencia pasiva del obispo luxemburgués, que se ha encerrado en su obispado y hace repicar cada día las campanas de la catedral como símbolo de rechazo de la Ocupación nazi.

Volker Schlöndorff, pionero del Joven Cine alemán de los 60 y director del “oscarizado” “El tambor de hojalata” (Die blechtrommel, 1979), nos ofrece en esta ocasión una intriga espiritual que hace memoria del sufrimiento y la resistencia de quienes se opusieron y fueron víctimas del nazismo. El cineasta, formado en un internado jesuita, quiere con esta película realizar un “homenaje a esos viejos padres sin los que nunca habría hecho ninguna película”. Continúa en sus declaraciones: “Eran alegres, con experiencia, interesados en todo, no sólo en teología. A través de ellos aprendí a aceptar mi deseo de convertirme en artista, en director de cine de verdad. Estos hombres que eran humildes con respecto a su fe, fueron mi modelo para el padre Kremer en El noveno día”. Mucho más allá de las simplificaciones de la fallida Amén (Amen , 2002) de Costa-Gavras, la película explora en el drama de conciencia que suponen las decisiones en tiempo de persecución.

La recreación de la vida y la muerte en el campo de concentración, esta vez desde la mirada de un director alemán, nos enfrenta con realismo y fuerza dramática a la dificultad de vivir la fe a los pies mismos del horror y ante la inmensidad del pecado-holocausto. Con una correcta ambientación y con unos encuadres de marcada significación nos muestra como aquel grupo de sacerdotes se enfrenta cada día a la muerte. Así nos describe aquella maquinaria que en primera instancia mata a las personas para quemar luego sus cuerpos. El padre Kremer resistirá, junto con sus compañeros, sostenido por su fe. Así las escenas del gesto del vaso de agua recibido desde la ayuda mutua, la densidad sacramental de la eucaristía en la desolación o la oración hecha canto horrorizado ante la cruz literal de un compañero nos muestra la hondura de aquella fidelidad callada en el epicentro del desamparo.

Hay un momento en que en pleno verano, el padre Kremer exhausto por el trabajo, descubre un grifo con apenas unas gotas de agua. De forma instintiva bebe intentando aplacar su sed y oculta aquella inútil fuente a sus compañeros. Este hecho se convierte en el paradigma de la tensión entre la supervivencia y la preocupación por el otro. Interesante este hecho insignificante, que funcionará como símbolo del dilema. El oficial alemán colocara al padre Kremer ante la decisión se salvaguardar a su familia y ayudar a sus compañeros del campo pero claudicar ante el hecho del sufrimiento inmenso ocasionado por el nazismo, mostrando el reconocimiento de su política de exterminio.

La vulnerabilidad de Kremer pasa por las personas a las que quiere. Su hermana (sensacional el personaje interpretado por Bibiana Beglau), que le ofrece su cuidado generoso y su sacrificio desinteresado. El sufrimiento de sus amigos en el campo cuyo recuerdo le acompaña en la vigilia y en el sueño. El quiere hacer algo por ellos. Sin embargo, el precio es muy caro. Se trata de traicionar a su obispo, que con su resistencia pacífica de esperanza y coherencia cristiana, da fuerza a las víctimas y a quienes se rebelan. Se trata de colaborar con un régimen atroz que con su decisión fanática destruye tantos seres humanos, inviolables según su fe. Más allá de un dilema ético se trata de un discernimiento espiritual extremo que exige la coherencia lúcida de su fe.

El protagonista decidirá desde el sufrimiento de la paradoja, cualquier decisión será trágica. No se admite una simplificación ni ideológica ni pragmática. Cada unos de los surcos del rostro enjuto de Ulrich Matthes (que ya interpretó magistralmente al Dr. Goebbles, en El hundimiento), agraciado en su papel, nos muestra de forma transparente los pliegues de su alma torturada. Aquí Kremer irá recuperando, desde el amor, a las personas a las que su decisión podrá en peligro. Su hermana le mostrará hasta que punto está dispuesta a asumir las consecuencias de una decisión en la que su hermano no es culpable sino víctima. Su obispo, le recordará la libertad de su conciencia, la fidelidad de su amistad en tiempos difíciles y el coraje de su resistencia. Y el recuerdo del sufrimiento de tantos se convertirá en exigencia de coherencia.

Es significativo también el papel concedido a la oración, incluso en la oscuridad de no ver a Dios. Se trata de una fe humilde, débil pero lúcidamente fiel. La iluminación pasa por una cruz impuesta. Una cruz que acompaña desde un fuerte contenido simbólico muchos planos del metraje. En el momento dónde las decisiones son casi imposibles, la oración es la fuente de la fortaleza y el camino de la coherencia. Lejos de una oración simplista aquí el encuentro con Dios es la fuerza en la debilidad que permite a la conciencia ejercer una libertad dramática pero en el fondo llena de sentido y verdad. No se puede traicionar a las víctimas, únicamente cabe compartir su destino. A pesar de aparecer como inútil y arriesgado para las personas a las que se ama.

Nos encontramos pues ante un film cargado de interés y de posibilidades para la profundización creyente. Probablemente pasará bastante inadvertido por las salas comerciales. (Además, es del año 2004 y en la sesión del día del estreno estábamos sólo quince personas). Sin embargo, se trata de una revisión a fondo del papel de los hombres de fe; en definitiva, de la Iglesia frente al nazismo. Y de las inmensa dificultad de decisiones que no se pueden juzgar desde la comodidad de nuestros sillones. Una nueva invitación a seguir haciendo memoria de las víctimas y a reconocer agradecidos la fuerza de la fe que nos sostiene. Gracias, Volker Schlöndorff, por esta valiente propuesta.