En el cine, como en otros sectores de producción artística, las tendencias se pierden, regresan, se actualizan y se olvidan. El actual contexto de creación cinematográfica comparte factores y condicionantes con otro bien conocido, tantos que incluso podríamos hablar de revival : la década de los 60. La que posiblemente fue la fase más decadente del cine americano parece proyectarse en el nuevo siglo con ligeras variaciones.

Hace cuarenta años la política exterior estadounidense y su implicación en conflictos bélicos de Oriente generó una controversia que tuvo su reflejo, en ocasiones de forma metafórica, en las obras fílmicas contemporáneas. Si entonces fue Vietnam hoy es Irak, el polvorín de Oriente Próximo y el terrorismo fundamentalista. El 11-S afectó a las inquietudes de los creadores audiovisuales de un modo que no ha sido aún lo suficientemente estudiado, tal vez por falta de perspectiva histórica.

La invasión de los receptores de televisión supuso a final de los 50 un revulsivo para los estudios de Hollywood: la oferta de temáticas más adultas y cintas más espectaculares pretendió contrarrestar la caída en los ingresos de las majors sin demasiado éxito. Hoy son las nuevas tecnologías de la comunicación, la inmediatez y el anonimato de la piratería y la oferta casi personalizada de ocio las que obligan a la industria cinematográfica americana a planificar proyectos de gran espectacularidad que resulten atractivos para el público.

 

La consecuencia de la conjunción de estos factores, junto a otros que merecen una reflexión más profunda, determina una situación creativa de crisis en ambos contextos. La desesperación y la necesidad de presentación de propuestas taquilleras han provocado hoy el miedo a la inversión en ideas arriesgadas o novedosas. La repetición de éxitos pasados reduce las posibilidades de fracaso. Es así como la cartelera actual parece limitarse a remakes , secuelas, precuelas y adaptaciones de best-sellers , cómics y series de televisión. Sólo los márgenes más alternativos de la producción californiana arriesgan desmontando estereotipos en los títulos más premiados del año.

 

En los 60 las estrellas del clásico menguaron: Monroe, Gable, Clift y sus vidas rebeldes se extinguieron, Brando y Taylor encadenaron fracasos juntos o por separado, Grant se despedía (con la simpatiquísima Apartamento para tres ) y las Hepburn se apartaban de la vida pública progresivamente con la misma dignidad y entereza que Garbo años atrás. Paul Newman, Robert Redford o Jane Fonda intentaron suplirlos. Cuarenta años después una estrella llena de huecos su agenda tras dos fracasos consecutivos. El star-system ha muerto.


¿Ofrece Europa nuevas olas que fascinen al mundo con su frescura tal y como hicieron en la década prodigiosa ? Francamente, no lo creo. Francia ha descubierto las posibilidades comerciales de su cine, Italia dio al traste con la vanguardia de Fellini o Pasolini y se auto complace con una ternura más propia de De Sica, Alemania y España plasman unas inquietudes tan autóctonas que dificultan su exportación. Sólo Reino Unido ha aportado filmes muy dignos que hacen ver signos de renovación amparados por distribuidoras importantes (Millones de Boyle, Zombies Party de Wright, Love Actually de Curtis o Guía del autostopista galáctico de Jennigns pueden servir de muestra).

Hollywood arde. Paris Hilton se pasea por Sundance. Tal vez sea el momento de un nuevo Easy Rider que retrate una nueva generación para un nuevo siglo. Los 70 nos llenan de esperanza: ¿regresaremos al futuro?