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Es evidente, que desde hace unos años, la situación política mundial ha cambiado radicalmente. La administración de George W. Bush y el pulso que mantiene ésta con el mundo islámico, radical o no, está teniendo funestas consecuencias para el resto del globo. El 11-S, la invasión de Afganistán, la segunda guerra del Golfo, los atentados de Madrid y Londres, el reciente asunto de las caricaturas de Mahoma... han sido los momentos más candentes de ese pulso, siendo el atentado de las Torres Gemelas un importante punto de inflexión en la política y cultura, no sólo de Estados Unidos, sino del mundo entero.

El famoso “choque de civilizaciones”, que en un primer momento enfrentaba a Estados Unidos y los secuaces de Bin Laden –ya fueran, supuestamente, afganos o iraquíes– ha arrastrado a un buen número de países que se han visto involucrados en el pulso que está manteniendo el coloso norteamericano, sin ir más lejos el caso de España que, curiosamente, ha servido como modelo a los anti-belicistas y pacifistas de medio mundo, gracias a la actuación de la sociedad civil –apoyada, eso sí por medios de comunicación afines a la oposición– que se manifestó en contra de la entrada en guerra a favor del amigo americano. La invasión de Irak, y el apoyo incuestionable a Bush –amén de diversos errores durante su gobierno– costó las elecciones al Partido Popular, como es bien sabido.

El papel de Estados Unidos como policía del mundo ha provocado un efecto inverso al que, posiblemente, buscaba la Casa Blanca: el anti-americanismo, un tanto soterrado en los años noventa, ha vuelto aflorar, y no nos referimos a los países con mayoría islámica, sino a países del primer mundo, donde la visión de Estados Unidos es, desde hace un tiempo, sumamente negativa. La calculada y brillante gestión en materia de política internacional de Bill Clinton, recordemos su actuación en las crisis de Oriente Medio, y sobre todo en Irlanda y los Balcanes, se ha convertido en papel mojado tras la lamentable actuación del actual presidente.


Ante esta serie de hechos, el cine no podía mantenerse ajeno. Como ha sido habitual desde sus inicios, el Séptimo Arte es reflejo y, a la vez, portador de una serie de posturas y realidades. Si crisis mundiales anteriores han tenido sus películas, la presente también. No creo que sea muy arriesgado decir, que podemos tener una idea muy certera del mundo de los últimos años por medio de la producción de Hollywood. Algunos no estarán de acuerdo. Existe la creencia, generalizada, de que este cine es el reflejo de una única opinión, de una visión del mundo esquemática y ramplona. En algunos casos, es una opinión cierta. El tono de muchas de las películas de esta época guarda más de un paralelismo con cintas paradigmáticas de la era Reagan –posiblemente, el cenit del peor cine patriotero al servicio de la ideología que preponderaba en los años 80–: Acorralado ( First Blood , Ted Kotcheff, 1981), Rambo ( Rambo: First Blood II , George Pan Cosmatos, 1982), Desaparecido en combate ( Missing in Action , Joseph Zito, 1984), Amanecer rojo ( Red Dawn , John Milius 1984), por citar los ejemplos más extremos, eran una muestra de la posición beligerante de la Administración Reagan vs. el mundo comunista. Los antiguos integrantes del telón de acero se han tornado en sibilinos fanáticos musulmanes. Puede que en la actualidad el mensaje no sea tan directo, y como dirían algunos, facistoide, pero lo cierto es que una parte importante de la industria ha decidido mostrarse a favor de la weltanshaung del Presidente Bush.

Películas como El patriota ( The Patriot , Roland Emmerich, 2000), En la línea enemiga ( Behind Enemy Lines , John Moore, 2001), Pearl Harbor (Michael Bay, 2001), Black Hawk derribado ( Black Hawk Down , Ridley Scott, 2001), Señales ( Signs , M. Night Shyamalan, 2002), Windtalkers (John Woo, 2002), Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002), Cuando éramos soldados ( We Were Soldiers , Randall Wallace, 2002), El último samurái ( The Last Samurai , Ed Zwick, 2003), El fuego de la venganza ( Man on Fire , Tony Scott, 2004), El Álamo ( The Alamo , John Lee Hancock, 2004), La intérprete ( The Interpreter , 2005) –del otrora progresista Sydney Pollack–, Plan de vuelo: Desaparecida ( Flightplan , Robert Schwenke, 2005), La guerra de los mundos ( War of the Worlds , Steven Spielberg, 2005) y decenas de filmes más, han puesto de manifiesto una ideología que se toma por única en cuanto nos referimos al cine estadounidense y, en general, al pueblo americano. La violencia, el honor, el patriotismo, el uso de la fuerza como única vía para solucionar problemas, las loas continuas a la institución militar, la paranoia terrorista –un tanto comprensible después de un hecho tan brutal como el 11-S–, el retrato xenófobo y despectivo del mundo musulmán, el temor ha ser vigilados, el miedo al que es diferente... son algunas de las ideas que generan estas cintas, y que son un reflejo de la ideología de un gran sector de la sociedad americana. No obstante, creo que ofrecen un reflejo sesgado.

Como todo en la vida, no sólo hay blancos y negros, sino una amplia gama de grises. Ni los malos son tan malos, ni los estadounidenses son tan zotes como el brillante europeo occidental puede pensar. Una buena parte de la población de los Estados Unidos se ha pronunciado contraria a la política exterior del país. Desgraciadamente, es una voz silenciada. Hace unos días, hablando con una norteamericana de Ohio y que desde hace 15 años vive en Barcelona, me comentaba que los periódicos y televisiones del país obvian una serie de noticias que en Europa se amplifican, por ejemplo, las bajas de soldados en Irak, ciertas manifestaciones anti-americanas en capitales europeas, los problemas en el norte de Afganistán. A una parte del pueblo americano se le niega la opinión, mientras que a la otra se le cuenta lo que le interesa. ¿Censura? Si bien no oficial, en la práctica hay algo parecido. De ahí la enorme importancia de una serie de filmes que han surgido como contrapunto a la visión de la Casa Blanca. El ejemplo más claro de esta resistencia a la versión oficial es el cineasta y periodista Michael Moore, que por otro lado se convirtió en el peor aliado de los demócratas en las pasadas elecciones. El electorado de este partido apoyaba la posición moderada de John Kerry, pero no las bravuconadas y exabruptos de Moore, ídolo de los progresistas de salón de media Europa. Sus dos cintas más famosas, Bowling for Columbine (2002) y Fahrenheit 9/11 (2004) son valientes alegatos, aunque en ocasiones un tanto demagógicos, contra la política belicosa del país y los engaños de George W. Bush, que han sido sumamente populares allí donde se han estrenado.

En la actualidad disfrutamos de dos de las películas que más duramente han reflejado la situación actual. Por un lado, la segunda cinta como director del galán George Clooney y, por otro, el segundo filme de Stephen Gaghan: Syriana . Las dos son apuestas valientes y arriesgadas, que además han obtenido el respaldo del público y de la crítica. La película de Clooney, Buenas noches y buena suerte ( Good Night, and Good Luck , 2005) obtuvo seis nominaciones a los Oscar, mientras que Syriana ganó la estatuilla al mejor actor de reparto, que fue a parar, precisamente, a George Clooney. Ninguna de las dos cintas son obras maestras y, creo, que ni siquiera excelentes películas; pero por su voluntad de representar una época, de querer ser un testimonio, de su valentía al exponer una serie de situaciones; hace importantes estas obras. Su calidad fílmica, gracias a su apuesta moral y ética, pasa a un segundo plano.

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