Un año más, acudió puntualmente a su cita el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Su 54 edición se celebró entre el 21 y el 30 de septiembre de 2005, con un esquema similar al de años anteriores: una variada Sección Oficial; la siempre interesante Zabaltegi, incluyendo Perlas de otros festivales, Nuevos directores y Especiales; Horizontes Latinos, que engloba la Selección Horizontes y Made in Spain, con un ramillete de largometrajes españoles del último año; las proyecciones especiales del Velódromo de Anoeta; el Día del Cine Vasco y tres ciclos retrospectivos: Ernst Lubitsch, Emigrantes y Barbet Schroeder. Tal y como indicaba el programa oficial, “tras el cine negro que evoca el cartel [del Festival] y los labios y el vestido rojo de Marisa Paredes, se esconden muchos otros colores, todos los posibles para evocar la diversidad del cine de hoy”, incluyendo “el reflejo de la sociedad contemporánea a través de las distintas secciones”. En resumen, una oferta amplia e interesante que, a diferencia de lo que sucedió en la edición de 2005, en general no defraudó ni a los espectadores ni a los críticos, aunque, como no podía ser menos, entre estos últimos hubo opiniones para todos los gustos.

Como siempre, las discrepancias afectaron al fallo del jurado, presidido por Jeanne Moreau, que optó salomónicamente por conceder la Concha de Oro a la Mejor Película ex aequo a dos filmes muy diferentes entre sí. Por un lado, a la magnífica Niwemang / Half Moon , una coproducción entre Irán, Irak, Austria y Francia, dirigida por el cineasta kurdo Bahman Ghobadi, que ya había obtenido el máximo galardón del Festival donostiarra en 2004 con la impresionante Las tortugas también vuelan . La película, prohibida en Irán, narra la odisea de un viejo músico y de sus hijos, que acuden desde Irán a dar un concierto al Kurdistán iraquí, aprovechando la caída de Saddam Hussein. Con más humor que en su anterior filme, pero con una poética y un contenido social y político igualmente interesantes, Ghobadi refleja la emotiva historia de un pueblo sin amigos –tal como ha solido denominarse a los kurdos–, que continúa reivindicando su existencia. Poco puede decirse, por el contrario, de la película francesa que obtuvo el galardón compartido: Mon fils à moi , de Martial Fougeron, un drama familiar en torno a las relaciones entre una madre y su hijo, en una familia de clase media francesa.

Como ya hemos adelantado, bastantes otras películas de la Sección Oficial reflejaban aspectos controvertidos de la sociedad contemporánea. Por ejemplo, Si le vent soulève les sables (Bélgica-Francia), de Marion Hänsel, narra la odisea de una familia en el desierto del Sahara, con los problemas derivados de la falta de agua y las guerras intestinas que asolan un país sin nombre (probablemente Sudán). También The Tiger's Tail (Gran Bretaña-Irlanda), de John Boorman, dibuja un retrato de la sociedad irlandesa actual, por medio de un original guión en el que un empresario descubre repentinamente la existencia de un hombre exactamente igual a sí. La producción de Corea del Sur Orae doin jung won / The Old Garden , dirigida por Im Sang-soo, recrea, de manera algo confusa, por medio de un relato de amor, la historia política de su país en la década de 1980, cuando una dictadura pro occidental veía espías comunistas en todos aquéllos que se le oponían.

Con un carácter semidocumental y utilizando actores no profesionales, la película británica Ghosts , de Nick Brromfield, se centra en el drama de la emigración ilegal de chinos a Gran Bretaña. Muy inteligente es la crítica del argentino Carlos Sorín en su nuevo filme, El camino de San Diego , una divertida historia de un hincha de Maradona, que recorre media Argentina para llevar un regalo al astro futbolístico, cuando éste se encuentra ingresado en el hospital, como consecuencia del consumo de drogas. La única pega que puede ponerse a Sorín es que su película es demasiado parecida a sus dos anteriores largometrajes, y en especial a Bombón el perro , pero la honradez, el cariño y el humor con que Sorín trata a sus personajes, ejemplo de la Argentina de a pie, que ha sufrido la incompetencia de sus dirigentes políticos, hace que el filme merezca la pena.

Karaula / Border Post , de Rajko Grlic, es una nueva película sobre los orígenes del conflicto de los Balcanes. Ambientada en los últimos años de la Yugoslavia unida y comunista, sus dos únicos méritos son haberse atrevido a tratar por medio de la comedia un tema complejo y ser una coproducción en la que intervienen Croacia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Eslovenia y Serbia, además de Gran Bretaña, Hungría, Austria y Francia. Al final del filme, el tono de comedia cuartelera de trazo grueso se rompe por completo dando paso a la tragedia. Una comedia mucho más interesante es Delirious (Estados Unidos), de Tom DiCillo, en torno al mundo de la moda, la prensa y la fama en la sociedad norteamericana actual, en la que uno de los más conocidos representantes del cine independiente norteamericano –que se llevó el premio al mejor director– vuelve a presentar una irónica crítica de nuestra época. También se presentó a la Sección Oficial otra comedia independiente norteamericana –de menor interés, al caer en un humor más fácil– Sleeping Dogs Lie , dirigida por Bobcat Goldhwait, completando el género la proyección, fuera del concurso, de la última película de Lars Von Trier, The Boss of it All (Dinamarca-Suecia-Francia). Se trata de un interesante ejercicio del afamado creador del movimiento Dogma, en el que Von Trier rompe con su tradición dramática para atreverse con una comedia interesante y a ratos divertida, con un fondo de crítica social que incluye al mundo de los actores, del cine e incluso del propio Dogma. Por otra parte, cabe destacar la única película de recreación “histórica” de la Sección Oficial, Copying Beethoven , coproducida entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Hungría y dirigida por la siempre interesante cineasta polaca Agnieszka Holland, que se acerca al mundo creativo y a la personalidad del gran compositor alemán.

Una atención especial merecen las tres películas españolas (una de ellas en coproducción con Francia y otra con México) presentadas en la Sección Oficial. La más interesante de ellas fue Vete de mí , de Víctor García León, otra comedia sobre los actores, la lucha entre generaciones, etc., que le valió a Juan Diego el premio al mejor intérprete masculino. No obstante, este largometraje refleja una cierta idea fija del cine español, a veces demasiado centrado en mirarse a sí mismo, cuando busca nuevos argumentos: cine sobre el cine, actores y actrices, etc. La idea inicial de Lo que sé de Lola , del debutante Javier Rebollo (conocido hasta ahora por la dirección de cortometrajes) tiene su interés, pero el conjunto del filme, en torno a las peculiares relaciones entre una mujer española en París y un solitario hombre francés, termina haciéndose demasiado premioso, en algunos casos repetitivo (habría que recordar a algunos cineastas la existencia de la elipsis) y con cierto sabor a dejà vu en algunas secuencias. Por último, sin duda la película más floja de las presentadas a concurso fue Las vidas de Celia , de Antonio Chavarrías, un producto completamente prescindible en todos sus aspectos, siendo el único filme que fue acogido con pataleos en la sesión de prensa. Quizás tenga que hacernos reflexionar el hecho de que, año tras año, la peor película del Festival sea un filme español: a lo mejor sirve para que nuestros directores y productores se den cuenta de que la crisis no es (o al menos no es sólo) de dinero, sino sobre todo de ideas.

Resulta imposible, por razones de espacio, comentar aquí todas las películas de las demás secciones. En el Velódromo destacó el estreno en España de World Trade Center , el filme de Oliver Stone en torno a los atentados contra las torres gemelas de Nueva York. Probablemente se esperaba más de Stone, dada su trayectoria anterior, hasta el punto de que cierta crítica le ha acusado de haberse “domesticado” ante el poder y de justificar la intervención norteamericana de Irak. Sin embargo, el propio Stone, con motivo del estreno del filme en San Sebastián, criticó la política exterior de Bush, que habría impuesto un “estado de guerra permanente” y “cercenado las libertades” con la excusa de combatir el terrorismo desde el 11-S. Su tratamiento humano, por tanto, resulta tan interesante y tan válido como si hubiera optado por un enfoque político. También fue proyectada en el Velódromo Llach: La revolta permanente , un documental de Lluís Danès sobre Lluís Llach y su concierto en honor de los muertos en los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Vitoria. El renacer del documental en nuestro país estuvo presente también en Zabaltegi, con El productor y La silla de Fernando (dos nuevos ejemplos de ese “mirarse al ombligo” del cine español, al tratar sobre Elías Querejeta y Fernando Fernán Gómez respectivamente). Además, se estrenó Noticias de una guerra , de Eterio Ortega, una interesante mirada en torno a la Guerra Civil, en general acertada y bastante aséptica desde el punto de vista histórico. Su sorprendente y a veces desconcertante doblaje, que abarca todo el metraje (la película prescinde completamente de la voz en off ), puede ser criticado, pero al menos logra no convertirse en un repetitivo documental más sobre la guerra de 1936-39. Una muestra de cómo el cine proyectado en Zinemaldia 2006 reflejó los diversos colores de la historia y de la sociedad actual.