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INTRODUCCIÓN
La
caída del muro de Berlín, en 1989, nos acercó sobre el papel un poco
más a los europeos de ambos lados. Tras la ruptura de los sistemas
comunistas, los países del Este de Europa fueron perdiendo esta
denominación asignada desde el Occidente continental, y, a falta de
otra, se les fue considerando con el paso de los años simplemente como
países susceptibles de incorporarse a la Unión Europea. Pero en esta
relación recíproca que beneficia a ambas partes –unos consiguen
subvenciones económicas y los otros nuevos mercados–, ¿se acercan
realmente las personas o sólo las mercancías? ¿Nos conocemos mejor los
unos a los otros? En un mundo absolutamente globalizado en el que nos
llega información de la otra punta del planeta, resulta que nuestros
vecinos más inmediatos son unos desconocidos.
En
este sentido, el cine tiene un papel muy importante que desarrollar a
la hora de contribuir a intentar definir cuál es la identidad europea.
Por ello, cabe destacar la labor llevada a cabo por Posible,
Festival de Cine de Europa Central y Oriental, que, ya en su cuarta
edición, no sólo se ha hecho un hueco entre la oferta cinematográfica
de Barcelona, sino que se ha consolidado como una de las citas
ineludibles para los amantes del buen cine. Su heterogénea propuesta
obedece a un criterio de selección que abarca desde los últimos
trabajos de cineastas ya sobradamente experimentados, como Jan Nemec,
hasta las cintas de otros realizadores, caso de Fred Kelemen, por
ejemplo, cuya calidad ha de llenar todavía muchas hojas de tinta. Una
programación que va del corto al largo, de la ficción al documental,
esto es, el film en cualquiera de sus muchas posibilidades. Entre el 27
de enero y el 10 de febrero de 2006, el Institut Français y la
Filmoteca de Catalunya acogieron la proyección de unas cintas que
diseccionaban las sociedades de las que provenían, al tiempo que muchas
de ellas realizaban también su correspondiente crítica política.
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EL TRABAJO DE UNA VIDA
Entre lo más destacado del Festival, la sección Posibles,
dos retrospectivas de las obras del documentalista ruso Viktor
Kosakovski y del director lituano Sarunas Bartas, que contaron con la
presencia de ambos cineastas. Este amplio reconocimiento se tradujo, en
el caso del primero, en la proyección de los largometrajes Losev (Rusia, 1989), Los Belov (Rusia, 1993), Miércoles 19.7.1961 (Rusia-Alemania, 1997), Yo te amaba (Tres romances) (Rusia-Alemania, 2000), ¡Silencio! (Tishe!, Rusia, 2002) y Sviato (Rusia, 2006). Mientras que, del segundo, se pudieron visionar A la memoria del día pasado (URSS, 1990), Tres días (URSS, 1991), El pasillo (Lituania-Alemania, 1995), Somos pocos (Lituania-Portugal-Francia-Alemania, 1996), La casa (Lituania-Portugal-Francia, 1997) y, por último, Siete hombres invisibles (Lituania-Holanda-Portugal-Francia, 2005).
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La
obra de Kosakovski se caracteriza por realizar una disección de la vida
cotidiana de aquellas personas que, actores ocasionales, se interpretan
a sí mismas delante de la cámara. Es el caso de Losev, donde
capta los últimos días de vida del filósofo y efectúa un recorrido
intelectual por los parámetros en los que se ha movido su obra:
religión y marxismo; el de Los Belov, disección de la
convivencia de un hermano y una hermana, donde las obligaciones del
trabajo en el campo y la desilusión de las expectativas no cumplidas
acompañan las tensiones que surgen entre éstos; o bien el de Yo te amaba (Tres romances),
film en el que analiza la reciprocidad de los sentimientos en tres
momentos de la vida del ser humano: vejez (un matrimonio de ancianos
exiliados en Israel), juventud (una pareja de recién casados) e
infancia (unos niños en una guardería).
Con Miércoles, 19.7.1961 y ¡Silencio!,
Viktor Kosakovski amplia el espectro de posibilidades que circulan por
delante de la cámara. Así, mientras que la primera es el retrato de una
parte de los habitantes de San Petersburgo, concretamente la de
aquellos que nacieron en esa fecha, el mismo día en que el cineasta
cumple años; la segunda es una original puesta en escena desde la
“ventana indiscreta” de su casa, ya que filma exclusivamente todo lo
que ocurre delante de ese único encuadre: un microcosmos que
perfectamente se puede extrapolar a la realidad e idiosincrasia de la
misma ciudad.
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Por su parte, Sviato lleva
por título el nombre de uno de los hijos de Kosakovski, protagonista
absoluto que, privado del reflejo de su imagen desde que nació,
descubre a los dos años el rostro de su identidad. Su padre retiró
todos los espejos de la casa junto a aquellos objetos que pudieran
devolverle la mirada, y un buen día decide concederle ese hallazgo.
Para ello dispone cuatro espejos en una sala y se coloca detrás de la
cámara a esperar la reacción del primer ser humano que se vio reflejado
en el agua. El interesante experimento –que genera comentarios de todo
tipo– provoca una hiperactivad en un niño que reacciona sometido a una
sobredosis de sí mismo y termina por aceptarse con agrado. El
descubrimiento del Yo se consigue en un proceso que abarca desde el
puro juego por la devolución mimética del movimiento hasta la crisis
provocada por adquirir conciencia de la existencia. Por último, la
retrospectiva de Viktor Kosakovski también contó con el pase de Borovichi
(Alemania, 1996), de Viola Stephan, fresco del día a día de los
habitantes de dicha localidad; y largometraje en el que el cineasta
ruso se responsabiliza sólo de la fotografía y el montaje.
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