Decir a estas alturas que Clint Eastwood es un clásico, no es nada nuevo. Desde hace décadas nos ha regalado obras magníficas, narradas con un estilo sobrio, pausado y único para los tiempos que corren.

Su última película, Million Dollar Baby, ha conseguido un éxito de crítica y público que se ha visto coronado en la noche de los Oscars donde sus colegas de Hollywood le han rendido tributo con los premios más importantes.

Million Dollar Baby cuenta la historia de Maggie Fitzgerald, una joven desheredada de la vida, cuyo único objetivo es convertirse en una figura del boxeo femenino, yendo a parar a un gimnasio de segunda, habitado por otros perdedores como ella, donde a regañadientes es entrenada por el propietario hasta convertirse en la estrella que quería ser, viviendo los dos una relación paterno-filial, que se ve truncada por un trágico accidente que da un giro inesperado y polémico a la historia.

Los personajes de la película son los habituales de las últimas obras de Clint Eastwood, y no deja de ser llamativo que un “triunfador” como él se interese por ese tipo de personas que como algún crítico ha descrito viven en el purgatorio a la espera de un paraíso que nunca logran alcanzar, aun teniéndolo cerca, imbuyéndose de soledades compartidas y oprimidos por un sentimiento de culpa del que nunca se logran salvar.

 

A este respecto es significativo el personaje que encarna el propio Eastwood, que se siente culpable de la falta de relación con su hija natural y que reza por la noche por ella, acudiendo diariamente a misa y manteniendo conversaciones un tanto disparatadas con el sacerdote de su parroquia. Pero el personaje de Clint Eastwood no avanza moralmente; se encuentra incrustado en su pasado incapaz de pedir perdón, ni de perdonarse, ni redimirse, que trata a Dios con lejanía como un Ser Supremo que no nos escucha, que nos exige un esfuerzo sobrehumano por nuestra parte para lograrnos escuchar. Significativa es también la relación con el sacerdote, representante de Cristo en la tierra, al que se dirige de manera esquiva, sin saber encontrar un modo de pedir consejo y menos aún de seguirlo.

Es entonces cuando llega el personaje de Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), que da una segunda oportunidad a Frankie Dunn (el veterano Eastwood), si bien acaba trágicamente, con eutanasia incluida.

Sobre este tema, es inevitable hacer comparaciones con Mar adentro. Lo que en la película española es un telefilme plano y apologético sobre la eutanasia, mostrando una historia edulcorada que posteriormente se ha demostrado como falsa; en cambio, Clint Eastwood juega con las cartas boca arriba y nos plantea la situación en toda su crudeza, mostrando las consecuencias morales de su decisión, el dolor y la culpa que se desprende de ese acto, así como las situación angustiosa y desesperada que puede llevar a tomar esa decisión, pero nunca intenta justificarla (es significativo que Eastwood se haya mostrado en las entrevistas de promoción de la película como contrario a la eutanasia).

En el aspecto técnico, decir que el maestro Eastwood dirige con un tempo característico, reposado pero no aburrido, lleno de sabiduría transmitiendo casi físicamente el estado de sus personajes y el de los lugares donde viven, influyendo todo ello en el espectador que capta todos los matices de la historia; la fotografía es fría, llena de tonos azules y grises, como la vida de los personajes, subrayando todo ello con la música minimalista del propio Clint Eastwood.


Mención aparte merecen los actores. El hecho de que estén dirigidos por un actor hace que saque de ellos una sabiduría y una riqueza de matices magnificada, y así lo reconoció la Academia de Hollywood. Morgan Freeman sabe transmitir a su personaje una sabiduría y una ironía propia de aquellas personas que han visto ya demasiadas cosas, una interpretación que recuerda a la de los secundarios del cine clásico dorado. Por otro lado, Hilary Swank da a su personaje esa mezcla de dureza y vulnerabilidad que se requería, jugando muy bien con su rostro entre hermoso y duro. Por último, el veterano Eastwood actúa como dirige, con introspección, con gestos minimalistas, apoyándose en su voz de anciano cansado.

Esta película, rodada en un buen ambiente de trabajo y de respecto, ajustándose a los presupuestos fijados, barata para lo que son los cánones actuales, y en menos días de los previstos en el plan de rodaje, es una lección para los directores actuales que se apoyan en grandes presupuestos para contar historias lejanas que no enseñan nada nuevo al espectador y logran a lo sumo aburrirlo.