– En la película se cita a Goebbels con las palabras que recoge textualmente Fest: “Yo no he obligado a nadie a ser mi colaborador, como tampoco hemos obligado al pueblo alemán. Es él el que nos ha dado a nosotros el encargo. Y ahora le cortan el cuello”. En el libro, la cita continúa con una frase terrible, que sin embargo no se oye en el filme: “Cuando nosotros nos vayamos, temblará el orbe”.
– La omitimos conscientemente, porque nos parecía que daba un tono heroico. Goebbels dijo también otras cosas increíbles, como: “Hemos sabido luchar y vivir. Ahora vamos a demostrar a la posteridad que también sabemos morir”. En una frase monstruosa, pero habría introducido un matiz equivocado: lo que hizo esa gente no tiene nada de heroico; quería evitar esa impresión a toda costa.
– Pero ¿no causaría justamente la impresión contraria? Las potencias anteriores a Hitler, como Napoleón, también siguieron la política de la “tierra quemada”; pero lo específico del nacionalsocialistamo es que quiso hundirse con todo el pueblo.
– Napoleón tenía una visión clara; por supuesto, es indudable que uno de los medios que usó fue la violencia. Sin embargo, en los países que ocupó introdujo reformas. Hitler no. Su ideología se basaba sobre cuatro columnas, cada una de ellas más torpe que la otra: raza, espacio vital, el principio de la dictadura en sí y la violencia.
Y la violencia se convirtió en una columna cada vez más importante. En todas las guerras se producen muertes, pero no del modo sistemático tal y como lo inventó el nacionalsocialismo.
– ¿Qué diferencia este régimen de otros? Según Joachim Fest, lo específico de Hitler era precisamente esa idea: “Si yo me hundo, se ha de hundir todo el pueblo alemán”.
– Precisamente eso toca un nervio del alma alemana, que ya se encuentra, por ejemplo, en Wagner: en el alma alemana hay una rara nostalgia de la muerte. Tengo la sensación de que eso se debe, por un lado, a la postura militarista en la historia alemana: o victoria o destrucción, de un modo más radical que en otros pueblos.
Por otro lado, me parece que los alemanes tienen cierto miedo a la vida, con todo su pluralismo, con su diversidad de colores, movimientos e ideas. Por eso, en la muerte ven una especie de redención, de paz, no en sentido religioso, sino en un plano práctico. No lo sé explicar, pero lo intento comprender, porque me parece muy interesante. Incluso en Heine se encuentra esa postura, y Heine era judío.
– ¿Hasta qué punto quiere proporcionar una interpretación con su filme?
– Nosotros seguimos los acontecimientos tal y como sucedieron. No se puede hablar realmente de interpretación; yo me he considerado una especie de delegado de la historia alemana. Mi idea, con esta película, era proporcionar un estímulo para ver el trasfondo con nuevos ojos.
Ahora bien, el filme solo puede ser un acicate; lo interesante es que intentamos evitar una postura de prejuicio, de estigmatización. Decir tan solo que eso es malvado, que no debe volver a ocurrir, no conduce a ninguna parte. Cuando se le enseña a los niños, responden: “De acuerdo, qué horrible”.
Pero para comprender el horror es necesario comprender cómo fue posible. Y en realidad, el horror fue mucho más horrible de lo que nos podemos imaginar. La gente que lo produjo no esa sencillamente un pequeño grupo de locos, sino una parte considerable de nuestro pueblo. Y la sangre de esa gente bulle en nuestras venas.
Los alemanes éramos un pueblo con una gran cultura; si queremos seguir siéndolo en el futuro, tenemos que ocuparnos realmente de nuestra historia. Espero que los viejos y los jóvenes, después de ver la película, hablen unos con otros; por ejemplo, que los jóvenes pregunten: “¿Cómo fue posible? ¿Os pareció bien que los intelectuales, los escritores críticos, los artistas de altura mundial abandonaran de repente el país, que se eliminara la elite cultural?”.