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Tras el éxito del Festival Internacional de Cine de San Sebastián de 2003, se esperaba con interés el desarrollo de la 53 edición, celebrada entre el 15 y el 24 de septiembre de 2005, con la novedad del patrocinio oficial de TVE. Pero, desgraciadamente, este año el balance final no ha sido de excesiva calidad, aunque siga habiendo aspectos que hay que destacar positivamente. Entre ellos está la alta asistencia del público, no sólo a la Sección oficial ni al glamour que, quizás menos que en años anteriores, ha acompañado al certamen, sino también a los ciclos retrospectivos, las sesiones especiales, los coloquios con cineastas, etc. Desde el punto de vista de la relación entre cine, historia y sociedad, el panorama parecía a priori especialmente atractivo, puesto que –como indicaba la presentación del folleto oficial del Festival– se habían seleccionado un buen número de películas “que ofrecen un retrato de nuestra sociedad contemporánea”. Otras cosa es que los cineastas elegidos hayan logrado cumplir este objetivo, a pesar de ser algunos de ellos, según señalaba la organización, “nombres destacados de la cinematografía mundial”. El glamour, por su parte, ha venido sobre todo de la mano, como otros años, de los receptores del Premio Donostia –que en esta ocasión ha correspondido a Willem Dafoe y Ben Gazzara– y del propio Jurado del Festival, presidido por Anjelica Huston y compuesto entre otros por Verónica Forqué, Antonio Skármeta (la tradicional presencia literaria, que el año pasado estuvo representada por Mario Vargas Llosa) y el inolvidable protagonista de Lamerica, Enrico Lo Verso.

 

Como ya he adelantado, ninguna película de la Sección oficial consiguió atraer del todo el entusiasmo de la crítica y del público presente en San Sebastián. Este hecho quizás explique que –aunque la película ganadora fue una sorpresa– no haya habido, como en alguna edición anterior del Festival, protestas del público ante el fallo del Jurado, precisamente porque no había ningún largometraje que destacara de modo excepcional por encima de la media. De ahí que –siguiendo la estela del cartel del Festival, dedicado en esta ocasión a Alfred Hitchcock– la intriga fuera una constante en la noche de los premios. La Concha de Oro a la mejor película ha ido a parar al filme checo Stetsi, de Bohdan Sláma, un retrato social de un grupo de vecinos que viven en un barrio obrero, entrecruzándose sus vidas y sus anhelos. Una obra coral que apenas deja huella en el espectador, tal y como pasa con casi todas las películas de esta sección, aunque entre ellas hubiera filmes dignos e interesantes, a veces más por su planteamiento que por su resolución.

 

Es lo que sucede con el largometraje chino Xiang ri kui, de Zhang Yang (el director de la estupenda La ducha, que esta vez se llevó dos galardones), al que se le va un poco la mano en el metraje, al contarnos la historia de una familia y, en el fondo, la evolución de la propia sociedad china, de manera muy inferior a como lo hacía la inolvidable ¡Vivir! de Zhang Yimou.

Otra apuesta interesante, pero que tampoco termina de rematar la faena, es el filme argentino Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer, que se atreve a relatar la tragedia cotidiana de un grupo de ex combatientes de la Guerra de las Malvinas. Acercarse a este conflicto bélico –si cabe hablar así, más absurdo e incomprensible que la media de las guerras contemporáneas–, convirtiendo a las Malvinas en una especia de Vietnam argentino, donde se suceden los suicidios de los antiguos soldados, la incompetencia y arrogancia de los mandos respecto a sus propias tropas en la guerra, etc., tiene en cualquier caso un enorme mérito, aunque sólo sea por acercar a las pantallas este tramo de la historia reciente. Otros largometrajes premiados han sido el esloveno Odgrobadogroba, de Jan Cviykovic, otra muestra más del pujante cine de los Balcanes, representado en esta ocasión por un país habitualmente poco presente en nuestros cines; y el alemán Sommer vorm Balkon, de Wolfgang Kohlhasse, un retrato del caos ético de la sociedad contemporánea, centrado en la vida de dos amigas en la capital alemana, en medio de la crisis económica y política del país, después de la unificación.


El cine francés, por su parte, se ha ido este año sin ningún premio, a pesar de presentar alguna película interesante, como Je ne suis pas là pour etre aimé, de Stéphane Brizé, una de las más aplaudidas, aunque su retrato de personajes en una ciudad francesa de provincias suene un poco ha visto. No puede decirse lo mismo de otro filme galo presentado a concurso, Entre ses mains, de Anne Fontaine, que partiendo de la misma base de repente da un giro hacia el terror psicológico, desconcertando al espectador. También han decepcionado los últimos filmes de algunos directores consagrados, como Michael Winterbottom (A Cock and Bull Story) o Terry Gilliam (Tideland) y asimismo se esperaba más –después de su magnífica Nueve reinas– del cineasta argentino Fabián Bielinsky, que presentaba a concurso El aura, de nuevo con Ricardo Darín como protagonista.

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