La
evocación de hechos del pasado ha sido una constante del
cine desde su más tierna edad. Para el sorprendido espectador
de principios del siglo XX, ver en imágenes animadas los
grandes personajes de la historia universal era un atractivo más
a añadir a las renovadas series de escenas documentales,
cómicas o dramáticas con que el nuevo medio (entonces
todavía no se hablaba del "séptimo arte")
encandilaba al respetable.
En
los años anteriores a la Gran Guerra, los italianos hicieron
del cine histórico una auténtica especialidad y
sentaron las bases para las superproducciones hollywoodianas de
los cincuenta, tan centradas en el Mundo Antiguo, así como
en aquellos entrañables sucedáneos que los franceses
etiquetaron bajo el apodo, medio cariñoso y medio despectivo,
de "peplum".
Pero el cine histórico siempre
ha sido un reflejo de la mentalidad contemporánea, sobre
todo cuando a partir de los años treinta los diálogos
adquirieron tanta importancia como la imagen. Los países
totalitarios utilizaron los grandes héroes del pasado para
ensalzar a los del presente: Escipión el Africano era el
precursor del Mussolini "liberador" de Etiopía,
Federico el Grande el de Hitler y Alexander Nevski el de Stalin.
Después de 1945 el cine histórico se hizo más
apolítico y derivó hacia la película-espectáculo
a la que antes hacíamos alusión (por otra parte,
la corriente neorrealista también influyó al orientar
los gustos del público hacia asuntos más cotidianos).
Con el movimiento intelectual de los años sesenta comenzó
una revisión crítica del pasado que dio sus máximas
aportaciones en la siguiente década, especialmente a cargo
-nuevamente- de cineastas italianos, Visconti a la cabeza.
Tras unos años en los que
la fantasía más absoluta
ha
sido la pieza clave del cine de gran presupuesto, con las series
de Indiana Jones o Star Wars como ejemplos más
preclaros, en el comienzo del nuevo siglo estamos asistiendo a
un "revival" del cine histórico cuyo único
factor negativo es que, al estar promocionado casi exclusivamente
por Hollywood, el elemento espectacular (a los americanos les
encanta el término epic para definir este tipo de films)
predomina excesivamente sobre el análisis o el rigor ambiental.
No obstante, títulos quizá no plenamente conseguidos
pero de rotundo impacto comercial como Gladiator (2000),
Gangs of New York (2002), Master and Commander (2003)
o El último samurái (2003) confirman que,
a la espera de Troya, Alexander o The Kingdom
of Heaven, el cine histórico tiene todavía "cuerda
para rato".
NOTA:
Está compilado el CD-ROM del Vol. XIII (2003). Para adquisiciones
dirigirse a: filmhist@trivium.gh.ub.es