Bowling for Columbine es un documental que más allá de haber obtenido un Oscar y una crítica justamente positiva, ha llegado al espectador como pocas veces lo ha hecho un documental. Se nota que Michael Moore conoce bien cual es la historia que quiere contarnos.

Este joven director nos abre las puertas de su país y a partir de la realidad crea una trama y una auténtica aventura que consigue hacer del reality show un género inéditamente edificante. Moore expone tesis (las suyas) y antítesis (lo que hay) y deja que degustemos una agridulce síntesis que hace de su obra algo absoluto.

La historia central de Bowling for Columbine va más allá de recrear de modo grotesco y sensacionalista un suceso tan truculento como un genocidio en un instituto procesado por algunos de sus alumnos, o el asesinato de una niña de manos de un niño de cuatro años. Moore consigue sacar hierro del típico y tópico reality americano y logra ir más allá. ¿Cómo? Moore se acerca al lugar del crimen; no señala patética y vagamente a unos presuntos delincuentes juveniles, sino que señala a una sociedad que puede ahogar a cualquier persona. Moore señala el contexto, señala las plantas de armamento que mantiene el pueblo del instituto Columbine. Señala la mentalidad de Columbine, una high school, como tantas otros, en el que los profesores coaccionan a los alumnos señalándoles con el dedo y hundiéndolos si no parecen ser aptos para conseguir el american dream: llegar a ser un buen vendedor de seguros o inmuebles que pueda jubilarse con un buen reloj de oro y unas cuantas palmaditas en la espalda después de una vida monótona y filosóficamente inhumana. La vida del americano medio queda retratada como una vida sedentaria en la que la televisión y la coacción parecen ser el mejor amigo del hombre. El miedo y las armas no pueden faltar, la alquimia televisiva y el sistema capitalista hipertrofian una realidad indeseable.

Michael Moore no se queda en la superficie de las cosas. Tampoco se queda en una mera parodia, aunque el sarcasmo es imprescindible cuando no se quiere perder la razón ante una realidad que provoca escepticismo a cualquier persona medianamente sensible e inteligente. Moore visita a quien tiene que visitar, persigue a quien tiene que perseguir, espera horas a quien tiene que esperar. Nos enseña como le cierran las puertas en las narices quien no tiene nada mejor que ofrecer. Aunque seguro que también le entristece, a Moore le honra poder enseñarlos cómo le repudian y le piden que se vaya porque se ha comportado como un moscardón que logra incordiar una cómoda e irresponsable conducta irracional que lleva más de un estadounidense.

Pero la conducta irracional, nos enseña Moore, se debe criticar, se debe perseguir, se debe publicar. De la conducta irracional dependen una serie de efectos secundarios que aunque sepamos que seguirán ocurriendo (pensar lo contrario sería actuar supersticiosamente) debemos criticar. Y se puede criticar de muchas maneras, pero una crítica ideal es la que se ejerce desde la construcción física de algo, de lo mejor que uno encuentre en sí mismo. Y Michael Moore está cargado de talento.

Moore hace su papel de manera magistral. Lo más admirable es que Michael Moore no es una ficción sino una persona real, especialmente inteligente y dotada como para hacer de la realidad una auténtica ficción o lo que es lo mismo, para hacer de la dinamitable cotidianidad algo que hable un idioma sumamente expresivo y cargado de matices. Moore hace del sarcasmo y del dolor, incluso de la mala educación, una agridulce obra de arte sin precedentes conocidos pero con efectos seguros. Michael Moore idea, genera y dirige algo más que un simple reportaje con aras a conseguir un Oscar de la Academia que, paradójicamente, aplaude masivamente por Bush. Lo que da Moore a los americanos es una medicina para que el ciudadano medio, el especulador tipo y el american dreamer deje de ver la paja en el ojo ajeno. Moore dirige sus ideales, se mete hasta el fondo en un terreno pantanoso y logra implicarnos y llenarnos de fango también a nosotros.

Bowling for Columbine se dedica a bowling for Columbine y otras desgracias humanas; se dedica a lanzarse en forma de contundente bola y a intentar desmoronar algunos bolos. Los bolos son las cabezas con nombres y apellidos que están detrás de los genocidios. Moore hace explícito lo que parecía no poder traspasar las fronteras de lo implícito. Michael Moore atraviesa mediante una inesperada radiografía a esa especie de guerra contra sí mismos en la que viven los estadounidenses. Ese desmesurado conflicto interno perfectamente equiparable al que sus políticos provocan en el exterior sistemáticamente. Mientras el afán de lucro y los delirios de grandeza sean los funámbulos estrella de este país del strat of the sreen, la razón dormirá. Y mientras el sueño de la razón produce monstruos Moore nos tira una jarra de agua fría.

RAQUEL HOLGADO