JOSÉ LUIS GUERÍN,

UN "DOCUMENTALISTA" GENIAL EN BUSCA DE SU CIUDAD


Título original: En construcción. Producción: Ovideo TV-Are France (España-Francia, 2000). Director: José Luis Guerín. Guión: José Luis Guerín. Fotografía: Alex Gaultier. Sonido: Amanda Villavieja. Montaje: Mercedes Álvarez, Núria Esquerra y José Luis Guerín. Intérpretes: Antonio Atar (Ex marino), Juana Rodríguez e Iván Guzmán (La pareja), Juan López (El encargado), Juan Manuel López (Su hijo), Santiago Segade (Albañil), Abdel Aziz El Mountassir (Peón). Color - 125 min. Estreno: 19-X-2001.


Pocos cineastas singulares han tenido tan buena acogida como este genial "documentalista". El celebrado estreno de En construcción, de José Luis Guerín, demuestra que el cine minimalista posee numerosos seguidores.
En efecto, la aceptación de esta magistral obra del barcelonés José Luis Guerín (41 años) se ha ido "construyendo" -nunca mejor dicho-, paso a paso, paulatinamente, como la misma película. Una cinta documental, que empezó como un máster de la Universidad Pompeu Fabra -donde el cineasta también imparte clases- en 1998, para concluirse en el año 2000. Presentada en el Festival de Cine de San Sebastián 2001, fue la gran ganadora moral: Premio Especial del Jurado, junto a los correspondientes de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) y del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC).
Realizador caro de estrenar -como Víctor Erice-, Guerín tiene en su haber otras tres obras maestras: Los motivos de Berta (1984), Innisfree (1990) y Tren de sombras (1997), que evocan un universo particular de difícil definición, todas muy próximas al documental de reconstitución histórica.

El innovador José Luis Guerín, que se asoma a la pantalla cada lustro, ha vuelto a sorprender con un filme sin precedentes: el cambio del paisaje de una gran ciudad -concretamente, el Raval de Barcelona-, a través de la construcción de un edificio en el antiguo Barrio Chino de la Ciudad Condal. Una hermosa metáfora sobre el paso del tiempo, que protagonizan los habitantes del lugar: vecinos, inmigrantes, marginales, vagabundos..., seres llenos de historia y vitalidad, que testimonian el devenir de la vida cotidiana, el cambio de mentalidades, el diálogo intercultural, la fugacidad de la existencia humana...; en definitiva, las relaciones del imaginario colectivo con el cinematógrafo -antológica resulta la secuencia y el relato paralelo de Tierra de faraones (Howard Hawks, 1955), donde se evidencia la condición de cinéfilo del director-, de la ficción con la cruda realidad.

Le comenté al buen amigo Guerín -a la salida del preestreno- el carácter minoritario de la película (cosa que le sorprendió), y me equivoqué plenamente. Su "documental" va más allá del retrato de una ciudad, de un barrio y sus gentes; En construcción (2000) es, sin duda, universal. En cambio, no me equivoqué al calificársela como su obra más conceptual y sugerente (también le sorprendió mi comentario). Es más, semanas después, se ha vertido muchísima tinta sobre este filme. Por no ir más lejos, La Vanguardia le dedicó diversos artículos, y tres páginas enteras (¡nada menos!) de su suplemento diario "Vivir en Barcelona" (6-XI-2001), que voy a resumir aquí. Bajo el título de Cine contra el olvido, la periodista Núria Escur señaló:

"Uno va a ver la película pensando que es ésta una historia en construcción y destrucción de edificios y se encuentra con la construcción y destrucción de seres humanos. Unos degradados, otros a punto de salvarse, varios con poco futuro, muchos sin presente. Una bellísima metáfora de cicatrices que quieren cerrarse. Probablemente, José Luis Guerin estaría de acuerdo con Stefan Zweig en que el aislamiento del individuo en una ciudad de miles de habitantes, en un país de millones de habitantes, siempre tiene algo de espectral y grandioso a la vez".

Por su parte, el historiador Josep M. Muñoz añadió en la "Tribuna" del mismo suplemento, titulada En transformación:

"Guerin no construye un documental al uso, aunque nos esté documentando paso a paso un proceso de transformación, ni una película a lo Ken Loach sobre la clase obrera catalana, aunque raramente se haya visto un filme que sea capaz de retratar con tanta sensibilidad las condiciones de trabajo y de vida de las clases subalternas barcelonesas. El gran acierto de Guerin es convertir en realidad aquel dicho que se atribuye a Shakespeare: la ciudad es la gente. La gente -los viejos de aspecto descuidado y mirada perdida, los niños de insaciable curiosidad y de réplica rápida, las mujeres que filosofan con sabiduría popular- inunda la pantalla a lo largo de las dos horas, como en la impagable escena que sigue al descubrimiento de unas sepulturas de la época romana. Una gente y un paisaje -captado en algunos momentos particularmente mágicos, como durante la nevada- que se renuevan al final de la película, cuando otras gentes acuden a comprar pisos nuevos. Guerin no cae en el didactismo, no pretende tomar partido sobre las bondades de la operación urbanística. Pero, cineasta inteligente como demuestra ser, se limita a intercalar algunas breves escenas que dicen mucho sin que se diga nada".

Finalmente, Felip Vivanco concluiría así con su artículo En destrucción:

"La reforma del barrio descrita en la película apenas disimula la espiral de degradación que arrastra el Raval. El bosque de grúas que aún habita el Raval da noticia de la inacabada reforma del barrio y de los muchos escondrijos degradados que aún quedan diseminados en torno a la nueva Rambla, la cicatriz más profunda de una operación quirúrgica que ha necesitado mucho bisturí pero poca sotura. Las grúas, con sus movimientos circulares, aún dibujan un interrogante que también flota en la película de José Luis Guerin. ¿Se ha construido más de lo que se ha destruido o al revés?".

Vanguardista, pues, hasta la médula, Guerín teoriza asimismo en este cuarto largometraje:

"Para mí, el cine más que un oficio es una forma de escritura y mi modo de relacionarme con la realidad y las personas. Yo soy lo que hago. Elegí un sitio y la realidad es generosa, no te decepciona si sabes mirarla y pactar con ella. Lo mejor de viajar es que te ayuda a reinterpretar tu propia calle. La cotidianidad nos ciega. Ese es el reto. (...) Renoir decía: "Hay que rodar siempre dejando una puerta abierta a la realidad", y yo estoy totalmente de acuerdo. Hay que buscar esa fricción con la realidad. (...) Observar es redescubrir la cotidianidad, el tiempo de lo cotidiano está lleno de cosas que la gente no ve porque no tiene ese tiempo o no tiene interés. Creo que la gran tarea del cineasta es mostrar ese aspecto". Al mismo tiempo, declararía a El País: "Lo que llamamos cine moderno, y arranca de los años 40 con Rossellini, sufre a partir sobre todo de los 70 un fenómeno muy doloroso: la escisión profunda entre el cine y el público. Los cineastas del pasado que yo más aprecio hacían un gran cine popular: Chaplin, Renoir, Ford, Murnau... Hoy, si el cine no ha muerto, le ha pasado algo muy parecido a la muerte debido a esa escisión. Ya no es el gran arte popular que era".

Con unas 120 horas de material rodado, su homenaje al Raval y sus gentes -me presentó al viejo lobo de mar que coprotagoniza el filme: un tipo genial- resulta obvio; pero también -insisto- su universalidad. El mismo Guerín declararía a Fotogramas:

"Se trata de la crónica de una transformación. Además es un barrio que habla del siglo XX, ya que nace y muere en este tiempo, un caso que ha pasado en muchos otros barrios de ciudades europeas. Para mí un barrio es un puñado de rostros que lo representan: niños, jóvenes, viejos y personas de diferentes razas y condición social. (...) Todas las palabras son de los actores y son diálogos excepcionales, tan llenos de vida que me parece imposible escribirlos. En un documental de estas características los personajes son decisivos porque no sólo son el rostro y la presencia, sino que se transforman en coguionistras, correalizadores. (...) Todo es real. Yo lo único que he hecho es ir seleccionando a las personas, ir creando situaciones; urdir una especie de dispositivo para capturar esos trozos de realidad".

Un tanto reiterativo y con algunos detalles o pasajes que podrían haberse omitido, el propio Guerín insistiría en su modo de trabajar:

"Fuimos alternando el rodaje y montaje, para poder trabajar en esa realidad que cada día se nos metía dentro, para tratar de posibles subtramas de la película y examinar las cosas a las que teníamos que renunciar. En ese sentido, hay una gran herencia de Flaherty, al que admiro. Flaherty, cuando rodó El hombre de Arán o Nanuk, lo primero que exigía era tiempo. Yo también, pero sabemos que hoy no hay demasiado. Esta es la mayor transgresión de mi película". (HERMOSO, B. "José Luis Guerín/Director de la película En construcción" (Entrevista), en El País, 21-X-2001).

Casi un mes después del estreno, el Ministerio de Cultura español concededería el Premio Nacional de Cinematografía al autor de En construcción, José Luis Guerín. El Jurado, presidido por el Director General del ICAA, José María Otero, valoró "toda su trayectoria profesional y especialmente su último largometraje". A menos de dos meses de su presentación, con sólo cinco copias, En construcción había alcanzado la cifra de 50 millones de pesetas. Es el triunfo del cine radical y anticonvencional.


J. M. CAPARRÓS LERA