EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ, NUEVA INCURSIÓN DE LOS HERMANOS COEN EN EL CINE NEGRO

Título original: The Man Who Wasn't There. Producción: Working Title para USA Films/Good Machine (USA, 2001). Productor: Ethan Coen. Director: Joel Coen. Guión: Ethan Coen y Joel Coen. Fotografía: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Diseño de producción: Dennis Gassner. Montaje: Roderick Jaynes (seudónimo de Joel y Ethan Coen) y Tricia Cooke. Intérpretes: Billy Bob Thornton (Ed Crane), Frances McDormand (Doris), Michael Badalucco (Frank), James Gandolfini (Big Dave), Katherine Borowitz (Ann Nirdlinger), Jon Polito (Creighton Tolliver), Scarlett Johansson (Birdy Abundas), Richard Jenkins (Walter Abundas), Tony Shalhoub (Freddy Riedenschneider). Blanco y negro - 116 min. Estreno en España: 12-IV-2002.


Con el paso de los años, los hermanos Coen se han convertido en un referente insustituible para la revisitación de los géneros y los cineastas del Hollywood clásico. Buena prueba de ello son El gran salto (1994), homenaje al cine de Frank Capra, o Barton Fink (1991), retrato ácido de la Meca del Cine con ciertas reminiscencias wilderianas. Ahora, después de esa extravagante mezcla de alocada comedia carcelaria, epopeya homérica y música bluegrass bautizada con el nombre de O'Brother! (2000), los Coen vuelven a aproximarnos al género que los hizo populares gracias a su ópera prima Sangre fácil (1984): el cine negro.

Su último trabajo, El hombre que nunca estuvo allí, es un homenaje a la serie negra que toma como punto de partida el sórdido universo literario del escritor norteamericano James M. Cain, autor de novelas que han dado lugar a obras cinematográficas tan importantes como Alma en suplicio (1944), de Michael Curtiz, El cartero siempre llama dos veces (1946), de Tay Garnett, y Perdición (1944), de Billy Wilder.

El film nos muestra -en un espléndido blanco y negro, digno de los grandes policiacos de los años treinta y cuarenta- la historia de Ed Crane (impresionante Billy Bob Thornton), un barbero de carácter parsimonioso y de vida absolutamente gris, que, tras descubrir la infidelidad de su esposa, planea un chantaje para conseguir un fuerte suma de dinero que le ayude a abandonar su monótona existencia. Sin embargo, su plan se viene abajo cuando asesina, en legítima defensa, al hombre chantajeado. El mismo actor explicaría en estos términos el sentido de su personaje:

"Es importante que Ethan y Joel Coen hayan sido tan meticulosos a la hora de recrear la imagen de los cuarenta. De la misma manera, yo trato de ofrecer un aspecto diferente en cada película para que el público se centre en el personaje y olvide al actor. Ed es una especie de observador, un tío que lo único que hace es esperar a ver qué ocurre. Se trata de un hombre muy de su época. He visto fotos de actores de aquellos años y me he quedado con algo de cada uno de ellos: Raymond Burr, Humphrey Bogart, incluso Frank Sinatra. Y es curioso, pero una vez que consigues dar con la imagen adecuada te cambia completamente la actitud".

Esta nueva película de los Coen se sitúa a caballo entre el homenaje al citado género y la crítica a la mediocridad provinciana de la América profunda. En ella, todos los personajes son mezquinos y socialmente degradantes, hecho que deja constancia de la vinculación del film con el realismo crítico y la descripción de la corrupción humana que siempre ha puesto de manifiesto la obra de James M. Cain. El propio Joel Coen lo comentaría así:

"En las historias de Cain casi siempre los "pringaos" son los héroes protagonistas, gente fracasada, con una existencia absurda y banal. A Cain le interesaba el día a día de la gente y su forma de ganarse la vida; escribió sobre vendedores de seguros, empleados de banco, obreros, etc. Todo esto nos sirvió de referencia para la película".

Sorprendentemente, a pesar de tratarse de un film ambientado en una pequeña localidad californiana a finales de los 40, la recreación de dicha época no intenta reproducir ese efecto retro que se puso tan de moda en la década de los 70 y que podemos percibir en obras como Chinatown (1974), de Roman Polanski, o Adiós, muñeca (1975), de Dick Richards. En ese sentido, El hombre que nunca estuvo allí también se distancia sensiblemente de otra de las piezas maestras de los Coen, Muerte entre las flores (1990), donde el vestuario y los decorados sí que se esfuerzan por darnos la impresión inmediata de que estamos sumergidos en una intriga al más puro estilo de Dashiell Hammett.

Ahora bien, en el caso del film que nos ocupa no se puede hablar simplemente de homenaje a la serie negra. La particular excentricidad de los hermanos Coen, evidenciada en todas y cada una de sus películas, no nos permite incluir este film dentro de los reducidos límites del cine de géneros sin más. Saltándose esta vana clasificación, los Coen se adentran en su personalísimo estilo, salpicado siempre por un característico sentido del humor, para abrir paso a esta obra hacia otros derroteros. Por un lado, recuperan la descripción de una atmósfera y de unos personajes opresivos y sombríos que habían visto la luz por vez primera en Sangre fácil, mientras que, por el otro, renuevan la punzante crítica al provincianismo que tanto sorprendió en su día a crítica y público en Fargo (1996), potenciando aún más este último aspecto en la presente cinta.

Tal vez no se trate del mejor de los cuatro policiacos realizados por esta pareja de hermanos, pese a su enorme acierto tanto en sus propuestas critico-argumentales como en sus recursos de puesta en escena, pero sí que estamos, sin lugar a dudas, ante la obra que mejor reúne todos estos elementos. No es de extrañar, pues, que Joel Coen fuese galardonado con la "Palma de Oro" al Mejor director (ex-aequo con el David Lynch de Mulholland Drive) en el Festival de Cannes'2001. Es una clara señal de que el cine de los hermanos Coen promete continuar en alza durante largo tiempo.

 

CARLOS GIMÉNEZ SORIA