LA SOMBRA DEL 11-S ES ALARGADA:

CUANDO ÉRAMOS SOLDADOS, O LA GUERRA DE VIETNAM

27 AÑOS DESPUÉS


T. O.: We Were Soldiers. Producción: Icon Entertainment International-The Wheelhouse, para Paramount (USA, 2002). Productores: Bruce Davey, Jim Lemley y Arne Schmidt. Director: Randall Wallace. Argumento: basado en el libro de Harold G. Moore y Joseph L. Galloway, We Were Solderis Once... and Young. Guión: Randall Wallace. Fotografía: Dean Semler. Música: Nick Glennie-Smith. Diseño de producción: Thomas E. Sanders. Efectos especiales: Stan Blackwell y Nancy Adams. Vestuario: Michael T. Boyd. Montaje: William Hoy. Intérpretes: Mel Gibson (Harold Moore), Madeleine Stowe (Julie Moore), Greg Kinnear (Bruce Crandall), Sam Elliott (Basil Plumley), Chris Klein (Jack Geoghegan) Barry Pepper (Joe Galloway), Keri Russell (Barbara Geoghegan), Ryan Hurst (Ernie Savage). Color - 138 min. Estreno en España: 28-VI-2002.

Una nueva película propagandística USA se ha asomado a las pantallas veraniegas. Se trata del segundo largometraje del guionista Randall Wallace -debutó como director con El hombre de la Máscara de Hierro (1998)-, que ya se ha consolidado como realizador. El norteamericano Wallace se hizo famoso como autor de dos guiones: Braveheart (1995) y Pearl Harbor (2001). El primero proporcionó el Oscar a su director e intérprete: Mel Gibson. De ahí que escogiera al célebre galán australiano para protagonizar esta nueva película de reconstitución histórica, asimismo con grandes dosis de propaganda política (como la referida Pearl Harbor). Y la verdad es que ambos han salido harto beneficiados de tal colaboración. Me explicaré sobre un tema que pertenece a mi especialidad.

Basado en las memorias de coronel Harold G. Moore (hoy Teniente General retirado) y del periodista Joseph L. Galloway (corresponsal de guerra en Vietnam), publicadas como libro bajo el título de We Were Soldiers Once... and Young, Randall Wallace ha construido un alegato en favor de aquellos que combatieron en la llamada "guerra más larga de América" -según el historiador George C. Herring (America's Longest War: The United States and Vietnam, 1950-1975. Filadelfia: Temple University Press, 1986)-, ahora claramente influido por el "espíritu" del 11 de septiembre.
Si antaño la mayoría de las películas norteamericanas cuestionaron el triste e inútil conflicto vietnamita (vid. el reciente libro de Jamie RUSSELL, Vietnam War Movies. Harpenden: Pocket Essentials, 2002; y CAPARRÓS LERA, J. M. La guerra de Vietnam, entre la historia y el cine. Barcelona: Ariel, 1998), la sombra del 11-S parece extenderse de forma bastante alargada, para demostrar que los "muchachos" -denominación propia de los militares que condujeron aquella contienda- lucharon heroicamente por su país y perecieron los mejores. Sólo dos frases significativas -entre las muchas del filme que no tienen desperdicio (especialmente, cuando el protagonista explica a su pequeña hija qué es la guerra)- copié en plena proyección. Antes de entrar en combate, el coronel afirma: "Hagamos lo que hemos venido a hacer". Y cuando va a expirar uno de sus valerosos soldados, éste concluye: "Me alegro de morir por mi país". Pienso que sobran comentarios.

Tras un prólogo sobre la derrota colonial francesa en Dien Bien Phu (mayo de 1954), Wallace narra -adaptando fidedignamente el referido best-seller- el primer enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre el Ejército norteamericano y el vietnamita, acaecido el 14 de noviembre de 1965. Fue en el Valle de la Drang (Sombra de la Muerte): el batallón "Séptimo de Caballería" -con helicóteros en lugar de caballos, y con un general Custer menos loco al frente- luchará encarnizada y denodadamente durante tres días, en una emboscada similar a la que sufrió el desdichado George A. Custer por los sioux en Little Big Horn (1876), para vencer en última instancia a los no menos valerosos guerrilleros del Vietcong en la zona X-Ray (se muestran reconstruidos los históricos túneles de la ruta de Ho Chi Minh). El interés por este hecho verídico y por qué escogería para protagonizarlo a Mel Gibson lo contó el propio Randall Wallace:

"Descubrí el libro en 1993 o 1994. Cuando lo leí inmediatamente llamé a mi agente y le dije: existe este libro y sé que alguien tiene los derechos para el cine. Compré los derechos del libro con dinero de mi bolsillo. No tenía un estudio que me apoyara, ni un actor vinculado al proyecto. Nunca he escrito una historia pensando en un actor -dice su director y guionista-. Lo que pasa es que cuando la terminé, igual que me ocurrió con Braveheart, repasé la historia y pensé qué actor había que fuera capaz de dar esa mezcla de coraje y sensibilidad, de prestar su alma al personaje. Y ese actor era Mel Gibson".

Con un presupuesto global de 75 millones de dólares, el equipo artístico realizó dos semanas de prácticas en Fort Benning (Georgia), donde el año 1965 hizo su instrucción la unidad del Ejército del Aire mandada por el coronel Moore; al tiempo que contaría con el asesoramiento de los protagonistas supervivientes y la supervisión del Pentágono.
Por su parte, el equipo técnico estuvo influido en su concepción estética por el estilo realista de otros filmes análogos: Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg; y La delgada línea roja, de Terrence Malick (ambas de 1998). El mismo director de fotografía, Dean Semler, manifestaría al respecto:

"Optamos por una fotografía documental, lo más cruda posible. Nuestra intención era que las imágenes no fueran siempre impecables. Queríamos reflejar la confusión; por ejemplo, queríamos seguir a un soldado después de ser alcanzado, verle caer fuera de cuadro. Es un estilo mucho más arriesgado y sutil".

En efecto, Randall Wallace consigue una brillante puesta en escena, con secuencias bélicas verdaderamente impactantes, dentro de la mejor tradición del género hollywoodiense. Ahora bien, ofrece una lectura más "políticamente correcta": por vez primera, el cine americano da la cara humana de los vietnamitas; es más, se ofrece un acercamiento a la acción bélica de éstos, mostrándolos no tanto como salvajes sino como valientes, que se defienden y cuyo jefe al final pronunciará una frase también significativa, al perder esa gran batalla: "Los norteamericanos creerán que han ganado y eso alargará la guerra...". Después, seguirían los enfrentamientos encarnizados en las denominadas Tierras Altas (enero de 1966), en un conflicto bélico que se realmente se alargaría casi una década. Pues, a pesar del armisticio de 1973 (se firmó el 27 de enero, cuatro días después de la muerte del ex presidente Johnson, que "metió a USA en el pantano del Vietnam", en palabras de Henry Kissinger), la guerra no terminaría hasta el 30 de abril de 1975.
Sin embargo, esa relectura crítica puede estar claramente relacionada con las restablecidas relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la República de Vietnam, así como con la petición de perdón y la ayuda de aquéllos a su antiguos enemigos.

Otro tema obvio en el filme es el tono humanitario que ha sabido imprimirerle su autor, acaso siguiendo la obra original. Aunque se homenajea con creces a los soldados muertos -y a sus sufridas esposas (que aparecen aquí como "el descanso del guerrero")-, el coronel Moore comenta en el epílogo: "Fueron a luchar por obediencia a su patria, pero al final lucharon el uno por el otro...". Frase que me ha recordado el discurso de Oliver Stone -aunque mucho más filosófico y menos pacifista-, en el análogo desenlace de Platoon (1986): "...No combatimos contra el enemigo, luchábamos contra nosotros mismos". Y a su letrero final, cuando dedica su "oscarizada" película "a los todos aquellos que combatieron y murieron en la Guerra de Vietnam".

Ahora bien, el tono conciliador de Wallace está íntimamente relacionado con la actual política belicista del presidente George W. Bush, tras los atentados de 11-S, la cotienda en Afganistán y su reciente amenaza a Irak. El realizador estadounidense parece trabajar -sin sonrojo alguno- al servicio del sistema y de la difusión del American Way of Life (recuérdese, si no, otra frase célebre del coronel Moore: "Ser buen soldado te hace mejor padre". En fin, es cómo si quisieran mentalizar a los jóvenes estadounidenses -o futuros soldados- para ser los árbitros del mundo... Por eso el gran público USA ha respondido favorablemente ante esta película -todo hay que decirlo-, notable pero comercial.

Un filme espléndidamente realizado -las secuencias de guerra son vividas anímicamente por el espectador- y muy bien interpretado, con un Mel Gibson bastante próximo a su papel de El patriota (2000), a quien da réplica sentimental la fina Madeleine Stowe (El último mohicano), junto a un eficiente reparto coral. La Stowe (Julie Moore) -que se dedica a comunicar a las esposas de los soldados de su marido la muerte de éstos- protagoniza asimismo una escena de honda simbología: tras un enfrentamiento, con muchas bajas vietnamitas, el plano se corta con otro que muestra cómo Julie escoba su casa. Un colega catalán la interpretaría así: "La familia Gibson [Moore] es el ejemplo de familia americana limpia y pulida: ella saca el polvo y él limpia el mundo de orientales indeseables". (Cfr. Dr. Maligno, "La guerra santa", en Què fem?, 28-VII-2002, Suplemento de La Vanguardia, p. 17).

Con todo, al tiempo que contemplamos el Memorial a los Caídos de la Guerra de Vietnam, en Washington, vemos a la esposa de un vietnamita muerto leyendo el diario personal de éste; aquel que requisó el periodista y entregó al coronel. Todo un signo de que a ambos lados de la contienda hubo héroes y gente corriente que luchaban por sus ideales y por su nación. No obstante, han tenido que pasar 27 años para ese reconocimiento.

 

J. M. CAPARRÓS LERA