LOS ORÍGENES DE GLADIATOR

 

RAFAEL DE ESPAÑA


Como todo buen cinéfilo sabe, Máximo Décimo Meridio es de origen hispano. Pero en la propuesta que encabeza estas líneas no me refiero a eso, sino a un hecho que cada vez es más frecuente en el cine actual, por lo menos el que viene de Hollywood: la falta de originalidad de los guiones.

Gladiator es un film muy estimable a nivel de espectáculo -mérito indiscutible del a veces denostado Ridley Scott-, pero su trama es de una consternante banalidad y recurre sin el menor empacho a una serie de lugares comunes del que no es el menor el leitmotiv de la venganza, que ha sido el primum movens de tantas películas buenas y malas, sobre todo después de que la censura religiosa aflojara sus pretensiones en la moralidad de conductas de los personajes cinematográficos.

Siendo guionista el temible David Franzoni, autor de aquel esperpento titulado Amistad, uno no podría esperarse grandes alardes creativos: se le pueden perdonar algunos "gazapos" que parecen consustanciales al cine histórico en general, como ese viaje en AVE (Alta Velocidad Equina) que se hace el héroe de Germania a Extremadura, pero lo que ya no es tan disculpable es que calque casi todas las peripecias del film que en 1964 supuso la partida de defunción del cine "de romanos", La caída del Imperio Romano de Samuel Bronston (o de Anthony Mann, si uno se cree lo de la politique des auteurs). De ahí, pues, es de dónde sale Gladiator.

Vista ahora, la superproducción de Bronston parece el borrador de la de Dreamworks: desde el principio en tierras bárbaras, en un escenario natural muy parecido, con las intrigas alrededor del caduco Marco Aurelio (presentadas, todo hay que decirlo, con un poco más de rigor histórico), hasta el final con el enfrentamiento público del honrado militar con el vicioso emperador: en este caso, por cierto, hay que señalar que Russell Crowe supera con creces a Stephen Boyd, actor que siempre me resultó un tanto impersonal, y que Joaquin Phoenix consigue estar (en otro registro) a la altura de Christopher Plummer. En medio tenemos una intervención similar del personaje de Lucila y una loable renuncia a meter a los cristianos en el asunto, algo que en 1964 sí era una novedad destacable, pues ningún film sobre la Roma antigua prescindía entonces de ellos (había a cambio un "humanista laico" que hacía el siempre espléndido James Mason).

Cuando se estrenó La caída del Imperio Romano, el subgénero típicamente italiano del peplum estaba tocando a su fin (el mismo año aparece Por un puñado de dólares de Sergio Leone y nace oficialmente el "spaghetti western"), pero unos productores avisados confeccionaron sobre la marcha dos curiosidades de bajo presupuesto con el mismo argumento del film de Bronston: I due gladiatori y Una spada per l'Impero, dirigidas respectivamente por Mario Caiano y Sergio Grieco.La primera es prácticamente la misma historia de La caída... pero con decorados de stock (entre ellos un mini-anfiteatro que fue utilizado en varios pepla de última hornada) y centuriones en minifalda, mientras que el otro tiene una trama muy descoyuntada que incluye bárbaros levantiscos, cristianos reformistas y hasta el incendio de Roma, esto para poder aprovechar unas escenas de una película sobre este tema que el mismo productor rodaba en aquel momento y que le estaba saliendo muy cara. Una peculiaridad de este título es la inclusión del Cómodo menos apuesto de la historia del cine, encarnado por un tal Enzo Tarascio del que no tengo ninguna información posterior (en la otra era Mimmo Palmara, que había sido jugador de fútbol y daba más el tipo de gladiador aficionado).

No voy a decir que Franzoni haya tomado elementos de estas modestísimas producciones -que no debe ni conocer-, pero en aras de la erudición peplumita me parece oportuno recordarlas porque también son, de algún modo, precursoras de Gladiator. No obstante, sin salirnos del "grado cero" del peplum, tenemos otra referencia en el film de Scott, esta vez no en el guión sino en el material promocional. ¿Recuerdan la frase de propaganda "El gladiador que desafió un imperio"? Pues es el título de otro producto de baratillo de 1964, Il gladiatore che sfidò l'Impero, dirigido por Domenico Paolella. El gladiador en cuestión es ni más ni menos que Espartaco, interpretado por el forzudo Rock Stevens con toda la pétrea corporeidad que su nombre sugiere (también se le conoce como Peter Lupus, y como tal apareció en algunos episodios de la Misión imposible televisiva) y aportando una interesante variación biográfica, ya que se nos presenta viviendo tranquilamente en su Tracia natal después de haber sobrevivido tanto a la represión romana como a los achaques de la edad, ya que la acción se sitúa en tiempos de Nerón.

De todos modos, que los guionistas de Hollywood estén en huelga permanente desde hace varios años (y que a algunos se les note más que a otros) no impide que nos haya gustado Gladiator. ¿Será el factor desencadenante de una nueva serie de films sobre el Mundo Antiguo, sea en su variante superproducción o como peplum de serie, o un producto aislado sin secuelas? La ceremonia de los Oscar le fue bastante generosa, pero en el momento de escribir estas líneas sólo tenemos noticia de algunos títulos de escasa repercusión en taquilla como el francocanadiense Druidas (Vercingétorix /Druids, 2000, dir. Jacques Dorfmann) o la nueva versión, polaca esta vez, de Quo Vadis (2001, dir. Jerzy Kawalerowicz).